Por ello, sentir miedo no es malo en sí, ya que sirve para protegernos.
Pero, una cosa es sentir miedo en circunstancias extremas en las que está en juego nuestra vida, y, otra muy distinta, sentir miedo en situaciones cotidianas, en las que no existe ningún peligro real que lo explique.
La mayoría de las veces, (y, por supuesto, hablo de nuestra sociedad occidental, en la que tenemos la fortuna de vivir en paz y gozar de un entorno seguro), el miedo que sentimos no viene provocado por ninguna situación peligrosa importante, sino que suele estar solo en nuestra mente.
El por qué eso es así tiene que ver con nuestros aprendizajes, con nuestro desarrollo social y con las primeras interacciones que hemos tenido con otros. De alguna forma, en determinadas situaciones nos hemos sentido inseguros y hemos aprendido a temerlas y a ponernos en guardia frente a ellas. Eso hace que, cuando ese tipo de situaciones se repiten, nuestro cerebro quiera protegernos de esas emociones desagradables y se desencadene la respuesta de miedo que es aprendida y automática.
Nuestro evolucionado cerebro humano tiene como objetivo número uno proteger nuestra vida y, por ello, muchas veces, nos pone en problemas, algo que no sucede con el resto de especies.
Por ejemplo: Si se nos presentara delante un enorme león, sin duda, temeríamos por nuestra vida y en nuestro cuerpo se desencadenarían todas las respuestas de miedo, (taquicardia, sudoración, rigidez muscular, repuesta de huida, etc.).
Pero, si ese león no fuera real y solo estuviera en nuestra imaginación, las respuestas de miedo que se desencadenarían serían exactamente las mismas.
Es decir, que, a la hora de prepararnos para protejernos frente a un peligro, nuestro cerebro no distingue lo que es real de lo que es imaginario, y actúa en ambos casos de la misma forma.
Frente al miedo, surgen 3 posibles respuestas:
- Evitar la situación que nos provoca miedo.
- Huir de esa situación.
- Afrontar el miedo.
Con respecto al miedo imaginario, esta es la respuesta más sana y beneficiosa, porque no podemos estar siempre huyendo o evitando todo lo que nos asusta.
Si rechazamos y negamos nuestro miedo, éste se hará más fuerte y resistente y será más difícil superarlo. La única solución para poder afrontarlo de una manera sana y eficaz, es aceptando que lo sentimos. Sólo a partir de esa aceptación, podremos enfrentarlo y, finalmente, superarlo.
Algunas ideas para hacerlo:
1. Podemos recordar alguna situación pasada en la que sentimos mucho miedo, e intentar observarla desde fuera, de forma objetiva, como si fuera otra persona la que está sintiendo miedo. Intentemos observar todo lo que pasa por nuestra mente y todo lo que sentimos en nuestro cuerpo y, pongámoslo por escrito. Eso hace que lo elaboremos y lo procesemos y, seguramente, perderá esa carga emocional que tiene y nos sentiremos mejor.
2. Podemos imaginar que nuestro miedo es totalmente justificado y que aquello que más temíamos, se ha cumplido, y poner por escrito esas circunstancias espantosas, llevándolas al máximo, hasta sus peores consecuencias.
Y después, preguntémonos: ¿De verdad creemos que eso tan terrible se va a cumplir, y que no podremos hacer absolutamente nada para evitarlo?
Lo cierto es que, la mayoría de las veces, eso tan terrible que imaginamos nunca sucede y, la realidad es siempre más benévola de lo que creemos que será.
3. Varias visualizaciones que nos puedan ayudar:
a. Imaginar que colocamos nuestro miedo encima de una nube o encima de una hoja de árbol en un río y que lo dejamos ir, plácidamente.
b. Imaginar que nuestros miedos se reflejan en una pantalla de cine, como si fueran una película y que los vemos como espectadores, sin que nos afecten.
c. Imaginarnos frente a las peores circunstancias, haciéndoles frente con soltura, confianza y plena capacidad para ello.
d. Imaginar que algo o alguien nos protege y nos da seguridad en los momentos en que lo necesitamos. Podría ser alguien real o un ser o energía imaginarios a quiénes dotemos de capacidades protectoras.
Algunas pautas más:
Hablar de nuestros miedos y compartirlos con alguien de confianza.
Descubrir qué puede enseñarnos nuestro miedo y en qué nos puede ayudar a crecer y a evolucionar.
Relativizar nuestros miedos y mirarlos de frente con optimismo y con sentido del humor.
Si, a pesar de todo, no podemos afrontar nuestros miedos y estos condicionan nuestra vida, siempre podemos pedir ayuda profesional.
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