Hay una frase en la fotografía periodística que resume todo su valor y su ejecución: «Si tu foto no es buena es porque no estabas lo suficientemente cerca». La sentencia se atribuye a Robert Capa y puede ser cierta o no, pero en todo caso se corresponde con el personaje, vividor, playboy y dispuesto a casi todo por obtener una buena imagen. Estuvo en las playas de Normandía, en Àfrica, en Italia, en China, en las guerras del sudeste asiático y, por supuesto, en la Guerra Civil española, el lugar donde comenzó a surgir su fama y conflicto al que viajó junto a su novia: Gerda Taro, una mujer decidida y casi aún más arriesgada que el propio Capa en lo que se refiere a aproximarse al motivo de sus fotografías.

Taro y Capa. Capa y Taro. Dos nombres ficticios, ocultadores de personalidades incómodas, que ya son leyenda y que dos libros recientemente editados nos acercan. El primero de ellos es Ligeramente desenfocado, obra en la que Robert Capa -cuyo verdadero anhelo era ser escritor- nos narra en primera persona sus aventuras periodísticas en la Segunda Guerra Mundial como si de un guión cinematográfico se tratara. Editado por primera vez en castellano por La Fábrica, el texto del fotógrafo nos permite adentrarnos en su sistema de trabajo, pero también en su vida hasta cierto punto disoluta, apurando cada copa de la vida como si fuera a ser el último trago y, en su caso, así era casi a diario.

Escrito con brío y fuerza, Capa nos atrapa añadiendo diálogos llenos de humor y cinismo, propios de los clásicos cinematográficos de la época, que pueden no aportar mucho al relato autobiográfico pero que sí que añaden esas notas de pimienta que hacen que el libro pueda ser literalmente devorado incluso por quienes no sienten un especial interés por la fotografía.

Gerda
Y el libro coincide en el tiempo con Gerda Taro, fotógrafa de guerra, firmado por el periodista Fernando Olmeda (Editorial Debate), que ha dividido su estudio en dos partes claramente diferenciadas. Por un lado, la historia de Gerda, la joven alemana que huyó del nazismo, cambió su nombre y se lanzó a una idealista cruzada antifascista en la que una simple cámara fotográfica era el arma que empuñaba, y, por otra, el presente de la fotografía en los conflictos bélicos y del trabajo de las reporteras en las guerras.

En la primera parte, Olmeda traza un sentido retrato del personaje, sosteniéndolo con los testimonios de quienes coincidieron con Gerda (y con Capa) en la contienda española. Tan jóvenes, tan guapos, tan fascinantes... La pareja se hizo rápidamente un hueco en los círculos de periodistas e intelectuales de la República. Aunque cae a veces con alguna reiteración en el interrogante acerca de los datos desconocidos de la biografía de Gerda, Olmeda logra un retrato bastante completo de la persona, la activista política y la periodista que se lee con interés. En la segunda, el afán por dejar un completo testimonio de las reporteras que han muerto buscando la noticia o que han sobrevivido a varios conflictos armados logra componer un mapa de la pasión que sienten por su trabajo, pero también del riesgo de quien se expone, muchas veces sin la suficiente protección, a una peligrosa búsqueda de la verdad.