El Consell Insular vive hoy su jornada más inédita: Pilar Costa
tiene que pedir al pleno, a través de una cuestión de confianza,
que le dé su apoyo para poder gobernar la institución, y puede
encontrarse con la censura de los dos grupos de la oposición. Es la
primera vez que un presidente está tan contra las cuerdas que tiene
que acudir a una medida excepcional, pero es la única solución que
tiene después de la imposible negociación llevada a cabo entre el
equipo de gobierno y el conseller de Els Verds, Joan Buades.
Aunque se trata de minimizar, el paréntesis en el que ha vivido
la institución está perjudicando gravemente a los ciudadanos, que
ven como los representantes que han elegido democráticamente
desgastan sus energías en disputas y quimeras y posponen hasta un
futuro a estas horas aún incierto los proyectos con los que ha de
mejorar su calidad de vida. El sistemático cruce de acusaciones ha
provocado, además, una pérdida importante en la confianza que tiene
que existir siempre hacia una institución de la importancia del
Consell, una confianza que incluso debería estar por encima de
tendencias políticas, pero que simplemente se ha desvanecido de
nuestra sociedad probablemente por un puro e incomprensible choque
de personalidades.
Lo peor de todo este desagradable asunto es la naturalidad con
la que todas las partes asumen el papel de inocentes, en medio de
un debate ombliguista que nunca puede tener una salida positiva.
Para dar su apoyo a los presupuestos de la institución insular, Els
Verds se aferraba a unas reclamaciones que incluso los observadores
más neutrales consideraban satisfechas, al tiempo que justificaba
su postura mediante piruetas dialécticas. El Pacte asegura haberlo
intentado todo, pero ha fracasado. La sesión de hoy es histórica, y
ojalá sirva para algo más que para los libros de texto.
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