Es Cubells rindió homenaje ayer a la Virgen del Carmen con una procesión que destaca por ser una de las más entrañables de las Pitiüses, pero que también presenta un complicado recorrido casi vertical para llegar al agua que la acerca al deporte de aventura.

Algo más de 120 escalones y un buen número de escarpadas rampas y sinuosos senderos separan la iglesia de la parroquia de la costa. Resulta un vertiginoso descenso que desafía la devoción de los feligreses, que no se amedrentan y alcanzan la orilla cantando rezos a la patrona de los marineros y con una amplia sonrisa. La protección de la virgen también les proveerá más tarde a la hora de afrontar el ascenso.

Antes, la jornada de ayer se inició con una solemne misa, oficiada por el párroco local y cantada por todos los fieles. Un centenar de personas llenaron el templo, sin llegarlo a abarrotar. A pesar de la buena temperatura que ofrecía el aire acondicionado, se batieron no pocos abanicos.

A diferencia de la de Vila el pasado jueves, la eucaristía sí fue honrada con la presencia del alcalde, Josep Marí Ribas, ‘Agustinet'. Tras poco más de media hora de homilía, el tradicional Salve dio por concluido el acto religioso y dio paso a la procesión.

En las puertas de la iglesia, las conversaciones giraban en torno a la indumentaria elegida para mitigar el rigor del sol y la dificultad del recorrido. Sombreros y calzado cómodo se antojaban imprescindibles para los que conocen de la dificultad del trayecto.

Como es costumbre, el obrero mayor de la parroquia encabezó la comitiva, que descendió a buen ritmo e hizo dos paradas ante la cueva de la fuente y la antigua ermita del padre Palau. Desde este punto, el grupo reemprendió el camino hasta llegar al mar.

En esta ocasión, una decena de embarcaciones esperaban para sumarse a la procesión marinera, siendo el llaüt José Antonia el encargado de portar la imagen de la Virgen del Carmen y las ofrendas florales en memoria de los fallecidos en el mar.

Tras unos minutos de espera, el llaüt acogió a la patrona del mar y, juntamente con el resto de barcas, desfiló hasta Cala Llentrisca al ritmo de las salvas pirotécnicas que lanzaba ‘Pepito' desde tierra.

Las naves dibujaron un círculo durante el ritual marinero y, finalmente, regresaron a la orilla. Por delante quedaban otros 120 escalones y una buena cantidad de empinadas cuestas en el camino de regreso.