El hombre digital es a la vez liberal y ácrata, producto de la reflexión sobre la sociedad postindustrial, superando las contradicciones de unos individuos aislados que buscan una salida creando comunidades ficticias. Al principio de los años 2000 se nos prometió una nueva inteligencia colectiva, una era del conocimiento simbolizado por el reto del éxito de Wikipedia. Veinte años más tarde hemos entrado en la era de las noticias falsas y posverdades. Las redes sociales han comprendido perfectamente que los contenidos odiosos y provocadores eran los más vendidos como en la industria del tabaco. Las firmas no ignoran los efectos perversos y se sirven de ellos a sabiendas, para vivir una nueva revolución industrial de una fuerza igual y superior que aquella que produjo en su tiempo los efectos de la electricidad. Para comprenderlo y poderlo metabolizar hemos de entender por servicio una actividad donde en teoría el cliente y el prestatario deben encontrarse presencialmente como cuando uno va al médico para que le ausculte.
La revolución numérica permite hacer economías en estas actividades, como se puedo constatar durante la COVID-19 con su papel de acelerador. Gracias a las plataformas digitales hemos aprendido a reducir las interacciones físicas. El teletrabajo ha emprendido un vuelo exponencial, mientras la telemedicina se va desarrollando. Las salas de cine han desertado en provecho de las plataformas de televisión, que evitan los desplazamientos. Las consecuencias de esta industrialización de los servicios son que se agrava la anomia y se reduce la interacción humana a lo estrictamente necesario. A través de las redes sociales la taylorización de la sociedad se extiende en todos los dominios, comprendido también el pensamiento que se optimiza acercándolo a los sitios que piensan como nosotros. El éxito de las redes sociales reposa en un síndrome bien conocido de psicólogos y economistas: el «sesgo de la confirmación», que consiste en privilegiar las opiniones que confirman nuestros pensamientos, siguiendo la costumbre de muchos sabios: «Tengo una idea y la probaré buscando indicios de confirmación».
La comunicación en línea está en las antípodas de la conversación filosófica, en la que las ideas opuestas puedan ser confrontadas; o del debate científico de los procedimientos de refutación, de pruebas aceptadas por los sabios en la sociedad numérica, y son fáciles de encontrar en comunidades encerradas en sí mismas, soldadas al detestarse las ideas contrarias. Hasta el presente la vida política estaba estructurada por el enfrentamiento de una izquierda y una derecha, agregadas en fuerzas heterogéneas. La izquierda federaba al enseñante y al obrero alrededor de los valores de emancipación y redistribución. La derecha aliada a la burguesía y al campesinado alrededor de la propiedad y la tradición. La revolución numérica debilita los partidos políticos como lo ha hecho por otra parte con mayoría de instituciones que regulan el mundo social, se trate de sindicatos o las mismas empresas.
Las tecnologías de la información han permitido la aparición de movimientos políticos emancipadores que se deben entender para posicionarse, en vez de salir por la vertiente sin obtener los anclajes filosóficos. Si la sociedad digital progresa es en parte por ser heredera de la contracultura de los años 70 y puede pensar en un mundo liberado de la verticalidad: el poder que irrigó la revolución informática sobre los campus californianos. Por primera vez en la historia humana podemos aspirar a convivir en una civilización horizontal y laica sin referencia a una verdad revelada, pero viviendo en que todo debe estar sometido a discusión de camino hacia una sociedad neoliberal que está liquidando a su manera la sociedad industrial, reemplazando la relación de subordinación que prevalecía por la de subcontratación que mutualiza compromisos permanentes con sus proveedores.