Atlant del Vent izo sus velas para que pueda disfrutar por primera vez una regata. Una vez arriba del barco esperaba las órdenes del capitán para saber qué función me tocaba, mi ignorancia me limitaba a molestar lo menos posible. En una regata las buenas o malas acciones se traducen en minutos más o minutos menos, cada maniobra conlleva una logística profunda llena de detalles. Si surge un problema se trata de solucionar lo más rápido posible, problemas hay siempre en todos los aspectos de la vida, el tema es que hacer después de cometer el error. El sonido de las olas con el motor apagado es de las mejores canciones que he escuchado últimamente. Las horas pasaban demasiado rápido, la primera hora y media fue de entrenamiento, ensayo y error, ensayo y error. Errar para solucionar, errar para aprender, errar para corregir y prevenir. Las quince horas era la hora pautada para el inicio de la regata, se sabía con exactitud de la hora de inicio pero no se tenía idea la hora de finalización. Salir al mar sin saber lo que puede pasar. La previa al inicio estuvo cargada de ansiedad, mezcla de tranquilidad y nervios, sonrisas y buena energía.
Navegar y competir una regata es mucho más que dejarse llevar por el viento, hay que ayudar al viento para que sople fuerte y las velas lo sientan, ahí está la experiencia, inteligencia e intuición del capitán y la tripulación. Donde manda capitán no manda marinero. Fui testigo del respeto en el mar, saber escuchar y valorar las decisiones, siempre buscando lo mejor para el barco. El equipo es más importante que cualquier tripulante. Una vez iniciada la regata mi puesto variaba según el viento, cada vez que el barco viraba tenía que ir para el lado opuesto, hacer peso en el lugar del barco más alejado del agua, a mi lado tenía mi consejero de viaje Josep María. Josep sin decirme nada me enseñó, con más años en mar que los míos de vida, sabiduría, paciencia, compañerismo y protección hacia el resto de la tripulación. Mi escaso conocimiento quedó fuera del barco una vez que empezó nuestra charla, seguí sus indicaciones de inicio a fin, sus historias también. Mientras las olas, mientras el viento, mientras los delfines que nos vinieron a saludar, mientras su preocupación por mi comodidad. Mientras agradezco haber compartido este viaje con él. Fui testigo de movimientos de los mejores ritmos de baile, las velas bailaron con el viento, el barco, las olas, el viento y el agua se complementaron de la mejor manera, cuando el viento soplaba fuerte la velocidad me despeinaba los pocos pelos que me van quedando, mi cara sentía la brisa y mi boca sonreía, mi mente también.
La regata consistía en navegar diez millas, salida pautada para las inmediaciones de Isla Negra, un pedazo de tierra denominado Esponja se tenía que tomar por babor, otro más alejado Lladó norte también por babor y llegada entre faro de Botafoch y Dado grande. La tarde seguía corriendo y la llegada estaba cada vez más cerca, competir es parte del ser humano y la cerveza sabe mejor cuando se gana. La soledad de la llegada nos esperaba, disfrutar llegar sin saber el resultado, el cual luego se iba a festejar. Disfrutar navegar. Una vez terminada la regata es tiempo de poner cada objeto en su lugar y prender el motor, momento de tranquilidad, momento de brindar por el trabajo realizado. Brindar por los aciertos y los errores, brindar por la experiencia vivida, brindar por lo que pasó y lo que se viene y por haber disfrutado esta travesía en primera persona. Mi mente está llena de recuerdos nuevos. Agradezco a cada integrante de la tripulación del Atlant Del Vent, en especial a David y Josep María. Hoy fui parte de la regata, regatear la tarde, regatear olas y rivales. Regatear la vida con viento de frente o a favor.