La faceta poética de Vicente Molina Foix, una de las menos conocidas de su carrera literaria, será la protagonista de la apertura esta tarde (19,30 horas) de las segundas Lecturas Poéticas del Museu d'Art Contemporani d'Eivissa (MACE). Con su poesía completa, La musa furtiva (Vandalia, 2013), recién editada, el escritor confiesa que no ha dejado nunca de escribir poesía, aunque ha sido gracias a la novela que ha recogido un firmamento de galardones, entre los que destacan el Premio Nacional de Narrativa en 2007 por El abrecartas y el Premio Herralde en 1988 por La quincena soviética. Director y crítico de cine, en la gran pantalla reside otra de sus grandes pasiones, un mundo que considera «verdaderamente adictivo».
—¿Qué le parece la idea de celebrar estos ciclos de lecturas en una isla como Eivissa en pleno otoño?
—Me parece muy buena idea. Cuando uno dice que viene a Eivissa la gente se sorpende al principio de que haya actividades relacionadas con la poesía. Pero en realidad Eivissa puede dar cabida, y está muy bien que lo haga, a actividades que no sólo estén ceñidas a la imagen, creo que superficial, que tiene la gente de ella. Muchos escritores han pasado por la Isla y han vivido en ella, tanto españoles como extranjeros. Lecturas como éstas son una forma más de ampliar una actividad que no tiene que estar únicamente asociada a la música y la noche. Además, no hay por qué pensar que la literatura tiene que estar enfrentada a esos conceptos.
—¿Cómo definiría a sus compañeros de viaje en esta lecturas poéticas, Francisco Brines y Antoni Marí?
—A Paco Brines le conozco de muchos años y es como un maestro. Pertenece a un grupo de poetas que surgieron muy en la órbita y protegidos por Vicente Alexandre, que también fue un maestro para mí. La generación de los Novísimos nos pudimos beneficiar de la enseñanza y la maestría, nada retórica, de Alexandre. Y Brines, junto a Biedma, Bousoño o Valente, fueron una generación nutrida por esa enseñanza, más que nada como figura personal, porque Alexandre no era muy dado a impartir lecciones; era más su ejemplo personal, su cultura, su pertenencia, claro está, a una generación diezmada por el exilio y la guerra. Conocí a Brines al llegar a Madrid desde Alicante y es para mí un maestro y un gran poeta de esa generación llamada de los cincuenta. Antoni Marí también es un poeta estupendo y más cercano a mí por la edad. Ha hecho narrativa y mucho periodismo, algo que también comparto con él. Es un trío en el que me siento muy a gusto.
—Su aparición en el mundo literario llegó de la mano de la poesía con los Novísimos. ¿Por qué la dejó de lado en beneficio de la novela?
—La dejé en público, no en privado. Durante muchos años mantuve una relación de excesivo respeto o algo de temor a la poesía. Pero excepto un año que yo recuerde, viviendo en Inglaterra, que no escribí nada de poesía, desde el lejano año 1970 que apareció el libro de los Novísimos hasta hoy nunca he dejado de escribir poesía. Algún poema lo publicaba alguna revista, salía en otras antologías cuando me lo pedían y tardé veinte años en publicar un primer libro de poesía, Los espías del realista, luego publiqué otro y este año salió después de mucho tiempo La musa furtiva, lo que considero hasta hoy mi poesía completa, que incluye todo lo que he escrito que estimo digno de ser recogido. Con este libro he reaparecido con un cuerpo de poemas bastante extenso en los cuales también incluí lo último que había escrito y no había publicado hasta ahora. Tiene bastantes poemas inéditos y de hecho he seguido escribiendo. Aquí en Eivissa voy a leer poemas escritos muy recientemente que tampoco están en La musa furtiva.
—¿Cuál es su ritmo de trabajo?
