"Muchos visitantes de la Capilla del Santo Cristo nos dicen que parece nueva y eso es casi el mejor piropo que nos pueden dar después de nuestro intenso trabajo", confiesan con una gran sonrisa los restauradores Laia Fernández y Jordi Riera, justo en el interior de esta zona recién restaurada de la iglesia de Santo Domingo.

No en vano, este pequeño lugar que sirve de descanso para las dos imágenes que pertenecen a la Cofradía del Santo Cristo del Cementerio, situado en el ala izquierda de este templo conocido popularmente como Es Convent, ha recuperado su esplendor. Luce luminosa y bella y se ha convertido en uno de los grandes alicientes de Dalt Vila.

Sin embargo, no ha sido una labor sencilla ya que los trabajos comenzaron en octubre y se han prolongado siete meses en un edificio que a lo largo de su historia ya había sufrido muchos daños. Por ejemplo, en el año 1.730, conocido como s'any des tro, el edificio cercano de Es Polvorí explotó por culpa de un rayo, ocasionando grandes desperfectos a la iglesia. En 1936 el templo sufrió la quema de casi todas sus imágenes y de los lienzos que decoraban sus paredes, y en 1971 un incendio destruyó el retablo de la capilla de la Inmaculada Concepción y parte de la del Santo Cristo. Precisamente, en esta parte fue necesaria en 2011 una actuación de urgencia ante el hundimiento de la cubierta y sobrecubierta oeste mientras que la humedad había hecho estragos afectando seriamente a los pavimentos, los alicatados, los muros y a las imágenes y retablos de su interior.

Siete meses de trabajo

Un panorama desalentador para los dos restauradores que contaban con un presupuesto de 118.497 euros aportados por el Consorci Eivissa Patrimoni de la Humanitat. Principalmente, los trabajos consistieron en retirar individualmente los cerca de dos mil azulejos de motivos figurativos con escenas de los Ministerios Dolorosos del Santo Rosario de finales del siglo XVIII y los motivos florales que las rodeaban y que datan presumiblemente de los años 20 del pasado siglo, aplicarle después un tratamiento específico para su posterior limpieza y conservación, y finalmente volverlas a colocar en su lugar de origen.

Para conseguir su objetivo, decidieron quitarlas en 28 paneles de unos cinco azulejos de ancho y 1,20 metros de alto, y durante casi una semana aplicarles un engasado, con gasa y resina acrílica en un trabajo muy delicado. Posteriormente limpiaron los trozos de mortero adheridos a la parte trasera empleando una pequeña escarpia de aire comprimido, y fotografiaron y numeraron de forma individualizada cada baldosa para colocarlas en su lugar exacto.

El siguiente paso y uno de los más importantes fue el desalado, consistente en introducir cada baldosa en baños de agua desionizada o desmineralizada controlando el nivel de sales que tienen. Cuando tuvieron el punto óptimo las extrajeron, las secaron y pegaron las fracturas sobre una cama de arena de gato para nivelar la base y que no quede torcido.

Finalmente, con métodos tradicionales como el mortero de cal, llegó el momento de colocar cada baldosa en su lugar. Los primeros fueron los azulejos con motivos florales y luego fue el turno de cada escena figurativa, aplicándoles una capa de protección en su parte superior para que no se borren los dibujos con las mopas o las fregonas.

Todo este trabajo a cargo de los restauradores se complementó además con la instalación de una cámara de ventilación para mejorar la humedad de la capilla, la instalación de una cámara de ventilación para solucionar las filtraciones de humedad, el aislamiento del zócalo respecto de los muros, la renovación de las instalaciones de iluminación con equipos más eficientes, y la colocación de sistemas de seguridad y antiincendios.