Ramírez Domínguez escogió el peor día para acaparar las miradas. En
la jornada dedicada a los árbitros, el andaluz aplastó al Mallorca
con sus decisiones. El colegiado miró a otro lado en un par de
caídas dentro del área del Villarreal, sobre todo en una de Arango
y otra de Pisculichi en el segundo acto, que privó al grupo de
Manzano de un triunfo vital para marcar territorio y poner rumbo a
la tranquilidad. Al final, las noticias procedentes de otros
campos, rociaron de amargura el punto ante el Villarreal, un botín
cuya envergadura se comprobará con el paso del tiempo, pero que de
momento deja al equipo isleño en el alambre, sólo un punto por
encima del infierno (1-1).
El Mallorca salió del vestuario con ganas, criterio y actitud. Y
antes del primer minuto ya había recogido su recompensa. Fue a los
55 segundos, en una falta botada por Pisculichi desde el carril
izquierdo que Pereyra, en el primer palo, rentabilizó con un
testarazo de lujo. No podía arrancar mejor la cita. La jugada
retrató la defensa del Villarreal, más pendiente de la zona que del
hombre, mientras la hinchada se frotaba las manos. El gol no alteró
el rictus del rival, que no necesitó cambiar de velocidad para
adueñarse poco a poco del encuentro, con la complicidad de los
isleños.
La falta de resistencia sumergió al Mallorca en la molicie y la
autocomplacencia. Hipnotizado por el trote de Riquelme y sus
muchachos, el grupo isleño se empeñó en entregarle los trastos y la
muleta al Villarreal. Con el viento del resultado a favor, las
huestes de Manzano se dedicaron a encerrarse en su parcelita del
área, tejer una telaraña en el centro del campo y enviar balonazos
sin sentido. Nadie se ofrecía, quemaba el balón, se perdían
opciones con saques largos de Prats y el Villarreal se sentía
cómodo y dominador.
Con Basinas más ocupado de las rupturas que del juego, el
Mallorca tumbó al campo a la derecha para tratar de encontrar
alguna vía de agua. Pero Cortés y Jonás rivalizaron en desaciertos
y cada vez que se asociaban, perdían el balón. De Tuni no hubo
noticias durante el primer acto y se quedó en la caseta en el
descanso. La entrada de Doni propició más circulación y dominio en
el segundo acto.
A base de toque, de inyectar cloroformo a la tarde, el
Villarreal transmitía una superioridad pasmosa. En medio de un
bostezo permanente, Riquelme se desesperó para provocar el empate.
El argentino fabricó una pared con Josemi, con una autopista en sus
narices. El ex jugador del Liverpool le echó el lazo a su centro y
José Mari, adelantándose a Cortés, empujó el balón hasta el empate.
Sin hacer nada, a base de eternizar el dominio de la posesión, el
Villarreal había conseguido su doble objetivo: aplacar la rabia
doméstica de los primeros minutos y neutralizar el tanto de
Pereyra.
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