Hundido anímica y económicamente, pero sin ansías de revancha, el empresario Bartolomé Sbert concede en exclusiva a Ultima Hora su primera entrevista y desvela hasta qué punto los instructores del caso Cursach' acabaron con él y con el resto de acusados en una trama repleta de mentiras y falsedades.

¿Esperaba un juicio así?

—Sabíamos que no habíamos hecho nada, pero llegar al punto de ver esa puesta en escena esperpéntica en ocasiones, nos preguntábamos qué hacemos aquí. Cuando empezó el juicio oral, no tenía ninguna esperanza. Vienes de tal paliza, de tal invención...    Nos hemos encontrado delante de un tribunal que son juezas en letras mayúsculas. Era un juicio muy difícil, muy contaminado y ha habido tres mujeres que han sido honestas, serias, que aman la justicia y hemos llegado a descubrir la verdad.

¿Cuándo comenzó a ver que todo se desinflaba?

—Me di cuenta en el momento en que Blanca [la inspectora del Grupo de Blanqueo] pasó seis horas ante el tribunal sin contestar nada. Después conocimos la estrategia de los instructores: ni documentan ni investigan. Había mentiras tan grandes como que yo traía droga de Colombia en el año 98. Entonces era director de Aquacity, no conocía siquiera a Cursach. Te preguntas, ¿cómo es posible que no hayan mirado mi historial laboral?

¿Provocaron el juez y el fiscal su muerte civil?

—Yo tenía que llamar para pedir un médico y decía, de parte de Tolo Nicolau. No usaba el apellido Sbert, había desaparecido. Mis hijos dijeron, somos Sbert, confiamos en ti, pero tuve que dejar el apellido de mi padre. Civilmente estamos muertos, la muerte civil existe. Los meses de trato inhumano de un diario que fue a liquidar a las personas, nos ha matado. Vosotros en Ultima Hora, en cambio, fuisteis los más valientes con las páginas sobre la madame, los WhatsApps del grupo... Os enfrentasteis a los instructores para contar la verdad.

Estaba todavía en prisión...

—Yo pude salir en el mes de octubre si pagaba una fianza. Me quedé. Si salía estaba vendido. Si hubiese salido... cuando alguien pedía la libertad venía otro testigo protegido que decía que le querían pegar.

Sostenían que era teatro.

—Pues a ver quién quiere ir a la cárcel y estar dos meses más que le toca. El primer momento en que Penalva fue recusado salí al minuto. ¿Como puedes hacer teatro estando en la cárcel? La cárcel es lo más deprimente y denigrante que le puede pasar a un ser humano.

¿Es cierto que conocía a Subirán de una fiesta en su casa y que hubo un sonado incidente?

—Eso es cierto y, por respeto a la gente que había, prefiero no contar nada más. Vino a un cumpleaños mío hace veinte años con su pareja que sí era conocida mía y ya está. No acabó bien. No le volví a ver, mi mujer sí que le vio sobre el 2015 y tomó un café con él en el aeropuerto. Yo, cuando me decían que era él el fiscal, al principio me tranquilizaba, porque tenía referencias mías.

¿Actuaron por ego juez y fiscal?

— Yo creo que sí. Hablando del juez, el fiscal y los policías, mi opinión es que son unos disfrazados de juez, fiscal y policías.    Esta gente han sido una anomalía del sistema. Después de terminado el juicio volvemos a creer todos en la Justicia porque ha salido la verdad y ha habido Justicia. Se encontraron con un periódico que les dio soporte incondicional en noticias sin contrastar y eso les enfermó la cabeza.

¿Qué pensó cuando leyó los mensajes de whatsapp de los instructores desvelados por ‘Ultima Hora'?

—Te derrumbas más. Mueres un poco más. Tocas fondo. Pasar 72 horas en un calabozo es terrible, una experiencia indescriptible. No se puede tener a un ser humano allí dentro, prefiero la cárcel y mientras ver los mensajes que se enviaban...

¿Cómo se gestó pedir la recusación de Penalva?

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—Mi abogado dijo, si esto sale mal estamos listos. Le dije: yo he entrado aquí y me piden 85 años de cárcel, llevo nueve meses. Estoy listo, ya no me queda nada, tengo que intentarlo. En aquel momento tomé la decisión de todo o nada.

