David Ribas, con uno de los ejemplares de su libro en una céntrica cafetería de Vila, esta semana. g Foto: J. M.
Cuatro años ha empleado el historiador David Ribas en dar forma a un libro que en su origen debía ser solo un pequeño artículo acerca de lo ocurrido ante la costa ibicenca el 17 de enero de 1913, cuando el vapor ‘Mallorca' encalló en la Llosa de Santa Eulària. Licenciado en Historia por la Universitat de les Illes Balears, Ribas ha trabajado principalmente en la docencia. Colaborador de la Enciclopèdia d'Eivissa i Formentera, también ha ejercido como documentalista en el mundo editorial.
—Resúmanos los hechos. ¿Qué pasó el 17 de enero de 1913?
—El 17 de enero de 1913, como todos los viernes, debía salir al mediodía de Palma el vapor que cubría la línea con el puerto de Alicante, haciendo escala en el de Eivissa. Se daba la circunstancia de que había un crecido número de pasajeros esperando a embarcar, ya que además de un grupo de marineros que volvían a la Península para reincorporarse a sus destinos después del acostumbrado permiso de Navidad, también debían viajar hasta Alicante la mayoría de los miembros de una compañía lírica catalano-italiana que había actuado durante los días anteriores en el Teatre Líric de Palma. Se trataba de uno de los pasajes más numerosos que había tenido aquella línea (73 personas), por lo que se decidió que el vapor que realizara el trayecto fuese el ‘Mallorca', ya que disponía de mayor número de camarotes que el vapor que debía realizar la ruta en un principio, el ‘Isleño'.
—Y, al parecer, el tiempo no acompañaba.
—Hay que decir que aquellos días un fuerte temporal de viento y lluvia venía afectando a las Islas, a pesar de lo cual el ‘Mallorca' zarpó a la hora prevista. Después de una penosa travesía a causa del mal tiempo, que había obligado a todo el pasaje a permanecer en el interior de la nave, el barco acumulaba un considerable retraso sobre la hora prevista de llegada a Eivissa. Debían ser cerca de las siete de la tarde, poco más o menos, cuando el vapor se encontraba a la altura de la costa de es Canar. Por entonces ya había oscurecido y, aunque había calmado algo el viento, la lluvia era intermitente y una fuerte cerrazón dificultaba la visibilidad. Entoces, el ‘Mallorca', que había variado su ruta y navegaba muy cerca de la costa, colisionó por babor con el bajo conocido como la Llosa de Santa Eulària (que por entonces no estaba señalizado) y, al tratar de virar para esquivar el peligro, quedó varado sobre el bajo. Como consecuencia del choque se produjeron caídas y golpes y se vivieron algunas escenas de pánico entre los pasajeros.
—¿Cómo se dio la alarma?
—Como el ‘Mallorca' era uno de los pocos barcos de la Isleña Marítima en los que no se había instalado aún la telegrafía sin hilos, immediatamente se procedió a pedir auxilio mediante el lanzamiento de bengalas y haciendo uso de las señales sonoras reglamentarias. Divisadas estas señales desde la costa por dos habitantes de Santa Eulària, uno de ellos se dirigió en bicicleta a la ciudad a dar aviso a la Comandancia, mientras el otro informaba en la localidad del suceso. Inmediatamente se procedió a organizar el salvamento del pasaje de la nave, haciéndose a la mar diversas embarcaciones pesqueras de la zona con patrones, pescadores y voluntarios a bordo. Alguna otra barca que se encontraba faenando por la zona también acudió al lugar al apercibirse del suceso. Mientras, en el puerto de Eivissa se prepararon los pequeños vapores ‘Formentera' y ‘Salinas' para acudir a la Llosa en auxilio del vapor embarrancado. Pero para cuando llegaron todo el pasaje ya había sido llevado a tierra y únicamente pudieron preparar el salvamento de la nave.
—¿Cuál fue la actitud de la población de Santa Eulària con los rescatados?
—En las casas cercanas a los puntos de desembarco de las barcas, fueron atendiendo a algunos de los numerosos pasajeros que iban desembarcando, que se dirigieron en su mayoría a la localidad cercana de Santa Eulària, bien a pie, bien en carros dispuestos por algunos vecinos. Los viajeros recibieron toda clase de cuidados por parte de los vecinos (abrigo, comida y bebida, e incluso cama para pasar la noche) y fueron atendidos en los diferentes cafés de la villa, todo ello de forma totalmente altruista. En estos domicilios y establecimientos, así como en la caserna de la Guardia Civil de la localidad (actual sede consistorial), permanecieron los viajeros a la espera de poder trasladarse a la ciudad en los carros que pudieron reunirse, para luego embarcar en el próximo vapor que saliera para Alicante.
