«No echo de menos nada de lo que pudiera tener en una casa», cuenta. Sin duda, algo inimaginable hace unos años cuando, después de acabar la carrera de Derecho, decidió preparar las oposiciones de Hacienda del Estado. «Fueron los seis años más difíciles de mi vida, pero a la vez los más bonitos porque solo en la estricta soledad es donde te ves muy adentro», dice este murciano que ya casi se considera ibicenco. Este tiempo no le permitió sacar la plaza para la que opositaba, pero le enseñó a comprender que «la felicidad reside en el sufrimiento por alcanzar tus propios objetivos, con independencia de si al final los consigues o no».
Fue durante este tiempo cuando Raúl empezó a leer muchos libros de náutica y a avivar esa afición por navegar que apareció en él cuando solo tenía ocho años. «Mi padre compró una especie de pastinaca y salíamos siempre a motor. Un día pusimos las velas como pudimos y logramos navegar unos minutos. Ese instante de ser propulsado por el viento se me grabó en el alma sin saberlo».
Su día a día es como el de cualquier otra persona; la diferencia está en que, como él dice, combina un trabajo terrícola con la vida en el mar. «Salgo cada mañana del amarre para ir al despacho y cuando cruzo la puerta del pantalán al volver, el estrés se queda en tierra. Digamos que no tiene permiso para subir a bordo», cuenta. En ningún momento se le pasa por la cabeza el hecho de trabajar en una ciudad que no tenga mar. «Llevo ya dos años viviendo aquí y me veo en Ibiza mucho tiempo. Mi trabajo es estable y lo tengo todo: monte, playa y no estoy lejos de mi familia», argumenta Raúl afirmando que, a día de hoy, tiene pensado navegar lejos de la isla. «Bueno, solo para ir a casa. Mi idea es irme en vacaciones con el barco porque está habilitado para hacer navegación de altura», explica. Y es que, el Osiris, que así se llama su velero, ya ha navegado desde Canarias a Murcia y de Cartagena hasta Ibiza, donde se ha asentado. «Navega a cinco o seis nudos por hora, lo que supone unas seis millas por hora, y tiene piloto automático que te permite descansar y no estar continuamente al timón».
Raúl tiene claro que los veleros están hechos para navegar y, accidentalmente, sirven de vivienda. Este concepto lo aprendió de un capitán que conoció en el puerto de Badalona y, a partir de ahí, empezó a definir su vida. «Sé que el barco tiene que salir a navegar por tu bien y por el suyo», explica al tiempo que recuerda que solo se puede saber si un barco está en buenas condiciones si se prueba navegando.
«Me da mucha vida estar atado a tierra por dos simples cabos, los sueltas y te vas», dice. Y exactamente eso es lo que hace. Para él, perderse por alguna cala en realidad es encontrarse. «Ibiza, su zona de poniente, está llena de rinconcitos donde echar el ancla y poder ser, por unas horas, el dueño y señor de tales vistas». Y, cuando sube el ancla, deja el sitio tal cual lo encontró para que el resto pueda disfrutarlo de la misma manera que lo ha hecho él.
Pros de la vida a bordo
Lo que más le gusta a Raúl de vivir a flote es que, «en la nada», no hay diferencia entre pobres y ricos. «Todos tenemos acceso a las mismas vistas, al mismo sol y a las mismas aguas. Ya si el vecino tiene, por ejemplo, lavadora y tú no, es otro asunto». Tampoco se olvida de lo que ha aprendido por vivir con lo justo. «La restricción del espacio redunda en tu beneficio ya que analizas muy bien cada compra. Así aprendes a vivir poco a poco con los justo y te puedo asegurar que se camina con menos peso».
Además, asegura que «el barco es un micromundo donde te descubres» porque no tienes escapatoria. De hecho, invita a todos los que no hayan navegado nunca a que lo hagan. «Aquí los orgullos y los egos no valen para nada, el mar está por encima» aunque no recomienda enfadarse a bordo por si necesitas la ayuda de tu acompañante.
En cuanto al miedo que muchos tienen cuando hay temporal, la respuesta de Raúl no deja lugar a dudas. «Los barcos están construidos para estar en condiciones muy adversas. Ya puede diluviar que si está bien, no se va a inundar». De hecho, cuando las aguas están un poco revueltas, él sigue durmiendo igual porque ya no quiere la cama tradicional, sino que prefiere que el mar le duerma como si siguiera en la cuna.
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