Nada más finalizar las restricciones empezaron los «expertos» a publicar sus predicciones. El turismo recobraría un 80% de su actividad previa en el año 2022 y el 90% en el 2023. La recuperación sería completa el siguiente año. La mayor parte de los trabajos se referían al turismo internacional, excepto los de Exceltur que analizan el nacional y el extranjero conjuntamente.
Tomaban en cuenta las previsibles secuelas del Brexit -Gran Bretaña es nuestro principal mercado- que han sido menores de lo previsto. Sin embargo, el «cisne negro», la invasión rusa de Ucrania, hizo saltar por los aires las premisas sobre las que se basaban los estudios. Sus consecuencias directas e indirectas, mezcladas con los efectos postergados del covid, son inmensas: encarecimiento de la energía, escasez de mano de obra en este sector, por no querer muchos trabajadores reintegrarse a trabajos que exigen alto esfuerzo físico en horarios, incluidos los fines de semana, que impiden una vida familiar estable y con sueldos en la franja baja de las tablas.
Al regreso, gran parte del medio millón de empleados que habían estado acogidos a los ERTE y otros que estaban en la economía sumergida han entendido que era mejor pasar a fijo discontinuo, con lo que la recaudación fiscal ha crecido notablemente. Los que todavía no se han reintegrado son una buena parte de los más de medio millón de extranjeros que trabajaban en el sector. Los ERTE han permitido un rápido regreso a la situación anterior.
Naturalmente los sueldos han tenido que subir, contribuyendo a la inflación. Los costes fijos tanto de las empresas de alojamiento como de las de transporte se han encarecido notablemente, y algunas variables, como la adquisición de productos de alimentación, muy por encima de la inflación general. El resultado es que tanto los precios de los billetes de avión como los de las estancias hoteleras han subido notablemente.
El mercado chino, la «gran ilusión», ha estado cerrado todo el año por la política gubernamental de COVID 0 y en el resto de los mercados asiáticos faltaba el ánimo y el transporte para moverse.
En Estados Unidos, con los mismos problemas de inflación que en Europa, su inmenso mercado nacional se recuperó a lo largo del año y el emisor internacional, excitado por el dólar alto, se fue animando según este avanzaba.
Nuestro principal mercado sufría por las dificultades económicas, la caída de la libra y el errático comportamiento de los gobiernos de Johnson y Truss. En Alemania la amenaza de recesión planeó durante meses sobre la economía, muy afectada por la dependencia de las fuentes de energía rusas de las que había que prescindir. Los países escandinavos se encontraron de repente con el lobo a la puerta de casa y se encerraron mientras pedían ayuda. Los rusos dejaron de venir. Los grandes aeropuertos vivieron un verano de caos al no poder gestionar un tráfico mayor del previsto.
Las dificultades en los grandes mercados y en el italiano, se fueron diluyendo tras el verano al tiempo que otros de tamaño mediano como Portugal, Holanda o Bélgica tiraban del carro. En estas condiciones parecía imposible que las predicciones se cumplieran. Y sin embargo la realidad hizo las necesarias contorsiones y acabo superando lo previsto.
El año pasado la actividad total del sector turístico ha sido ligeramente superior a la del año de referencia, en términos nominales, debido al fuerte tirón de la demanda nacional a partir de la semana santa y con destino a las costas y a las islas.
El mejor resultado se dio, como no, en las Illes Balears que, con el mismo número total de turistas que en el 2019, ha tenido un 5% más de gasto sin deflactar. Todos están de acuerdo en que la recuperación se debió al ahorro acumulado durante el encierro y a las ganas reprimidas de salir. Muchos no repararon en gastos con lo que los hoteles de lujo tuvieron mejor ocupación e ingresos que en el 2019. El turismo siempre supera las previsiones.l