Fernando Ribas tuvo claro desde niño que se iba a dedicar a salvar la vida de los animales. | Daniel Espinosa

Su madre le insistía desde pequeño en que estudiara para ser médico. Su padre, por contra, quería que se dedicara a la construcción ya que tenían una empresa familiar en este sector, pero Fernando Ribas siempre supo, desde que tuvo “uso de razón” como él mismo cuenta, que su vida iba a estar enfocada a los animales. En 1992 se graduó en Veterinaria y empezó a trabajar por diferentes clínicas de Madrid y Eivissa. Años más tarde, decidió “ser jefe de mi propio destino”.

Y así fue como en 1997 abrió su clínica en Sant Jordi de ses Salines, en Eivissa. “Trabajando para otras personas tenía que asumir su filosofía y su manera de hacer. Siempre he querido mucho a los animales y siempre he dicho que trabajaría para ayudarlos y que nunca dejaría de atender a ningún animal por una cuestión de dinero; este lema y manera de hacer siempre ha estado en mi cabeza y, en base a eso, ha ido mi vida”, explica Fernando Ribas, quien reconoce que lo que le motivó a lanzarse a montar su propia clínica fueron las “decisiones sobre los tratamientos y la atención a los animales; muchas de las cosas que se hacían donde trabajé no me parecían bien y cuando me vi preparado para hacerlo me lancé a abrir mi clínica y tomé la dirección correcta. Podía haberme estrellado, pero me fue bien”.

Ribas recuerda su primer día de trabajo en su propia clínica con mucha emoción. “El día que abrí la clínica no había cristal en la sala de espera y la gente entraba directamente en la consulta. Fueron años de mucho esfuerzo, mucho trabajo, muchas horas y mucha emoción”, asegura este profesional que lleva 20 años trabajando para atender “las necesidades y cuidados físicos de los animales y para ayudar a los propietarios a tener una relación feliz con su mascota el mayor tiempo posible”, según explica.

Lo más gratificante de su trabajo, según afirma, es luchar por hacer mejor y salvar las vidas de los animales y el agradecimiento de los propietarios.

DEMANDA. Su manera de hacer y la pasión que irradia por su trabajo y por los animales que trata le ha llevado a ser uno de los profesionales veterinarios más querido y respetado de las Pitiüses. Tanto es así que por la propia demanda tuvo que crecer el tamaño de su clínica: de los 75 metros cuadrados iniciales que tenía el local pasó a dar servicio en una clínica de más de 400 metros cuadrados, que es la que tiene actualmente, y a cerrar el año 2018 con 800.000 euros de facturación.

“Yo no he crecido por tener una idea empresarial de montar un negocio de 400 metros cuadrados y 17 empleados sino porque no cabía en el primer local de la gente que venía; crecí porque la demanda lo pedía, cada vez venía más gente. Este local lo reformamos hace tres años y ya me haría falta otro local más para crecer”, relata. Y añade: “No podía imaginar ni de lejos que hubiera podido llegar a una cuarta parte de lo que he llegado; el trabajar bien y ofrecer buenos servicios me ha permitido crecer tanto”.

Otra de las características que le diferencian es el excelente trato no solo con los pacientes sino también con los propietarios de las mascotas. De hecho, Ribas tiene claro que su profesión es “una relación de tres: entre el veterinario, el paciente y el propietario porque al paciente es al que atiendes, pero a quien le explicas todo, quien está preocupado y quien trae al animal a la clínica es el propietario. Siempre intento tener un trato muy cercano, con un lenguaje que se entienda fácilmente y no muy técnico y me gusta cuidar mucho los detalles”.

Ribas reconoce que hay compañeros de profesión “a los que no les gusta pasar consulta, son excelentes profesionales, pero dicen que con el propietario, lo mínimo posible. Yo no, yo disfruto hablando con la gente”. Este trato cercano propicia, según cuenta, que pasen varias generaciones de la familia por su clínica. “Entras a formar parte de su familia porque eres el médico de sus ‘niños peludos'. El perro ha pasado a formar parte de la familia y para el propietario es importante que su animal esté bien y tener una relación de confianza con su veterinario. Lo mismo que me pasaba a mí cuando iba al médico con mi hija; necesitas tener confianza con el médico”.

Con el paso de los años ha ido incrementando su cartera de servicios y la tecnología: “Empezamos con vacunas, consultas y cirugías sencillas y, poco a poco, hemos ido ampliando servicios. En cuanto a equipamiento tenemos microscopio quirúrgico para cirugía vascular, una máquina de resonancia magnética, máquinas de anestesia que nos permiten hacer cirugía cardiaca y pulmonar con respiración asistida, láser tanto para tratamiento quirúrgico como para rehabilitación... a nivel técnico tenemos una clínica muy bien equipada”, explica Ribas.

PLANTILLA. Fernando Ribas empezó trabajando él solo durante dos años hasta que contrató a un auxiliar y, poco a poco, fue contratando a más personal. En la actualidad, la plantilla de la Clínica Veterinaria San Jorge está compuesta por siete veterinarios, cinco auxiliares, cuatro recepcionistas y una persona fija de limpieza.

Entre sus planes de futuro se encuentra crear un hospital 24 horas, pero para ello precisa más personal para hacer los turnos, algo complicado en una isla como Eivissa con tanta rotación de trabajadores y problemas de acceso a la vivienda. “El problema de Eivissa es que falta personal especializado. Necesito tener una plantilla estable y formada y aquí, además, el alojamiento es muy caro y hay gente que, aunque gane menos, prefiere quedarse en su casa porque el coste de vida es menor”.

Reconoce, además, que para abrir 24 horas necesita al menos dos veterinarios más: “Si consigo tener auxiliares y veterinarios de ocho de la mañana a doce de la noche, el siguiente paso sería hacer un turno de doce de la noche a ocho de la mañana solo para las urgencias, pero me hacen falta dos personas estables que se queden en la isla. La rotación es un problema importante en nuestra profesión, aquí en Eivissa y en la Península”.