Todos sabíamos que Estados Unidos es el amo del mundo y que el
presidente que ocupa su Casa Blanca "sea quien sea" se arroga el
papel de sheriff en el orden mundial. Lo sabíamos, pero hasta ahora
el papel del inquilino del despacho oval no había sido nunca tan
descarado como el que está ejerciendo George Bush Jr, que se
permite proclamar a los cuatro vientos que la condición para que
haya un verdadero Estado palestino es la desaparición "política, se
entiende" del líder Yaser Arafat.
Se trata, sin ninguna duda, de un alarde de chulería e
injerencia externa extremos, que no deja margen a utopías como la
autonomía de los pueblos y naciones o la libertad de elección de
dirigentes.
Está claro que hay problemas gravísimos en la región y que
Israel cuenta con Washington como aliado incontestable, pero de ahí
a dirigir a distancia a todo un pueblo hay un abismo. Los
palestinos están siendo apabullados militar, económica y ahora
políticamente por países extranjeros. Todos los acuerdos alcanzados
hasta ahora con la ONU como tutora son papel mojado. En realidad,
parece que el que manda y ordena es Bush, un hombre al que todos
reconocen una ignorancia supina en cuestiones internacionales.
Naturalmente, Arafat "al que se le concedió, no lo olvidemos, el
Nobel de la Paz y el papel de interlocutor clave para la paz en la
explosiva región" ha contestado convocando elecciones para el año
próximo.
Una medida que, entre bombardeos y atentados de uno y otro lado,
demuestra que prefiere optar por los mecanismos que la democracia y
la libertad ponen a su alcance: que el pueblo palestino decida
quién quiere que le represente. Una lección que contrasta con la
actitud totalitaria e intolerable de Bush.
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