«En cuanto le vi yo me dije para mí, es mi hombre». Al son de estos compases el coche fúnebre con los restos mortales de Sara Montiel hacía su entrada en la plaza de Callao de Madrid, donde una pantalla de cien metros cuadrados proyectaba uno de sus grandes éxitos en el cine, «La violetera».


Cientos de personas se fueron haciendo un hueco, desde las 11.00 de la mañana, en los aledaños Callao y la Gran Vía, que permaneció cortada durante unos minutos como en las noches de sus grandes estrenos. Había admiradores de todas las edades, que vieron llegar y despedirse a una comitiva de once coches, en uno de los cuales viajaban sus hijos, Thais y Zeus.

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Al grito de «¡Viva Sara!», «¡Ole Sara!» y «¡Guapa!» recibieron algunos de los congregados a la primera actriz que rompió las barreras nacionales para adentrarse en el anhelado Hollywood.
Una fotografía de una bellísima Sara Montiel aparecía tras los cristales del coche que la trasladaba. Una instantánea perteneciente a uno de sus discos, elegida expresamente por su hija Thais. Después, el cortejo funebre continuó, ante sus admiradores, su andadura por Cibeles, Paseo del Padro, Atocha y el Paseo de las Acacias.

Un sacerdote negro, «como a ella le hubiera gustado» –según la actriz Loles León–, los versos de La sirena, de Ramón Alarcón, y el dolor de sus admiradores escoltaron a Saritísima en su sobrio entierro en la Sacramental de San Justo. Al acto religioso, presidido por una gran foto de la actriz y por una inmensa corona de claveles rojos, acudieron sus hijos y su hermana Ángeles, muy afectados, y amigos como el actor Máximo Valverde o Giancarlo Viola, exnovio de la actriz, entre otros, también muy apenados.