¿Qué coste ha tenido económicamente el caso para usted?

—Estoy arruinado, he tenido que empezar de cero. Todos los ahorros de mi vida los he tenido que gastar. En dinero... un millón de euros. Pensad que, con 57 años ya tienes la vida hecha: estás preparando el final de tu vida laboral. Te pegan estas castañas y hay que volver a arrancar. Mi hija cogió dos restaurantes y me puse a ayudarla. Y te tienes que poner a fregar los vasos...   

Existió el rumor de que Cursach y usted se habían distanciado y que se planteó colaborar con juez y fiscal. ¿Fue así?

—Nunca, porque no tengo nada que decir de Tolo. Hemos estado veinte años trabajando. Hemos sido honestos. Nos han pasado la lupa por todos los lados y no han encontrado nada. Me querían hacer vender a José María Rodríguez (político del PP). La primera vez en policía, un agente me llevó al despacho: «si no, te vas a comer cinco meses», me dijo. Después, en el juzgado, cuando Carrau nos leyó todos los delitos que nos imputaban me llevaron a un rincón y me puso la mano aquí: «te vas a comer cinco meses. Dame a Rodríguez y te vas», insistió.

¿Cómo fue su entrada en la cárcel junto a Cursach?

—Estábamos en el módulo de preventivos y a la celda le decía    que era un baño con dos camas. Al principio estábamos muy despistados. Después pase a ser bibliotecario y responsable del comité de bienvenida. Lo importante en la prisión es ocuparte. Lo que peor se lleva es el sufrimiento de la familia.

Se produce entonces la muerte de su padre...

—Fue terrible. Un ataque al corazón. Él no sabía que yo estaba en la cárcel. Mi padre siempre leía Ultima Hora y mi hermana llegaba antes a su casa para quitar del diario todo lo que hacía referencia a mí. Una vez a la semana hablaba con él por teléfono desde la cárcel y me decía, ¿por qué no vienes? Le decía que estaba de viaje en Brasil. Un día, vinieron mi mujer y mis hijas a las nueve de la mañana a decirme que mi padre había muerto... no me pude despedir. Es injusto.

Bartolomé Sbert.

¿Tiene contacto con Cursach?

—Hablamos. Ahora más las familias, pero sí. Tolo es un gran empresario y un gran tipo. Tiene palabra. Hicimos algo guapo desde el punto de vista empresarial. A Tolo le quiero, más allá de la relación profesional que hemos vivido. Tiene palabra y siempre cumple.

¿Jugaban duro con la competencia?

—No, cuando una empresa es tan grande, no puedes. Tienes unos códigos y unas instrucciones. Siempre ha habido una leyenda sobre la empresa, pero es simplemente eso, una leyenda. Si tienes gimnasios, hoteles, discoteca... se consigue con trabajo y mucho trabajo. No hay más.

¿Sobrevive esa leyenda negra?

—Sí. Seguiremos siendo la mafia, para la gente que no nos conoce seguirá prevaleciendo la leyenda. Solo parte de nuestro nombre se ha limpiado.

Acusa en el TSJIB a Penalva y a Subirán, ¿qué les desea?

—Mi conclusión de todo lo que ha pasado es que esto ha sido una partida de perdedores. Solo se podía perder. Hemos perdido nuestras vidas, las reconstruiremos y ellos (Penalva, Subirán y el Grupo de Blanqueo) han perdido las suyas. Si les condenan, la cárcel no sirve de nada. Para este tipos de personas no es justa, lo mismo que para nosotros. Siento mucha pena, no les tengo odio. Se han destrozado y quienes lo están sufriendo son sus familias. No me alegraré, la verdad, si los encarcelan. No tenían que haber hecho lo que hicieron. He tenido momentos de mucho odio, pero mi hija me decía: «He conseguido no odiar a nadie y ahora soy más feliz». El calvario que ya están pasando ya no tiene precio. Son mis primeras navidades libre, ellos van camino de esa tortura que hemos vivido nosotros y no se lo deseo a nadie.

¿Se acabó todo?

—Todavía seguimos con miedo. A todos los que nos atacaron ahora les van a investigar. Tengo miedo. Son profesionales del lío.