De una forma casi rutinaria acostumbramos a dar por buenas todas aquellas cifras que, en materia de economía, hablan de crecimiento. Así, nos complacemos en elevados porcentajes, récords pulverizados o ritmos de crecimiento exagerados, en la convicción de que todo lo que sea aumentar, crecer, resulta positivo. Aunque ocurre que no siempre es así. Y estos días se han hecho públicos unos datos, relativos al sector de la construcción, que ponen de relieve lo antedicho. España lidera el sector de la construcción en la Unión Europea, por delante de un país como Alemania que prácticamente nos duplica en población. Nada menos que 467.000 viviendas se levantaron en España en 1999; es decir, 57.000 más que en Alemania, lo que supone una tasa de crecimiento al respecto del 12'9% ya de por sí suficientemente significativa si tenemos en cuenta que en el año anterior en nuestro país se registró en el sector un crecimiento récord del 6%. Estamos, pues, ante una fase de expansión a todas luces desmesurada, con todos los peligros que ello puede suponer. Pensemos que el ritmo de edificación de viviendas residenciales fue tan contundente que duplicó el índice que se considera normal para cubrir las necesidades vegetativas. Así, mientras se estima que para cubrir la demanda normal se deberían iniciar cada año cinco viviendas por cada 1.000 habitantes, aquí se inició la construcción de 11. Llegándose en algunos lugares, como por ejemplo, Cataluña, al extremo de que la demanda superó a la oferta hasta el punto de que la mayoría de promociones que se iniciaron en 1999, ya estaban vendidas antes de empezar las obras. Esta especie de desarrollismo fuera de época, de sobreproducción, debiera si no limitarse, cuando menos controlarse. Puesto que de lo contrario podría suceder que a la larga, el mercado fuera víctima de un indeseable desquiciamiento.