José Antonio Diego SEÚL
Michael Ballack disolvió de un cañonazo raso la «marea roja» y mandó a Alemania a su séptima final de la Copa del Mundo con una corta victoria tan deslucida como las anteriores que truncó el sueño coreano de seguir haciendo historia también en Japón.
Ballack no pisará, sin embargo, la tierra prometida. La cartulina amarilla que vio en el minuto 70 le privará de jugar la final del día 30 en Yokohama, en la que Alemania aspira a igualar el récord de cuatro títulos mundiales en poder de Brasil.
Alemania, tres veces campeona del mundo y nueve entre los cuatro mejores, se batía no sólo por alcanzar su séptima final, sino también en defensa del honor europeo mancillado por las derrotas sucesivas de Polonia, Portugal, Italia y España a manos de Corea.
Hasta este Mundial asiático, Corea no había ganado ninguno de sus 14 partidos mundialistas anteriores, y en los últimos 20 días ha obtenido ya cuatro victorias. Su despedida ha sido honrosa, su despertar menos amargo de lo que temía.
Rudi Voeller lo anticipó. Alemania esperaría atrás a los veloces coreanos, y así lo hizo durante 15 minutos. El rubio Lee Chun-soo aprovechó la pasividad germana para emprender sus correrías. En el minuto 7 disparó desde la media luna y encontró la primera mano del guardameta Oliver Kahn.
El tanto de Ballack provoca el delirio entre los miles de seguidores germanos en s'Arenal
S'Arenal ya aguarda el asalto al tetracampeonato germano. Cuando menos lo esperaba, la gran parroquia teutona vio como su selección recuperaba el tiempo perdido y se plantaba nuevamente en la final de un Mundial. La oportunidad valía el esfuerzo, y pese a que el día invitaba a estar en remojo o bronceándose bajo el tórrido sol, los miles de turistas alemanes que invaden nuestras playas y bares decidieron pasar setenta y cuatro minutos de angustia. Ese fue el tiempo que tardó Michael Ballack en perforar la meta del que fuera verdugo de España.
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