La pérdida de Barry Flanagan ha sido una de las peores noticias culturales del verano ibicenco. Aunque esperada por los íntimos, su muerte el pasado 31 de agosto con sólo 68 años causó un gran impacto. Su amigo Enrique Juncosa, director del Irish Museu of Modern Art de Dublín, que acogió en 2006 una gran retrospectiva del artista galés, valora su figura artística y su categoría humana.

-¿Qué relación tenía con Barry Flanagan, profesional y personalmente?

-Organicé una importante retrospectiva sobre su obra para la Fundación 'la Caixa' en Madrid en 1993, que después viajó al Musée des Beaux-Arts de Nantes (Francia). Nos hicimos entonces muy amigos y le traté mucho, a él y a su familia. Barry pasaba con mucha frecuencia por Barcelona, donde yo vivía entonces. Colaboramos también en 2002 en un libro titulado Apartamento minimal y otros poemas, con grabados suyos y mis poemas, editado por Toni Tàpies en Barcelona. Y en 2006 organicé otra retrospectiva de su obra en el Irish Museum of Modern Art (IMMA) de Dublín, el museo que dirijo, en colaboración con otra institución dublinesa, la Hugh Lane Municipal Gallery. Para la ocasión, se instalaron grandes esculturas en el centro de la ciudad. Por casualidad, los dos acabamos teniendo una gran relación, tanto con Dublín como con Eivissa. Barry se nacionalizó irlandés, así que vivía entre Dublín, a donde yo llegue en 2003, y Santa Eulària. Era una persona muy generosa, brillante y original, que se interesaba y apoyaba económicamente otros proyectos artísticos.

-¿Significó mucho Eivissa en su biografía?

-Barry llegó a Eivissa en 1987, si no recuerdo mal, después de conocer a Renata Widmann, con la que tuvo dos hijos. Vivía en las afueras de Santa Eulària. Su última compañera, Jessica Sturges, con la que vivió seis años, es también ibicenca de adopción. Creo que Barry estaba muy cómodo en la isla disfrutando de su tradición inconformista y abierta. En 2008 consideró la idea de construir una fundación en la isla, pero creo que le abrumaron las posibles complicaciones burocráticas.

-¿Qué relación tiene usted con esta isla? ¿Está al tanto de su realidad artística?

-Nací en Mallorca, así que desde siempre he sabido de Eivissa. Además, desde 2003, cuando organicé la exposición Barceló a les Balears, que tuvo lugar en todas las islas, vuelvo a Eivissa varias veces al año. La verdad es que cuando lo hago estoy perdido en el campo, cerca de Santa Gertrudis, viendo solamente a algunos amigos, pero planeo residir en la isla muy pronto. Desafortunadamente, mientras tanto, apenas hay vuelos directos desde Dublín, y sólo en verano. Pero yo prefiero la isla en invierno.

-¿Cuál es su valoración crítica de la obra de Flanagan?

-Es uno de los escultores británicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX; y precisamente, la escultura es el terreno en el que los británicos más se han destacado, conformando la extraordinaria tradición que representan Gaudier Bredszka, Henry Moore, Anthony Caro, Barry Flanagan, Richard Long, Tony Cragg, Richard Deacon, Anish Kapoor y Rachael Whiteread, entre otros. Su obra es muy difícil de clasificar y no pertenece a ningún grupo o movimiento. Flanagan era decididamente independiente.

-¿Qué peso cree que tiene Flanagan en la historia de la escultura del siglo XX?

-Es algo pronto para decirlo, pero como he dicho antes, es uno de los grandes nombres de la escultura de su país, que no es poco.

-¿Cómo vivió él la gran antológica que presentó en el IMMA?

-Creo que con mucha felicidad. Fue una gran exposición, organizada por las dos primeras instituciones de arte moderno y contemporáneo de Irlanda, que fue muy bien recibida tanto por el público como por la crítica. Barry era una presencia muy visible en la comunidad artística de Dublín.

-Por cierto, ¿qué tal lleva el cargo de director de este museo? ¿Es complicado?

