Javier Muñoz SHIZUOKA
Bélgica se ganó ayer con brillantez un puesto en los octavos de final, ronda en la que se medirá a Brasil, tras superar por 3-2 a Rusia, que pagó muy caro su conformismo. La selección belga cumplió desde el principio con su obligación de atacar y buscar la victoria. Al tiempo, la selección rusa hacía todo lo que Romantsev quería evitar, es decir conformarse con el empate.
El marcador pronto reflejó lo que ocurría sobre el césped: Johan Walem adelantó a los siete minutos a los «diablos rojos» con un perfecto lanzamiento de falta con la zurda que se coló por la escuadra. El gol no provocó la reacción de los rusos, cuya pasmosa lentitud y falta de compenetración exasperaba al entrenador, que dispuso la entrada del joven delantero Dimitri Sychev por un inoperante Alexei Smertin.
El aluvión de juego ofensivo de los belgas continuó con claras ocasiones malogradas por Mpenza, Vanderhaeghe y, sobre todo, una vaselina ligeramente alta de Verheyen. El descanso parece que sirvió para que los rusos salieran del letargo. Valeri Karpin tomó la batuta y empezó a servir balones a Sychev, que se colaba como una centella entre la cobertura belga.
En una de las peligrosas incursiones del joven valor del Spartak de Moscú, el balón salió rebotado y el rechace lo aprovechó Beschastnyj para lograr el empate.
La igualada y, por lo tanto, la clasificación volvió a sumir a los rusos en la indolencia, mientras que sus oponentes ya no tenían las ideas tan claras, aunque Walem pudo volver a marcar en un remate que casi rozó el poste. Waseige no tuvo más remedio que dar entrada a Sonck, el máximo goleador de la liga belga condenado al banquillo, por un apagado Mpenza. El cambio surtió efecto casi inmediato. El pequeño pero escurridizo delantero del Racing Genk se adelantó al central Onopko, nefasto ayer, y cabeceó a la red un córner botado por Walem.
Sin tiempo para la reacción el capitán Wilmots se volvió a plantar ante Onopko y con un medido zurdazo colocó el balón junto al poste para materializar el 3-1 que valía un puesto en los octavos de final. Con el agua al cuello, los rusos espabilaron y añadieron una pizca de emoción a los últimos minutos cuando Sychev, el mejor ayer de su equipo, acortó diferencias en un veloz contragolpe. Ya no quedaba tiempo para más, porque la defensa roja se encargó de dinamitar los desesperados intentos rusos por restablecer la igualdad.
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