Miquel Mont junto a una de las obras que expone en la galería Van der Voort. Foto: K.TABERNER.

«La gente ya no se indigna con casi nada, eso forma parte de la época dorada de las vanguardias; pero me encanta cuando algún trabajo mío provoca ese tipo de reacción». Así de claro se mostró Miquel Mont, el pintor catalán residente en París que inauguró ayer su primera exposición en Eivissa. Y es que su propuesta estética, de la que presenta en la galería Van der Voort una muestra significativa, puede llegar a provocar e indignar al espectador: cuadros monocromos, pinturas «emparedadas» tras el lienzo, o «apiladas», o «taladradas» o «goteadas». «Más que indignación, lo que hay es indiferencia. El arte contemporáneo se ha convertido en un receptáculo de cosas tan diversas, que hay pocas cosas que indignen, salvo cuando escandalizan por connotaciones sexuales o de simbología política; y eso suele ser muy sospecho, porque son mecanismo fáciles de explicar», añadió.

Mecanismos que las vanguardias explotaron con creces; pero «ya se acabaron, es un periodo ligado a un proyecto político, a un cambio social que generó un gran mito; mas ya no se puede trabajar con esa actitud», apuntó Mont a este periódico. «El problema principal de la pintura hoy es cómo posicionarse con relación al abuso de la imagen en el que estamos sumergidos; la fotografía, el cine y la televisión han robado el dominio de la imagen a la pintura». Ante tal situación, su respuesta «son trabajos que tienen en cuenta algunos de los elementos de la pintura de una manera muy despojada y esencialista».

Según Miquel Mont, «hay dos tendencias realmente contemporáneas en la pintura: la de los que retoman la imagen de los media y desarrollan un discurso crítico con un aparato pictórico acorde con estrategias cercanas al pop; y la esencialista, pero sin el discurso radical de superar las tendencias pasadas que había en los 60 y los 70. Es decir, yo no hago un gesto iconoclasta como el que se hacía dos décadas atrás».

Ante las propuestas estéticas de Mont, valoradas con interés por la crítica francesa y española, suscita curiosidad especular hacia dónde proyecta su obra: «Cada vez cobra más protagonismo el trabajo ligado con la arquitectura, con murales sobre la misma pared; plantearse la obra como proyecto, sin que importe que sea yo mismo el que la haga, porque no exige una virtuosidad. Quiero restar importancia a la factura de la firma, ese argumento comercial contra el que hay que luchar, dentro de lo posible, porque puede convertirse en una trampa». «Es el eterno debate sobre la relación perversa e ineluctable que tiene el arte con el dinero; una paradoja que no se resuelve tomando actitudes simplistas, porque las cosas son muy complejas; hay que jugar dentro de ciertos límites con el poder del dinero sin perder el sentido crítico hacia su deshumanización», concluyó.