Tablilla de bronce encontrada en Es Culleram, actualmente en el Museo Arqueológico de Alicante.

Desde el primer número de WKND hemos ido desgranando en una serie de reportajes el gran expolio arqueológico que sufrió Ibiza y Formentera a finales del siglo XIX y primer cuarto del siglo pasado, tanto por parte de los arqueólogos oficiales como de los extraoficiales o clandestinos que destrozaban los yacimientos con sus cuadrillas de obreros. Algo que se debió a que hasta el siglo XVIII apenas tenían importancia los restos arqueológicos. Sólo se fijaban en ello los denominados anticuarios y un pequeño grupo de personas cultas, sobre todo amantes del mundo grecolatino. En aquellos tiempos, con dinero y tráfico de influencias podías llevarte lo que te diera la gana de casi cualquier país, desde los frisos del Partenón hasta un obelisco egipcio entero.

En el caso de las Pitiusas y de las Baleares salieron infinidad de piezas valiosas. Antoniio Vives Escudero, Juan y Carlos Román, Pérez-Cabrero, o Josep Costa Ferrer Picarol excavaron como les vino en gana y se quedaron con lo que quisieron, aunque también es cierto que a algunos de estos personajes tenemos que agradecerles su interés por las piezas ebusitanas. Gracias a ellos muchas se preservaron en el Museo de Ibiza, en el Museo Arqueológico Nacional o en el Museo de Arqueología de Cataluña, donde son importantes las piezas ibicencas tras los trabajos de rapiña de arqueólogos catalanes como Josep Colominas i Roca.

A principios del siglo XX el Estado apenas era invasivo en materia de arqueología. El poder real lo tenía el propietario o inquilino del terreno donde se encontraba el yacimiento de turno. De esta forma los toros de Costitx (Mallorca) se los quedó quién los encontró en 1895, un campesino que estuvo a punto de venderlos al Museo del Louvre en París antes de que el ministro Antonio Cánovas del Castillo ordenara que se compraran para que luzcan en el Museo Arqueológico Nacional. Tres cuartos de lo mismo sucedía en Ibiza como vimos hace una semana que el propietario del terreno, Xico Roig, tenía un acuerdo con el caricaturista Jose Costa Ferrer Picarol para venderle los materiales arqueológicos que aparecieran en su parcela. Además, había muchas luchas intestinas para hacerse con la propiedad o alquiler de los terrenos del Puig des Molins, que se disputaron durante largos pleitos los Román con Vives Escudero.

Este afán por quedarse piezas relevantes y ponerlas en el mercado del coleccionismo era habitual y no sólo entre los pequeños arqueólogos y picaros, sino también entre los grandes. El alemán Adolf Schulten (1870-1960), profesor y finalmente rector de la Universidad de Erlangen, estuvo mucho en España intentando desentrañar el enigma de Tartessos y como no lo consiguió se conformó con sus excavaciones en Numancia (Soria) especializándose en dos personajes cenitales de nuestra historia: Viriato y Sertorio. Fue muy jaleado por el rey Alfonso XIII, luego protegido por el dictador Francisco Franco y tuvo sus más y sus menos con los eruditos españoles de su tiempo, porque no los citaba en sus publicaciones, los consideraba inferiores y se le acusó de expoliar Numancia y otros sitios antiguos y agenciarse la friolera de 13.000 objetos celtibéricos.

La piedra Rosetta, encontrada en julio de 1799
El primer erudito que intentó seriamente descifrar los jeroglíficos fue el jesuita alemán Atanasio Kircher (Geisa, Alemania,1602 – Roma, Italia, 1680) pero sus resultados fueron tan improductivos como los de otros eruditos de los siglos XVII y XVIII. El 19 de mayo de 1798 partía del puerto francés de Tolón, camino de la conquista de Egipto, Napoleón Bonaparte. En la flota había conseguido llevar un gran ejército y, lo que resultó más importante, numerosos sabios. Su misión no tuvo el éxito conquistador que esperaba pero de ella nació la egiptología. En julio de 1799, cerca de la desembocadura del brazo occidental del Nilo, en el pueblo de Rosetta, el capitán de ingenieros francés Pierre-François Bouchard, cuando iban a derribar el fuerte de San Julián de Rosetta, halló una losa de basalto negro empotrada en un muro. Enseguida se dieron cuenta que contenía tres escrituras diferentes, jeroglífico egipcio correspondiente a las primeras dinastías, demótico (una forma modificada del carácter hierático usado en los tiempos ptolemaicos y griego, y tras darse cuenta que podría ser descifrado el párrafo escrito en este último, envió la losa a El Cairo, donde el propio Napoleón mandó que se hicieran copias para su traducción comparada. Finalmente esta piedra fue la clave para descifrar los jeroglíficos y es, probablemente, la inscripción más legendaria que existe aunque hay otras.

Adolf Schulten y su visita a Es Culleram
Pues bien, Schulten viajó varias veces a Ibiza. Y la pregunta es ¿qué hizo en las Pitiusas? Por el un artículo del Diario de Alicante en 1931 sabemos que «de nuevo se halla en Alicante el ilustre arqueólogo descubridor de Numancia e infatigable investigador de las viejas edades (…) el domingo saldrá para Ibiza». Gracias al detallado artículo del historiador inglés afincado en las Pitiusas, Martin Peter, en la Enciclopèdia d´Eivissa leemos algunos detalles del paso de Schulten por la Isla.

