Recientemente el presidente del Gobierno español, José María
Aznar, se lamentaba de la pérdida de fuerza en el ahorro de los
ciudadanos de nuestro país, que al encontrar el dinero más barato
que nunca se habían lanzado a consumir a un ritmo nunca visto y
prometía beneficios fiscales a quienes siguieran apostando por la
prudencia y el viejo hábito de «hacer hucha».
No es una mala idea, pues de todos es sabido que con el dinero
que nosotros ahorramos "muy mal retribuido, por cierto, desde que
cayeron los tipos de interés", los bancos y los organismos
estatales hacen sus propios negocios, lo que significa que la
economía del país se mueve. Y eso es bueno.
Pero ahora un terremoto tras otro sacude al mundo de las Bolsas
internacionales, poniendo en serios apuros a muchos pequeños
ahorradores españoles "y del resto del mundo" y provocando graves
pérdidas en el patrimonio de muchas familias.
No es una situación agradable para nadie. Algunos la achacan al
cataclismo argentino, otros a la pérdida de confianza en las
grandes empresas, sacudidas por toda clase de escándalos de
corrupción... sea cual sea el motivo de esta constante bajada, lo
cierto es que el más perjudicado es el trabajador "o empresario"
que ha conseguido acumular cierta cantidad de dinero con la
esperanza de que le reportara algunos beneficios destinados quizá a
su vejez, tal vez al sueño de montar un pequeño negocio o comprar
una segunda residencia.
El caso es que ahora todas las ilusiones están en quiebra y,
pese a las promesas de ahorro fiscal del Gobierno, al ciudadano de
a pie se le van a quitar las ganas de ahorrar. En vista de lo
sucedido, la confianza está por los suelos.
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