—La buena suerte hizo que no se produjeran víctimas. ¿La cosa podría haber sido mucho peor?
—Claro, podría haber sido peor. Hay que pensar que tras el choque el buque quedó varado sobre el bajo (que además se encuentra relativamente cercano a la costa) y parece que por entonces el temporal de viento había aflojado un poco. A todo ello hay que añadir la rápida intervención de las embarcaciones pesqueras de salvamento. Sin todo este conjunto de circunstancias, las consecuencias para el pasaje y la tripulación del barco podrían haber sido otras.
—¿Qué cambió aquel día?
—Este hecho hay que enmarcarlo en la época. No creo que por sí solo cambiara nada, pero sí creo que se estaba produciendo un lento cambio de mentalidad en la sociedad de las Islas. La sociedad ibicenca comenzaba a salir muy lentamente de su atraso secular. En Palma, por primera vez un ibicenco presidía la Diputación Provincial... El salvamento y los actos de homenaje que se hicieron a raíz de él se vieron como una oportunidad para demostrar a la sociedad mallorquina que la visión que tenía de la sociedad ibicenca era distorsionada.
—¿Qué tipo de sociedad era entonces la ibicenca, qué le preocupaba?
—Todavía era mayoritariamente campesina, dedicada a la agricultura de subsistencia. Además, la mayor parte continuaba siendo analfabeta, un problema todavía más acuciante en el caso de la mujer. La población se había ido incrementando y los recursos que podían ofrecer la tierra y el mar eran insuficientes para mantener a tanta gente, por lo que ya desde la segunda mitad del siglo XIX una de las salidas a esa situación era la emigración. Por tanto, la máxima preocupación de la gran mayoría de los hombres y mujeres de aquella época era el sustento propio y el de la familia.
—Se habla de un encuentro sorprendente entre Mallorca y Eivissa, de quien la primera tenía una imagen muy pintoresca, por decirlo de alguna manera suave...
—Bueno, hay que decir que una parte de la sociedad palmesana, sobre todo entre la clase acomodada, tenía arraigada una idea preconcebida del campesinado ibicenco, al que consideraba poco más que inculto y salvaje, anclado en unas costumbres arcaicas, e incluso violentas. Ahí entraría, por ejemplo, la visión que se tenía del festeig pagès y el uso de armas de fuego entre los jóvenes. Pero hay que añadir que esta visión despectiva en cierta manera se tenía hacia la gente del campo en general. Esta dicotomía campo-ciudad se daba incluso en la misma sociedad ibicenca. Esta idea distorsionada es la que muchos viajeros extranjeros que recalaban primero en Mallorca recibían sobre las gentes de Eivissa. La imagen que tenían funcionarios, militares, etc. destinados en nuestra isla solía cambiar después de llevar algún tiempo aquí y relacionarse con su gente. Históricamente, Eivissa había sido una isla atrasada en muchos aspectos y las relaciones con la capital administrativa eran de lógico recelo por esa secular marginación. En este sentido, la acción altruista de las gentes de Santa Eulària quiso aprovecharse por ambas partes para acercar a los dos pueblos vecinos y desterrar esa idea que se tenía desde Palma, de ahí los distintos homenajes que se celebraron aquel verano para recibir los obsequios de medios de comunicación y del mismo Ayuntamiento de Palma.
—¿Estuvo el pueblo de Santa Eulària a la altura de las circunstancias?
—Considero que sí. Leyendo los testimonios de los pasajeros que viajaban en el ‘Mallorca' queda clara no solo la hospitalidad de la gente del campo con los foráneos, sino su humanitarismo ante hechos como aquel. Hay que pensar que las autoridades locales y los vecinos de la comarca organizaron el salvamento del pasaje de la nave y los mismos vecinos y comerciantes ofrecieron abrigo, comida, bebida y hasta su propio lecho a los viajeros. Todo de forma totalmente altruista y en muchos casos se trataba de familias muy humildes.
—¿Qué fue del barco después de embarrancar?
—Después de frustrados todos los intentos por desembarrancar el buque durante los días posteriores al accidente, éste (ya completamente desballestado) permaneció varado en la Llosa de forma cada vez más precaria durante algo más de dos meses, hasta que un temporal lo hundió definitivamente. Los restos permanecieron en el fondo del mar, hasta que finalmente fueron extraídos durante el verano de 1916.
—¿Por qué es importante conmemorar este centenario?
