Los jugadores del Mallorca festejan el gol de Arango ante la desolación de Mingo. Foto: CARLOS MIRA

Manzano le abrió la celda de castigo en el momento justo y Juan Arango llegó a tiempo. El venezolano, que fue suplente, pisó el césped en el minuto 81 y seis después sacó a paseo su zurda para firmar la victoria. Así son los grandes jugadores. Indolentes, apáticos, pero también decisivos. Se pueden pasar un partido, o varios, sin rascar bola, pero aparecen. Tarde o temprano, siempre aparecen. El gol postrero del venezolano hizo justicia a un partido notable en la vanguardia, pero frágil en defensa.

El Mallorca se retiró al descanso perdiendo cuando había amasado un torrente de ocasiones. Tan injusto como real. En el segundo acto rentabilizó sus llegadas, amarró su tercer triunfo foráneo de la temporada y frenó su caída (2-3). El Mallorca apostó de salida por el buen fútbol. El grupo rojillo sacó su fútbol físico, le dio ritmo al partido y puso en apuros a Rubén Perez. «El Caño» tenía mando en plaza, Jonás le sacaba los colores a Mingo y sólo la negación goleadora impidió una merecida ventaja.

Encajonaba al Nàstic en su área a base de córners, una decena en la primera media hora, y de la lámpara de Ibagaza. El «15» hizo lo que quiso. De la asociación Ibagaza-Tristán nació la sonrisa en el rictus de Manzano y también un torrente de ocasiones. A balón parado, en jugada, a la contra... es difícil elaborar tantas oportunidades y arrojarlas todas a a la basura.