A principios de los años ochenta la tranquila vénda de Benirràs, en Sant Miquel, recibió con recelo a un nuevo vecino que, para colmo, era mallorquín. En una época en la que lo más habitual era que los payeses abandonara en campo y se buscaran las algarrobas en Vila, Toni Estarellas emprendía el camino contrario junto a su esposa, Marisol Fernández, y sus cuatro hijos: María José, Andrés y los gemelos Antoni y Jaume.
Estarellas nació en el pueblo mallorquín de Buñola hace 80 años y con apenas una veintena se marchó a Ibiza para trabajar en la recién estrenada torre de control del aeropuerto de es Codolar, con la pista de aterrizaje sin asfaltar todavía. «En aquella época cuando llovía un litro el aeropuerto cerraba un día entero; y si llovían diez litros, pues diez días cerrado», apunta el controlador aéreo ya jubilado.
En un principio, Estarellas tan solo vino a Ibiza para trabajar durante quince días, pero el salir del nido maternal le sentó tan bien que se quiso quedar más tiempo. Y fue aquí donde precisamente conoció a su mujer, Marisol, hija del entonces comisario de Policía, que era gallego.
Recuerda Toni que, para los mallorquines, la isla de Ibiza no era tan conocida como sí lo era, en cambio Menorca. «Esto era un lugar de destierro para los mallorquines», señala Estarellas.
Entre sus recuerdos destaca la sorpresa que le causó el ver a las jóvenes ibicencas de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta acudir a misa engalanadas con su gonella y sus joyas. También le quedó marcado a Estarellas la primera vez que visitó el Broll de Buscastell, donde oyó hablar a una pareja de payeses en perfecto ibicenco. «Subiendo aquel paraje, que me pareció el edén, oí un diálogo entre un payés una payesa que me parecieron italianos por su entonación. Quedé maravillado porque en Mallorca, cuando hablan los payeses, hay que poner los cinco sentidos para entenderlos. Me llamó mucho la atención. Ahora ya empiezo a distinguir los que son de Sant Antoni o Sant Josep que los que son de Sant Joan», explica Toni.
La llegada de la familia Estarellas a Benirràs se produjo tras recorrer toda la isla en búsqueda de un terreno donde construir su propia casa y vivir en el campo. Los vecinos de la zona le ayudaron a levantar su preciosa morada, aunque a veces le sacaban de sus casillas por su peculiar noción del tiempo. Y es que en la payesía ibicenca cuando uno dice mañana no siempre significa al día siguiente.
Toni recuerda perfectamente el día que le pidió a un vecino que le enseñara a regar su huerto. «Cogí la azada y vi cómo el agua me embestía. El agua fue por todos lados menos donde tenía que ir. Levanté la vista y estaba rodeado por todos los vecinos, que se partían de risa. Era una época en la que todos los vecinos se ayudaban entre ellos a, por ejemplo, recoger la patata», destaca Toni.
Ya jubilado, Estarellas se dedica ahora a contemplar la vida junto a su mujer en s'Olivar des Mallorquí –así llamó a su finca– y a echar una mano en la parroquia de Sant Joan, donde es el encargado de tocar el órgano cada domingo bajo las órdenes de Vicent Tur, el párroco y un gran amante de la música. «Don Vicent es un gran músico y un gran poeta, pero no le contéis que yo lo he dicho», sentencia Toni.
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