—Trabajo por rachas. En unas épocas escribo mucha poesía y en otras menos, pero nunca he dejado de hacerlo. Normalmente, cuando escribo un libro de narrativa, que naturalmente exige mucha dedicación y mucho empeño, en las pausas hago un poema, o dos o tres. En agosto terminé un libro nuevo que no es una novela ni una biografía, un libro cuyo aspecto más interesante es que no se puede definir y que saldrá en enero. Es una obra en la que he puesto mucho y que para mí es muy importante, que además no está escrito sólo por mí sino con otra persona. Cuando lo terminé, de repente tuve unos días en los que escribí cuatro o cinco poemas. Soy un poeta que se ha definido a sí mismo como clandestino, hasta que decidí salir de esa clandestinidad, pero al mismo tiempo bastante prolífico, porque cuando fui a abrir las carpetas donde estaba toda mi actividad recogida encontré aún más poemas: algunos acabados, otros casi acabados y otros que no he considerado. Muchos poemas de todos los periodos y que no recordaba. He tenido mucha actividad desde que sometí un libro inédito a Josep Maria Castellet para la antología de los Novísimos hasta hoy.
—¿Existe la posibilidad de que se prodigue más en el género?
—Eso es lo que pienso que puede pasar. Hasta este retorno para mucha gente era un poeta que prácticamente había enmudecido, aunque no era así. Siempre que me llaman para hablar de poesía, y sobre todo para leer poemas, me entrego a ello. Últimamente he estado en México, en Córdoba y también en Cosmopoética dos años seguidos, donde el año pasado reunieron a los Novísimos y estuvimos casi todos. Para la gente más joven, Nueve novísimos poetas españoles es un libro clásico, y lo digo con una cierta pena, porque ser clásico significa que eres viejo. La generación más joven tiene a los Novísimos como un punto de referencia, y se acercan a ti y te comentan que somos como sus maestros. Es un poco duro, porque prefiero ser discípulo y que alguien me diga que soy maestro me resulta turbador y halagador al mismo tiempo. Pero estoy cogiéndole el gusto a lo que siempre he hecho en privado y que había tenido una cierta timidez en sacar. Creo que ahora la timidez se ha perdido y como debo tener ya como treinta o cuarenta poemas no publicados no me extrañaría nada que dentro de un tiempo volviera a sacar un libro de poesía.
—No puede decirse que se haya limitado en el campo de las letras, donde ha cultivado desde el cuento a la novela, pasando por los libros de viaje a la crítica de cine. ¿Es un alma inquieta?
—Más que inquieta, curiosa. Me preguntan muchas veces por las cosas que he hecho, y tampoco han sido tantas. Hay escritores, como por ejemplo Jean Cocteau, mucho más polifacéticos de lo que yo haya podido ser. Las cosas que he hecho a lo largo de mi vida han reflejado la curiosidad que he tenido como lector o como espectador.
—Es inevitable hablar de la cultura en España. IVA, falta de presupuesto, ley de mecenazgo encallada... ¿Cómo ve toda esta situación?
—Le veo salida si se quiere tomar, lo que pasa es que no quieren tomarla. Por ejemplo con una ley de propiedad intelectual que ponga freno a algo que ha acabado con la música, prácticamente con el cine y puede acabar con la literatura a través del pirateo. Zapatero fracasó en su intento de atajarlo, no tuvo la valentía de enfrentarse a quienes dicen que la piratería es un acto de libertad de expresión, cuando violan el principio de propiedad intelectual, que es uno de los más nobles que ha habido siempre. Encima, el gobierno actual lo agrava con sus medidas. Primero, con una obvia actividad contra los artistas, que los gobernantes actuales ven como un enemigo, nunca como alguien que contribuye con su actividad a mejorar y a reactivar el panorama cultural de un país y expresar cosas que la gente quiere oír, leer y escuchar. Y luego con los impuestos, con todas las cosas que no hace falta decir porque las vivimos cada día. Son golpes que se añaden a la crisis, que evidentemente sentimos todos y por la que mucha gente a la hora de comprar un libro o ver una película se abstenga. El gobierno no ayuda en absoluto. Veo el ejemplo de otros países europeos, como Francia, que creo que es el que mejor lo ha llevado, que también sufre una crisis pero ayuda y trata de fomentar lo que es en el fondo una parte oculta y al mismo tiempo fundamental del espíritu, del alma de la gente, como es el arte y la cultura.
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