Maria es el nombre ficticio que prefiere utilizar esta mujer, de 49 años, que lleva media vida siendo positiva en VIH. La diagnosticaron en 1992, cuando la enfermedad apenas se conocía y se convirtió en un tabú, que sobre todo en los casos de mujeres, todavía persiste.
¿Cuándo la diagnosticaron?
—A los 18 años me fui a estudiar Medicina a Barcelona. En esa época estaba con un chico sin que fuéramos una pareja estable que dio positivo. A mí me lo dijo un amigo suyo, me hice la prueba y en mayo me diagnosticaron.
¿Cómo se sintió?
—En ese momento casi me desmayo. Tenía unos 20 años. Entonces nadie hacía pronósticos, simplemente veías que la gente se iba muriendo. No te explicaban los riesgos, era una enfermedad que se asoció al colectivo gay o a la adicción a la heroína. Yo lo veía muy ajeno a mí, no se relacionaba con relaciones heterosexuales. De hecho yo utilizaba pastillas anticonceptivas que en ese momento era lo más.
Con el diagnóstico de una enfermedad desconocida que en ese momento era mortal, ¿cómo lo sobrellevó?
—El chico que me lo transmitió murió de SIDA al cabo de dos años, se lo diagnosticaron cuando ya estaba muy mal. Yo tuve suerte, mis médicos eran entendidos en la materia y no fueron alarmistas. Me decían que me cuidara, que hiciera vida normal. Tuve una gran crisis sobre si dejar o no la carrera y decidí continuar porque estaba tan perdida que al final me daba una estructura de algo que hacer.
¿Buscó el apoyo de una asociación?
—Ojalá. Ahora se hace pero no entonces. Tuve mucho apoyo familiar, de mis padres, mis tíos, mi hermano al ser más joven se asustó más pero nunca me han rechazado como he escuchado en otras historias. Lo conté a muy pocas amigas. Si ahora es tabú imagínate entonces, hace casi 30 años.
¿Cómo fueron sus relaciones sexuales con otras personas desde entonces?
—Lo primero que hice fue relacionar el sexo con problemas. Pero luego la gente se acostumbró a utilizar el preservativo, mucho más que ahora en que no se tiene la sensación de peligro. Tuve alguna relación corta a la que no se lo dije, pero nunca puse en riesgo a nadie. Yo tampoco lo llevaba tan bien como para ir contándolo. Después conocí a mi pareja con la que estuvimos unos 15 años y se lo conté a los dos meses. Lo aceptó, se informó y un médico amigo le dijo que con precauciones no había problema.
¿Puede hablarlo ahora con mayor tranquilidad?
—Ahora lo sabe más gente pero nunca he hablado de ello con tranquilidad. Me gustaría llegar a esto y visibilizarme totalmente pero es complicado. Hay una parte que es el autoestigma, después de ocultarlo durante tantos años hay una parte de ti a la que le cuesta que todo el mundo lo sepa. Me ha quedado una ansiedad crónica, quizás no sea solo por esto, pero es de uno de los síntomas más comunes sobre todo en los diagnosticados hace tiempo, hemos pasado años pensando que íbamos a morir.
¿Ha tenido problemas de salud relacionados?
—La verdad es que no. Siempre he estado muy bien controlada y he cumplido con todas las precauciones. Tardé mucho en empezar a tomar la medicación y ya fue la nueva, los antirretrovirales que ya no tienen tantos efectos secundarios. Mi vida ha sido aparentemente normal.
¿Qué le diría a alguien a punto de pasar por su misma situación?
—Yo estoy de voluntaria en la asociación ALAS desde hace tres años y me ha cambiado la vida al poder empezarlo a hablar con otras personas en situación similar. Te cuentan la vida y empiezas a llorar porque encuentras a alguien con tu misma experiencia. Las mujeres tenemos unas historias que dan miedo porque muchas se diagnostican muy tarde y en muchos casos se infectan por su pareja estable. Conozco varias historias de éstas.
Es un ejemplo de que el virus no entiende de género.
—Es que no hay personas de riesgo, hay prácticas de riesgo y no solo para el VIH, también para la gonorrea o la sífilis. En mi caso soy indetectable, es decir, tengo una carga viral que no se detecta en una simple analítica. Si lo eres, el virus es intransmisible por la vía sexual y esto te cambia la vida porque ya no tienes el miedo a transmitir que me ha perseguido siempre.
¿Cómo ha evolucionado su calidad de vida?
—Siempre la he tenido, el truco es el diagnóstico precoz. No cuesta nada hacerse las pruebas. En ALAS las hacemos, además hay atención psicológica para las personas que vivimos con el VIH y también atención social. Cada mes se organizan encuentros entre usuarios donde podemos hablar en confianza entre nosotros. Tenemos el programa PARES para los que llegan con un diagnóstico positivo y quieren hablar con un voluntario.
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