Imagínense la escena: vacaciones, un vuelo, el niño que no se quiere abrochar el cinturón, la niña que no para de preguntar cuándo llegamos, el señor de al lado ocupando tu reposabrazos y rozándote con descaro la pierna con la suya en un acto de espatarre inadmisible y tu marido en el baño.
No pasa nada, te dices, y respiras mientras te apartas un mechón de la sudorosa frente; el destino con el que llevas todo el año soñando, Ibiza, está a solo diez minutos de tu vida.
De pronto, aparece por el pasillo del avión un hombre corriendo absolutamente ensangrentado y con media oreja arrancada. Lo miras bien, espantada, siguiendo con la vista el reguero rojizo que le recorre cara y camisa mientras que con ambas manos tapas los ojos a tus rubios zagales (a la pequeña encaramándote sobre tu orondo compañero de viaje). Al otro lado del pasillo, un compatriota tuyo sonríe con parte del apéndice auditivo del protagonista de esta historia real apresado entre sus dientes. Ahora llega lo mejor: señores, señoras, esta no es una escena de una película de humor de los 80; aunque podría titularse Agárrate como puedas o No me chilles que no te veo, es la reproducción literaria de lo que pasó esta semana en una nave que surcaba nuestros cielos.
Aeropuerto
Yo no sé qué se les pasará por la cabeza a estos guiris que antes de aterrizar ya están emborrachándose en el aeropuerto, fingiendo llevar bombas encima, tocando el culo a las azafatas, encarándose con el resto del pasaje o mordiendo orejas a sus compañeros de asiento, pero les aseguro que no puede ser nada sano ni normal. Los hijos de la Gran Bretaña han llegado hasta el extremo de desnudarse en un trayecto entre Glasgow y Alicante o de tener que ser detenidos a su llegada a nuestro ajetreado aeropuerto por abusar y tratar de forma amenazante a la tripulación de cabina porque se negó a venderles más alcohol durante el trayecto.
Por esta causa, compañías como Ryanair han prohibido a los pasajeros que porten botellas espirituosas adquiridas en las tiendas de los aeropuertos que hacen rutas entre Reino Unido e Ibiza. El que compre hierbas ibicencas o whisky escocés deberá facturarlo para evitar la tentación de trincárselos durante la horita y media que separa ambas islas y, si se ponen tontos, directamente esta low cost les dejarán en tierra con una mano delante y la otra detrás y sin derecho a reembolso o compensación. Incluso han impuesto sanciones económicas a pasajeros rebeldes y prohibiciones de volar de por vida con su empresa a aquel tarado que llamó afirmando haber llenado de explosivos su maleta.
Alcoholemia
El año pasado, este problemilla con el 'drinking' se extrapoló incluso a un piloto que fue detenido por volar de Palma a Inglaterra triplicando la tasa de alcoholemia. Lo detectaron gracias a un pasajero, el que justamente debía ir sobrio, quien percibió un comportamiento extraño o un aleteo en su lengua al saludar y contactó con los servicios de emergencias británicos para chivarles sus sospechas.
Algunas veces llegan a su destino y continúan haciendo lo mismo que entre las nubes: paseando desnudos por las calles, dando rienda suelta a su líbido en plena vía pública, gritando y molestando a los pobres vecinos que tenemos la mala suerte de aguantarles y mostrando su falta de educación y de seny durante sus vacaciones en nuestra adorada isla.
Hasta tal punto llega su descontrol que nos han mandando a sus propios policías porque parecen ser los únicos que saben cómo controlarlos y mantenerlos atados en corto.
Menos mal que entre tanto garbanzo negro siempre hay guiris majos, educados y 'salaos' que nos permiten seguir creyendo en la raza humana más allá de los mares. Eso sí, por si las 'mosquis', les recomiendo volar con orejeras y practicar deportes que les permitan protegerse regularmente, como artes marciales, por si les toca viajar al país de las libras esterlinas y de las cabinas rojas. Los piratas nos acechan.
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