El enfrentamiento de Els Verds con el resto de las formaciones con las que comparte responsabilidad de gobierno en el Consell Insular se produce en el momento en el que debe darse forma definitiva al modelo que los partidos progresistas quieren para las islas de Eivissa y Formentera. Las islas aún deben decidir cómo quieren evolucionar urbanísticamente, el modelo turístico que han de promover, las fórmulas con las que han de articular una sociedad heterogénea y por ensamblar, además de establecer y anticipar los recursos sobre los que se va a edificar nuestro futuro. En este contexto se produce el enfrentamiento más grave desde que el Pacte se hizo cargo del gobierno insular. A pesar de que a priori se entreveía otra cosa, han acabado siendo los ecologistas el elemento discordante dentro de un grupo heterogéneo (PSOE, IU, verdes, nacionalistas e independentistas), con prioridades diferentes y aún más diferentes métodos. Desde que comenzó a funcionar el gobierno progresista los roces y choques se han sucedido, con mayores o menores consecuencias, pero el generado por la polémica de Cap Llentrisca ha abierto una brecha nada fácil de cerrar. Como señalaban ayer sus socios, el partido del conseller de Medi Ambient, Joan Buades, aún no ha aceptado que existe una gran diferencia entre la realidad y el deseo y está dispuesto a defender sus objetivos a toda costa. El resto del Pacte, más deportivo, acepta que, gusten o no, las reglas del juego son sagradas y que el fin, por más prometedor que sea, no justifica automáticamente los medios. Es la nada simple distancia entre unos y otros. Sin embargo, nadie se atreve a cambiar nada. Cualquier movimiento brusco puede generar una dinámica incontrolable que puede acabar afectando a todas las instituciones, incluido un Govern multipartidista, que se sustentan en lazos que se aflojan.