-Supone un montón de trabajo y viajes incesantes, pero es también un puesto con muchas satisfacciones. Llevo en Dublín cerca de siete años y mi actividad ha sido extremadamente bien recibida, así que estoy muy satisfecho.

-¿Tiene el IMMA un línea estética y conceptual clara?

-Por supuesto. Pienso que se acabaron los tiempos del dogmatismo y de la noción de una única estética dominante marcada por la crítica o el mercado. Me interesan mucho ciertos modelos literarios como el que representa, por ejemplo, la narrativa del chileno Roberto Bolaño, cuyas grandes novelas presentan simultáneamente diferentes historias que no provienen únicamente de las grandes urbes occidentales. He expuesto en el museo, por eso, mucho arte asiático y latinoamericano, por ejemplo. También he recuperado muchas figuras históricas irlandesas. Asimismo, me interesan mucho los enfoques multidisciplinares, y he colaborado bastante con escritores y compositores. Además, en la programación me satisface mucho no presentar los grandes nombres más de moda, sino mostrar figuras que en este momento pueden estar algo olvidadas.

-Con el caso de Todolí dirigiendo la Tate Modern, el suyo y no sé si habrá algún otro más, ¿están los gestores culturales españoles en alza en el mundo?

-En España se ha hecho un gran trabajo en los museos, sobre todo en los ochenta y los noventa; y esto se ha reconocido, obviamente, al ofrecernos trabajar afuera. El IVAM, donde Todolí y yo mismo trabajamos, aunque no al mismo tiempo, ha sido uno de los grandes museos de Europa; aunque ha dejado de serlo, lamentablemente, tras la partida de Juan Manuel Bonet.

-¿Está con algún proyecto que le haga especial ilusión?

-Sí, en una gran exposición con el artista francés Philippe Parreno, que se inaugura el 3 de noviembre. Es uno de los artistas más interesantes de estos momentos. También salen ahora mis dos últimos libros de poemas traducidos al inglés; y estoy escribiendo, finalmente, un libro de relatos.

>«La primera exposición de Barry Flanagan -recuerda Enrique Juncosa- tuvo lugar el mismo año en el que se graduó, creo que en 1965 o 1966, en la galería Mayor Rowan de Londres, que era una galería importantísima entonces. Sus primeras obras estaban realizadas con materiales que resultaban en aquellos años muy inusuales: arena, tela de saco, troncos, luz proyectada... Y se vio en relación con las estéticas más avanzadas del momento, como el arte povera, el arte conceptual o el land-art. Muy pronto su obra se vio en colectivas en las grandes instituciones internacionales de Nueva York, Tokio, Londres y París. A Finales de los sesenta formó parte de la que fue la más importante exposición de ese periodo, When attitude becomes form, comisariada por Harald Szeeman, para museos de Amsterdam y Berna. En 1972, también participó en The New Art, en la Hayward Gallery de Londres, exposición definitiva que mostraba la nueva generación de artistas británicos. En esos años conoció a otros artistas de la época, como Michael Craig-Martin, John Latham, Yoko Ono, Eva Hesse o Mario Merz.

En los 70 produjo otra serie de obras con distintos tipos de piedra, sobre las que apenas intervenía. En 1979 produjo su primer bronce y poco después, ese mismo año, su primera liebre».

Material predilecto

«A partir de los años ochenta el bronce se convirtió casi exclusivamente en su material predilecto, aunque también trabajó con mármol y cerámica. En esa década -continúa-le llegó a Flanagan su mayor reconocimiento, representando al Reino Unido en la Bienal de Venecia de 1982, una exposición que viajó después a Alemania e Inglaterra. En 1983 se le dedicó también una gran retrospectiva en el Centre Georges Pompidou de París; y en 1985, la Tate de Londres organizó una retrospectiva de su obra gráfica. A partir de entonces trabajó, en grandes formatos, con Waddington Galleries en Londres, una galería muy influyente; y tuvo importantes exposiciones en la calle en Nueva York y Chicago en los años 1995 y 1996. Le encargaron también esculturas públicas en Japón, Francia, Estados Unidos, Bélgica y el Reino Unido, entre otros países».