La belga Kim Clijsters logró extender su dominio más allá de Nueva York, del Abierto de Estados Unidos, el único torneo del Grand Slam hasta el momento a su alcance y que, desde ahora compartirá el espacio entre los elegidos de su palmarés con el cosechado, por fin, en el Melbourne Park.
La conquista del Abierto de Australia engrandece más el trayecto de la raqueta belga, segunda del circuito hasta ahora, que dejó entrever en vísperas de la final que su retirada definitiva empieza a estar cerca.
Justo ahora cuando su compatriota Justine Henin, la otra gran raqueta en la historia del tenis de su país, hizo oficial su adiós. Por segunda vez. Pero definitiva.
Justo en este momento, en el que Clijsters empezaba a sentirse incontestable en el circuito. A encontrar ese momento por el que suspiró durante toda su vida antes de la ausencia temporal que decidió para dar paso a una familia.
Pocas jugadoras han padecido frustraciones tan sonoras en su carrera. Antes de conquistar en Nueva York su primer título grande, en el 2005, la tenista nacida en Bilzen hace 28 años se quedó en puertas, perdió la final, de cuatro Grand Slam. Dos en Roland Garros (2001 y 2003), otra en el Abierto de Estados Unidos (2003) y la cuarta en Australia (2004).
Entonces, Clijsters, a la sombra de la gloria de Henin, las hermanas Venus y Serena Williams o de la francesa Amelie Mauresmo, optó por encontrar su dimensión al margen del tenis.
Un 6 de mayo del 2007, harta de las lesiones y de algunos intentos fallidos, decidió salir de las pistas. Carente de alicientes buscó el sentido de la vida en un entorno familiar, distante de las urgencias y de la presión. Contaba con 23 años, 34 títulos profesionales y un respeto en el circuito profesional bien ganado.
Se casó con el baloncestista estadounidense David Lynch y tuvo a su hija, a la que llamo Jada. En el inicio del 2009 los rumores sobre su retorno fue comentario habitual en los entresijos del tenis femenino. En marzo fue oficial. Medio año después, volvió de forma fulgurante para acomodarse en la gloria.
De hecho, fue la primera tenista que sin ser cabeza de serie logra el titulo del Abierto de Estados Unidos en la Era Open, la segunda, incluida el torneo masculino junto el estadounidense Andre Agassi en 1994. Más allá que Venus Williams, que alcanzó la final en 1997 o la australiana Kerry Melville en 1972.
La vuelta de la belga fue una decisión meditada. Calculada. Flushing Meadows empezó a reconocer a la figura grande que siempre quiso ser. Al título conquistado el año de su regreso, en el 2009, que le convirtió en la primera madre poseedora de un 'major' desde Evonne Goolagong, en Wimbledon 1980, unió el del 2010 para ampliar a tres los Grand Slam conquistados. Una cifra acorde a lo que siempre representó sobre la cancha.
Cinco títulos individuales, seis con el conquistado ahora, alumbran su retorno, que justificó por el nacimiento de su hija Jada y la muerte de su padre Lei, un ex jugador de fútbol.
«Pasaron muchas cosas en esos dos años retirada. Perder a mi padre fue muy doloroso que me impulsó a tratar de hacer algo diferente por un tiempo. Para olvidarme de eso y tratar de ocupar mi tiempo de alguna forma», explicó en vísperas de su encuentro ante la china Na Li en la central del Melbourne Park.
Ahora, con más trayecto hecho, más madura y con el convencimiento de haber encontrado su lugar en el deporte, Clijsters se plantea un paulatino abandono. Pero definitivo. Ahora que había vuelto para ampliar su dominio y lograrlo en Melbourne.
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