—Más allá de la lógica reacción que la inmensa mayoría de las personas seguro tendríamos delante de un suceso que pusiera en peligro la vida de otros seres, lo que hicieron aquellas gentes de Santa Eulària fue un acto solidario y humanitario, valores que en estos momentos ha vuelto a poner de actualidad la crisis que vivimos. Considero que por ello es importante celebrar acontecimientos como este, en el que los verdaderos protagonistas no fueron personajes ilustres sino las personas anónimas, el pueblo.
—¿Cómo surge su curiosidad por el tema? ¿Cuándo escucha hablar por primera vez del suceso?
—En alguna ocasión, paseando por la plaza del Ayuntamiento, me había parado a observar el pequeño monolito que había allí y, al leer la inscripción, me preguntaba qué historia se escondería detrás. Hace unos años vino a parar a mis manos un viejo volumen con los diarios de aquel 1913 y, por casualidad, leí las noticias del suceso y de los actos de homenaje que se hicieron a raíz del salvamento. Me propuse escribir un breve artículo recopilando la información de que disponía entonces. Lo que no sabía es que la documentación reunida iría aumentando a lo largo de estos aproximadamente cuatro años de investigación, hasta convertir lo que debía ser un artículo en un libro.
—¿Ha sido difícil encontrar la documentación, aclarar el naufragio?
—Bueno, al abordar cualquier tema lo que debemos tener claro es que lo que estamos haciendo es una interpretación de hechos históricos a partir de fuentes orales y escritas. Es, por tanto, nuestra visión de lo que sucedió y siempre quedan cuestiones sin resolver y otras quedan abiertas a nuevas hipótesis. En este caso también hay detalles controvertidos y han quedado preguntas sin respuesta. De la aparición de nueva documentación dependerá que se pueda aportar luz a todo ello.
—¿Qué fuentes ha consultado? ¿Qué pruebas quedan de aquella época?
—Mi trabajo se ha basado sobretodo en la consulta de los fondos de hemeroteca, de periódicos de Eivissa, Mallorca, Barcelona y Alacant, y de archivos de Palma, Eivissa y la Península. Los roles de despacho y dotación del buque (libro de registro de una nave) y las actas municipales, entre otra documentación, han aportado cuantiosa información. Finalmente, para contextualizar y profundizar en algunos acontecimientos y personajes me he apoyado en diversa bibliografía. La documentación gráfica siempre sirve para ubicar lugares y dar aspecto a algunos protagonistas de la historia.
—¿Algún hallazgo que le sorprendiera especialmente?
—Algunos sí me han sorprendido. Por ejemplo, el hecho de que se realizaran tres actos de homenaje a la villa de Santa Eulària con motivo del salvamento y no dos como se creía, aunque actualmente se haya perdido una de las placas con las que se obsequió al pueblo, la del desaparecido diario La Región. También me sorprendió el hecho de que el Gobierno concediera una recompensa a los marineros de la Armada que viajaban en el ‘Mallorca' y que colaboraron en el salvamento, mientras no se consiguió que pescadores, marineros y voluntarios fueran gratificados a pesar de ser protagonistas principales en los hechos. Hay algunos detalles de esta historia poco conocidos e incluso inéditos que pueden sorprender al lector.
—¿Qué le parece el hecho de que el Ayuntamiento quiera dar realce a este evento y extenderlo hasta hacer de éste un año dedicado al mundo del mar?
—Me parece un homenaje merecido a toda aquella gente que participó en el salvamento. Por otra parte, el mar ha sido, junto con el campo, uno de los principales sustentos de la gente de la isla, además de ser hasta hace poco tiempo la única vía de entrada y salida de mercancías y pasajeros, y por tanto de nuevos avances e ideas.
—¿Ha perdido esta isla ese espíritu marinero?
—Pienso que más que perderse se ha transformado. Antes del boom turístico el mar era una forma de ganarse la vida y de conseguir alimento. Es cierto que mucha gente continúa ganándose la vida actualmente en el mar, pero ahora esta actividad está mayoritariamente enfocada al turismo y al ocio. El mar ha pasado a ser lugar de recreo de nativos y visitantes y la pesca, de ser una actividad complementaria para la supervivencia, a ser una afición.
—¿Algún proyecto en marcha o inminente?
—En realidad tengo varios en marcha, aunque son proyectos que van para largo. Concretamente, uno de ellos está relacionado con el trabajo que acaba de publicarme Mediterrània y en él me gustaría sacar del olvido la vida y obra del tallista de origen ibicenco Joan Serra, autor de la làpida que el Ayuntamiento de Palma obsequió a la villa de Santa Eulària.
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