En sólo dos semanas, Gregorio Manzano ha transformado once
fantasmas en un equipo de fútbol. La metamorfosis que ha
experimentado el Real Mallorca en los últimos diez días no obedece
a ninguna cuestión técnica o táctica, sino a una inyección de
autoestima, de amor propio, de psicología. Dijo el técnico jienense
que si en el fútbol no funciona el coco, no hay nada que hacer.
Pues a este Mallorca le funciona la cabeza y, por lo visto ayer en
Son Moix, también las piernas.
El grupo balear desplegó su mejor versión del campeonato,
arrolló a un Real Madrid con graves problemas de elaboración y se
asomó a la superficie después de cuatro semanas en las cavernas. El
triunfo sirve para marcar territorio, acallar a los agoreros y para
dejar claro que este equipo tiene más talento que para luchar por
mantener la categoría. Sólo había que desabrochar el corsé. Y
Manzano lo ha hecho (2-1). El grupo isleño mató en terreno enemigo
y sin colgarse del larguero. Una actitud digna y encomiable. Su
intento por monopolizar control y balón le salió bien en un segundo
acto soberbio. Inolvidable. El Madrid, en cambio, se dejó llevar
tras el gol de Sergio Ramos y acabó entregando las armas.
Este Mallorca ha cambiado de aspecto. El equilibrio de Basinas,
la seriedad defensiva de Nunes y la rapidez de Pisculichi le han
dado la vuelta al calcetín. La receta de Manzano mantuvo al Madrid
alejado de la disputa de los puntos. Juntitos atrás y anticipándose
en todos los balones divididos, el grupo de López Caro se
atragantaba. Con Zidane en el limbo, el conjunto blanco dejó la
elaboración en manos de Gravesen y eso hizo respirar al Mallorca. Y
es que la atosigante presión sobre el francés establecía un
cortocircuito considerable en la creación, agravado por la
dificultad de Robinho para progresar por su banda y la voracidad de
Cicinho por ocupar el terreno de Beckham, que jugó más cerca de
Casillas que de Prats.
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