El Mundial más extraño de la historia, coronado por la final de todos los tiempos. La puja por la Copa, durante muchos minutos un monólogo y una película de terror para los jugadores franceses, acabó mutando en una función memorable. En un partido que conmovió a todo el planeta. En uno de esos encuentros que cuando pasen los años reviviremos felices mientras recordamos dónde y con quién lo disfrutamos.
Escribir sobre Messi, como de Nadal o la cesta de la compra, es imposible si quieres ser original y ahorrarte juegos de palabras llenos de polvo. Como sería más fácil tener que defenderlo a campo abierto, acabas tirando del tópico más fotocopiado: «se nos han agotado los adjetivos». Prejubilado para el público español desde que se largó del Barça, ha demostrado en Oriente Medio que sigue cotizando. Al 60%, vale, pero es bastante más de lo que cotizará la mayoría de sus compañeros trabajando a doble jornada. Entre medianías y con una mano atada a la espalda, ha convertido a su selección en un equipo de referencia y le ha dado a la Scaloneta los caballos que le hacían falta. Su last dance, el que apaga de una vez el debate con el otro 10 de pelo escarolado que aparece siempre en el espejo, mejora incluso al de Michael Jordan.
Poco o nada se ha hablado en estas líneas de Mbappé y de Scaloni. Del primero lo haremos mucho en el futuro, seguro. Y del segundo sobra con decir que en Qatar se ha sentado entre Bilardo y Menotti.
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