Uno de los dibujos más bonitos que pueden verse en un manuscrito que se encuentra en el Museo Marítimo de Ámsterdam (Scheepvaartmuseum) es el de un barco dibujado por un adolescente que con 13 años estuvo, con ese barco en la Ibiza de 1797. La isla Pitiusa a finales del siglo XVIII pasaba, relativamente, por una buena coyuntura, tenía entonces unas 15.000 almas y por aquellos tiempos Vila, con tres mil moradores, se convirtió oficialmente en ciudad (1782) y por allí andaba el obispo reformista Abad Lasierra que creó entonces una serie de parroquias para juntar a los campesinos. Se estableció entonces la primera fonda. Las salinas seguían siendo un sector productivo muy importante, y la Monarquía Hispánica animó la economía ibicenca mandando ingenieros militares que llevaron a cabo numerosos proyectos civiles, como la mejora del puerto, a lo que habría que añadir la rentable actividad de los corsarios ibicencos y el desarrollo de la construcción naval. La repoblación de Formentera, antes en despoblado por miedo a los corsarios berberiscos, seguía viento en popa. Sin embargo, entre los ibicencos de Vila y los campesinos había demasiadas diferencias de clase, pese a la prosperidad que aportó el cultivo del almendro. Era aquel un mundo ibicenco menos cerrado y más ajetreado que el de los siglos anteriores, con muchos barcos en el puerto para cargarlos de sal. Ese es mundo que se encontró nuestro protagonista: Ids Sippes Tjaarda cuando el navío en el que iba atracó en Ibiza.
Viajes a la Ibiza de Ids SippesTjaarda
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