Martin Peter incluye dos visitas del arqueólogo y filólogo. Una consistió en una estancia de tres semanas durante la Navidad de 1919-1920 y la otra la llevó a cabo en 1935. Es cierto que pudo ir más veces, como cabría deducir de la noticia que hemos incluido del Diario de Alicante. Pero seguro que Schulten estaba en febrero de 1936 en Ibiza porque escribió una carta desde la isla, posiblemente que al arqueólogo gerundense Luis Pericot García, en la que decía que «aquí gozo del sol pero mi corazón no funciona muy bien».

En Ibiza estuvo relacionado con el mundo púnico-ibicenco y con la inscripción o tablilla de bronce con caracteres tardopúnicos en sus dos caras, alusiva al culto de Tanit que se encuentra en el Museo Arqueológico de Alicante. Esta tablilla la encontró en 1923 en el exterior de la cueva de Es Culleram, José Marí Marí Pep Figueretes, junto a más de 600 terracotas, lo que da una idea de la importancia del yacimiento.

El labrador vendió la tablilla a Juan José Senent Ibáñez, Inspector de Primera Enseñanza de Alicante, de visita en la isla y que a su vez era Secretario de la Comisión de Monumentos de Alicante. Por ello acabó expuesta en el Museo Arqueológico de esa ciudad levantina. Allí en una de sus visitas, probablemente la de 1931, la vio Schulten, quien junto con Senent mandó fotografiarla para mandar las imágenes a su amigo, el gran erudito alemán Ludwig Richard Enno Littmann (1875-1958), profesor de lenguajes orientales de las universidades de Göttingen, Berlin o Tubinga, y una autoridad mundial en la lengua nabatea – una variante del arameo que habló Jesucristo – o en inscripciones caldeas. Littmann estudió la inscripción ebusitana y publicó en un periódico berlinés un artículo sobre la misma que fue traducido e incluido en el periódico republicano alicantino El Luchador en 1932.

Esa tradución viene a ser un ofrecimiento «para nuestra dueña, para Tanit, la poderosa». El historiador y exdirector del Museu Arqueològic d’Eivissa Jordi H. Fernández en el número 13 de la revista Fites trató la historia y los pormenores de la tablilla a la que nos referimos hoy por lo que le agradecemos sus puntualizaciones.

Visitas de Schulten al Museo Arqueológico de Ibiza
Ya en Vila, en el Museo Arqueológico que tal vez le enseñó Macabich, a Adolf Schulten le asombró ver pocas armas, en comparación a las que veía en los museos peninsulares con restos del mismo corte cronológico. Esa falta de material disuasorio la atribuía a que los cartagineses ibicencos eran tan ricos que ni siquiera necesitaban armas porque compraban todos los mercenarios que quisieran. Le gustó mucho al alemán la gente que vivía en Vila, se quedó atónito de ver tantos olivos juntos en la Isla, que no hubiera delincuencia alguna y el paisaje pitiuso, sobre todo el el litoral o Es Vedrá con sus cabras.

El interés de Schulten por el mundo antiguo hispano y celtibérico, desde Galicia a Cáceres o Cádiz, está más que acreditado en infinidad de sus publicaciones, pero también mostró curiosidad por el mundo ebusitano en varios artículos. Uno lo publicó en 1900 y fue sobre las fuentes clásicas de las Baleares. Luego en la edición de la Ora Marítima escrita por el poeta latino Rufo Festo Avieno en el siglo VI adC también trató sobre las Pitiusas y aquel célebre párrafo en el que el rapsoda latino describiendo el Mediterráneo escribe: «Tras todo esto, en medio del oleaje se halla la isla Gimnesia, que traspasó este antiguo nombre a la población que la habitaba, hasta el cauce del río Cano, que los regaba; y a partir de allí se extienden las islas Pitiusas (abundantes en pinos), y las lejanas siluetas de las islas Baleares».

Carrera por quedarse piezas y ponerlas en el mercado

Este afán por quedarse piezas relevantes y ponerlas en el mercado del coleccionismo era habitual y no sólo entre los pequeños arqueólogos y picaros, sino también entre los grandes. Es famoso el caso de Henrich Schliemann (Neubukow, Alemania, 1822 - Nápoles, Italia, 1890), un hombre de negocios alemán que dedicó su cuantiosa fortuna a buscar como un zahorí, y con los libros de Homero en la mano, los restos de Troya, excavando también en Itaca, Tirinto y Micenas. Cuando comenzó ya era rico pero después se hizo más porque como dijo un colega suyo «el oro salía de las sepulturas en cantidades tales como para asustar al propio Schliemann».

Otro gran arqueólogo fue el alemán Adolf Schulten (1870-1960), profesor y finalmente rector de la Universidad de Erlangen, que estuvo mucho en España intentando desentrañar el enigma de Tartessos, vamos que quería encontrar Tartessos (no lo encontró) y se conformó con sus excavaciones en Numancia (Soria), además de especializarse en dos personajes cenitales de nuestra historia: Viriato y Sertorio

Por último, sería muy interesante poder tratar con documentación adecuada la relación que tuvieron Schulten y don Isidoro Macabich, ambos se conocieron en 1919, se vieron varias veces en Ibiza y compartieron afición por el mundo púnico-fenicio. De hecho, cuando murió el arqueólogo alemán, Macabich escribió una necrológica, como también hicieron Pericot y García Bellido. Por otra parte nuestro canónigo y achivero publicó en 1931, año en que ambos coincidieron en Ibiza, un libro titulado las “Pytiusas, ciclo fenicio”.