Verónica Forqué (Madrid, 1955) será la encargada de encarnar, a las 21 horas en el Palau de Congressos, a Shirley Valentine, el único personaje de la obra homónima de Willy Russell. Sin embargo, no se trata de un monólogo, en el sentido de que no es una sucesión de chistes. «Es una obra de teatro completa llena de emoción, humor y que hace reflexionar al espectador», según Forqué. Estrenada hace 30 años, la obra permanece tan vigente como el primer día. «Cuando hay un texto bueno, pasan los años y las piezas no se quedan anticuadas», aseguraba ayer la actriz a su llegada a la Isla. La obra, estrenada hace apenas un mes en Avilés, continuará su gira hasta el año que viene para recalar, posteriormente, en Madrid.
-¿Cómo fue su primer contacto con este proyecto?
-Por supuesto conocía la obra y había visto la película del año 1991. Tras leer el texto tuve la suerte de poder ir a verla a Londres, donde se estaba representando. Salí del teatro con una ilusión, con un subidón y un nudo en la garganta porque me emocionó mucho. Llamé por teléfono a mi compañero, Manuel Iborra [que dirige este montaje] y le dije: «La voy a hacer, no tengo la menor duda».
-Así, usted aprecia las pequeñas divergencias entre ambos montajes...
-La historia es la misma pero, indudablemente, cuando una actriz coge un personaje, lo hace suyo. El cuerpo, la voz y el alma de cada uno se refleja en el personaje. Ver la misma obra, interpretada por actores distintos, te hace ver aspectos diferentes, algo que es muy interesante.
-Muchas mujeres se deben sentir muy identificas con su personaje, ¿le pasó a usted lo mismo?
-Se van a sentir identificadas desde el minuto 0. Yo tengo 90% de Shirley Valentine (risas). Hay facetas en común que compartimos todas las mujeres que vivimos en pareja y tenemos hijos. Ella no tiene una carrera profesional, ha recibido poca educación, es una mujer sencilla y tiene pocos elementos de apoyo más allá de su familia, como tantas mujeres. Hay mujeres que deciden dedicarse en exclusiva a criar a sus hijos. Eso una trampa muy grande porque luego los hijos se van y se encuentran, con 50 años, en un momento vital estupendo y se preguntan: «¿Y ahora qué?». Tengo mucho de Shirley porque todas las mujeres que vivimos en pareja y tenemos hijos tenemos que andar pidiendo permiso, de algún modo.
-¿Cómo es Shirley Valentine?
-Ella es una mujer de 50 años, sus hijos ya se han ido de casa y vive con su marido. Lleva una temporada un poco inquieta, se siente alienada, desasosegada y con falta de ilusión. Ella dedide reaccionar y aceptar la invitación de una amiga suya divorciada y feminista que la invita a pasar 15 días fuera de casa. Eso, tan pequeñito en la vida de un ser humano, significa para Shirley toda una revolución. Ella, que sobre todo conversa con la pared y con el público, porque así lo ha elegido el director, habla de su infancia, de sus hijos, de su vida sexual, de su marido, a quien le gusta hacer todos los días lo mismo. Poco a poco, va abriendo su corazón y su alma y se da cuenta de todo lo que ha dejado en el camino. Así, recuerda como era ella misma con 20 años, cuando era aún soltera. Le resulta una figura ajena que ya casi ha olvidado.
-¿Cree que eso le ocurre a muchas mujeres?
-Sí, porque los maridos y los hijos exigen mucho. El trabajo de la casa es muy duro y pesado. Hay muchas mujeres que no cuentan con ayuda en ese aspecto. Es durísimo y no está en absoluto reconocido. Hay muchos maridos e hijos que están acostumbrados a que todo esté hecho cuando llegan a casa y no se asombran, ni lo agradecen, ni animan. Les parece que es así porque tiene que ser así. Es un trabajo que se tiene que reconocer con amor y agradecimiento. En ese sentido, la sociedad sigue siendo muy machista y hay muchas mujeres machistas que no educan a sus hijos para que disfruten haciendo la comida, o la compra, o la cama.
-Es sorprendente que eso siga siendo así...
-La mujer carga con todo ese peso y, cuando llega a la cincuentena, se pregunta qué hacer con su vida, que puede volverse, a veces, monótona y rutinaria y una tiene que llenarse de enriquecimiento personal, de alegría y satisfacción. Las mujeres tienen que pensar más en sí mismas y, en mayor o menor medida, todas tenemos algo de Shirley.
-¿Alguna espectadora le ha confesado su tentación, al final de la obra, de emular a Shirley?
-De momento, no. Pero el escenógrafo, que es muy gracioso, asegura que el 99% de las mujeres de la sala, en cada representación, haría lo mismo (risas).
-¿Cómo ha sido trabajar, de nuevo, codo con codo con su pareja sentimental, Manuel Iborra?
-Nosotros no estamos casados, en eso no me parezco a Shirley. Quería vivir en pareja y tenía una enorme ilusión por ser madre hasta que, finalmente, llegó mi hija María. Pero mi trabajo como actriz es algo central en mi vida desde que era muy joven. Nunca he abandonado eso, a pesar de ser madre. Es importante hacer una labor inteligente y amorosa para equilibrar ambos aspectos.
-Ha participado en 30 obras de teatro, en medio centenar de películas y en varias series de televisión, ¿la veremos pronto en la tele o en el cine?
-No sé que va a ser de mi vida (risas). En verano voy a hacer una película en Sevilla. Pero ahora, toda mi ilusión y mi energía están centradas en esta función, que ya es bastante.
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