Nuestras Islas siguen siendo objeto del deseo por parte de miles de inmigrantes que cada año llegan desde todos los rincones del mundo. Un clima apacible, una sociedad sosegada y un nivel de vida envidiable son un buen reclamo, pero, no nos engañemos, lo que con más fuerza atrae a estas personas es la posibilidad de conseguir un puesto de trabajo en sectores tradicionalmente boyantes en Balears: hostelería y construcción, además del trabajo doméstico.

Los últimos datos sobre la población en las Islas confirman que tanto ciudadanos de la Europa rica como de Latinoamérica o el Magreb codician nuestro estilo de vida y se instalan entre nosotros en oleadas de densidad todavía muy llamativa, alcanzando el récord nacional, un 15,8 por ciento.

Quienes quieren ver lo positivo de esta situación inciden en la creación de riqueza que conlleva la llegada de miles de inmigrantes con sus necesidades: vivienda, medios de transporte, consumo de toda clase de productos... y su aportación a la comunidad: cotizan en la Seguridad Social y ocupan puestos de trabajo que los españoles ya no desean.

Hay también, claro, una cara menos amable de la inmigración. Nunca resulta fácil la adaptación a costumbres diferentes y, en particular, el caso concreto de Balears es algo más dramático: nuestra cultura propia se diluye, arrasada por la enorme influencia del castellano como lengua vehicular y de las costumbres extranjeras. Hallar el término medio es un reto. En nuestras manos está la responsabilidad de recibir a estas personas con los brazos abiertos, haciéndoles ver que lo nostro es un tesoro del que también les hacemos partícipes: literatura, música, gastronomía, costumbres y, por supuesto, la lengua, están ahí para todos. Compartámoslo en una sociedad plural y fuerte.