El desconocimiento, la «gordofobia» y los estigmas sociales invisibilizan la problemática. Quienes lo padecen en ocasiones ni siquiera lo identifican como un trastorno y no piden ayuda para tratar de superarlo. Un drama que viven en solitario miles de personas en España.
Iratxe Aguirre, psiquiatra que coordina la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) del hospital de Son Espases de Palma, explica, en una entrevista para Última Hora, las claves para entender, identificar y ponerle fin a esta enfermedad.
¿Qué se considera «un atracón»?
«Si una persona tiene un problema sentimental o laboral y se pasa la tarde viendo la tele y comiendo una tarrina de helado para desconectar no es un atracón», recalca la psiquiatra.
El episodio clínico de atracón es una ingesta alimentaria de gran cantidad de comida en un espacio corto de tiempo. Y no solo una vez: para ser diagnosticado como trastorno, la escena debe repetirse una vez a la semana durante al menos tres meses. Al contrario que en la bulimia, en el TA no existen conductas compensatorias: ni ejercicio físico en exceso ni vómitos provocados.
Una situación muy frecuente es ir al supermercado y comprar gran cantidad de comida, normalmente ultraprocesados altamente calóricos, como bollería industrial, chocolates o aperitivos salados.
El paciente consume toda esta comida en un corto espacio de tiempo (en torno a un máximo de dos horas) y con una sensación de pérdida de control.
«Lo más característico del trastorno por atracón es la sensación de perder el control sobre lo que se está comiendo. Se come sin parar, aunque uno ya se sienta lleno».
Una respuesta ante el mal manejo emocional
Normalmente quienes lo padecen suelen tender a estas prácticas en situaciones de estrés, problemas laborales o emocionales. Ante la incapacidad de gestionar este tipo de emociones, el paciente recurre a la comida para evadirse.
En un primer momento se logra eliminar la ansiedad. Pero es solo un parche. Momentos después reaparece el malestar y se agrava: «Inicialmente se calma, pero inmediatamente va acompañado de un sentimiento de vergüenza, de culpa y de sufrimiento», detalla Aguirre.
Es un trastorno que se vive en soledad. «No es algo que se note socialmente». Y es que los atracones se suelen dar en solitario y, tras consumir toda la comida, el paciente se deshace de los restos o los esconde, avergonzado. «Siempre resuena una vocecilla de ‘No lo debería de haber hecho».
Ante la falta de evidencias, no es hasta que la propia persona lo identifica como un problema y se atreve a contarlo y buscar ayuda hasta que se puede detectar y tratar.
El tratamiento: «Hay salida»
Si algo recalca la psiquiatra Aguirre es en que quien se sienta identificado con lo expuesto sobre el trastorno por atracón pida ayuda. Es el primer paso para salir de la oscura y peligrosa espiral.
Para ello, solo hay que acudir al médico de cabecera y exponer el problema. «Hay que ir y decir lo que a uno le sucede. Y no pasa nada. No hay que tener miedo a ser juzgado, sino esperanza de curarse», alienta la psiquiatra.
El profesional, dependiendo de la gravedad de cada caso, derivará al paciente a Enfermería de Atención Primaria o a la unidad de Salud Mental. «Es un trastorno que, si se trata, tiene buen pronóstico. Hay salida. Incluso para los casos más graves, con terapia y fármacos, se sale».
Sobrepeso y obesidad
Al consumir con tanta frecuencia grandes cantidades de comida altamente calóricas y, a falta de conductas compensatorias, como en el caso de la bulimia, la mayoría de los enfermos de TA acaban con sobrepeso u obesidad.
Esto acarrea toda una serie de problemas de salud física, además de los propios de la salud mental.
La psiquiatra jefa de la Unidad de Trastornos de la Alimentación de Son Espases reclama que se imparta educación nutricional en las escuelas.
«Esto no es enseñar la pirámide nutricional o decir que hay que comer frutas y verduras. Es abordar la relación que establecemos con la alimentación, tomar consciencia de lo que se come, saber identificar cuándo uno está saciado...».
Ello, junto con educación emocional, incide Aguirre, ayudaría a disminuir las cifras de enfermos con trastornos de la alimentación o con adicciones al tabaco, al alcohol o a las drogas. «La clave está en educar a los niños para que sean adultos sanos en el futuro».
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