La sorpresa ha saltado en Perú. En unas elecciones
presidenciales que parecían cantadas a favor de Alejandro Toledo,
el líder de la oposición en tiempos de Fujimori, Alan García, un ex
presidente corrupto y seductor, se ha hecho con el segundo puesto,
casi rozándole los talones al virtual ganador. Las cifras "ninguno
de los candidatos llegó al cuarenta por ciento de los votos"
obligan a realizar una segunda vuelta electoral dentro de un mes,
que podría dar la campanada final.
El pueblo peruano "que tiene fama de volátil a la hora de
ejercer su derecho al sufragio" ha castigado severamente el
fujimorismo y el autoritarismo que representaba, pero ha dudado a
la hora de elegir sucesor. Toledo ha basado toda su campaña en un
discurso anti-Fujimori y eso no basta para ilusionar a un país. En
cambio, la entrada en escena de Alan García, personaje
controvertido donde los haya, ha supuesto un revulsivo para los
votantes, muchos de los cuales han visto en él una oportunidad de
volver al pasado, obviando los diez años que el «chino» ha
permanecido al frente de la nación andina. Pero no será García
quien saque al país del hoyo en el que se encuentra. Ya hace nueve
años este ex presidente se vio obligado a salir por pies al exilio
dejando a Perú sumido en un caos económico y con el terrorismo del
Sendero Luminoso más fuerte que nunca. Aquel día nadie hubiera
imaginado que García se atrevería a volver y menos a presentarse a
las elecciones.
Así las cosas, Toledo tiene que espabilarse si quiere sostener
su ventaja y convertirse en nuevo mandatario. Un país con un 54 por
ciento de pobres se agarra a un clavo ardiendo y se necesitará un
sólido discurso, promesas factibles y mucho entusiasmo para ganar
el voto que se ha llevado García.
En un mes, la solución al enigma.
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