La convocatoria de elecciones generales para el próximo 28 de abril, según anunció ayer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, supone el abrupto final para un mandato de apenas ocho meses. El resultado de estos comicios condicionarán los previsto para un mes después, en el ámbito municipal y en numerosas autonomías. Hay, por tanto, una apuesta personal que pretende lograr un efecto arrastre ante una cita especialmente compleja, tanto para las formaciones de la derecha como de la izquierda. El juego de las alianzas ha comenzado y con ellas la supervivencia de los líderes políticos de las principales formaciones.
Balance pobre.
El paso de Pedro Sánchez por el palacio de la Moncloa ha sido muy discreto, entre otras razones por la evidente debilidad parlamentaria del Gobierno y una coyuntura política especialmente adversa. Lejos de aplacar la ofensiva independentista, la situación de Catalunya ha acabado marcando la agenda hasta precipitar el adelanto electoral. La falta de apoyos a los Presupuestos ha sido el punto de no retorno de un ambiente que cada vez resultaba más agobiante para el Gobierno, el cual tenía incluso dificultades para sacar adelante las iniciativas más anecdóticas. El acoso de los partidos de la oposición se ha acentuado, ansiosos por recuperar el poder.
Las urnas decidirán.
No hay, como ha ocurrido en ocasiones anteriores, un esquema previo que permita adivinar el resultado del 28-A. Al fin y a la postre se cumple, aunque de manera forzada, la premisa que se planteó como justificación a la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy como jefe del Gobierno. Con la decisión tomada, comienza el vértigo por aprovechar una oportunidad en la que cualquier combinación requiere, según las encuestas, el concurso de dos o más partidos para poder conformar un nuevo Gobierno. Los ciudadanos se erigirán en protagonistas de un nuevo episodio de la política nacional.