Elena Torres me acunó con una mirada cargada de compresión en el peor momento de mi vida, sus ojos destilaban un ‘te entiendo' y dibujaban palabras en los vacíos. Ella no tenía miedo y hoy su nombre tintinea en nuestro recuerdo con olor a esperanza y a valentía. Sus padres me contaron hace cuatro meses que querían que el nombre de su hija no se diluyese, y hoy una asociación lo acuña con una finalidad clara: que otros ojos llenos de ilusión encuentren una manera de detectar de manera precoz marcadores tumorales. En esencia, una cura para la enfermedad que le sesgó el futuro y las carcajadas que se le quedaron dentro.
El pasado jueves me maravilló cenar con esa familia unida que, cogidos de la mano, sentaron a cientos de personas en el restaurante Cavalli Ibiza para recordar a Elena, para corear su nombre, y para contribuir a esa causa que enarbolan. Alberto Torres y Mari Carmen Gutiérrez, o lo que es lo mismo, el matrimonio que irriga el Hotel Aguas de Ibiza, representan a la única empresa familiar de nuestro país adherida al programa ComFuturo, una iniciativa impulsada por el CSIC y su Fundación General mediante la cuál se conceden ayudas a 13 proyectos de investigación conducidos por jóvenes científicos españoles. En este caso con nombre de mujer, doctora en tecnología y con una finalidad clara: salvar la vida a una de cada diez personas que se sometan a la prueba en la que ya está trabajando y que estos días presenta en EEUU.
Ambiciosa pretensión
En su caso, el proyecto que apadrina la familia Torres, propietaria del Hotel Aguas de Ibiza, tiene aroma a talento y a jóvenes cualificados que merecen investigar en su propio país para no protagonizar una vez más uno de esos horrendos éxodos incoherentes hacia otros lares. Una fuga de cerebros que la propia Elena deploraba. La iniciativa de investigación de la que son mecenas tiene la ambiciosa pretensión de dar con una herramienta que inocule vida y destruya la palabra cáncer. El reto es que otras familias no vean apagarse unos ojos llenos de futuro mediante la detención precoz del cáncer de mama. En este barco estamos todos, los humildes marineros y los capitanes que no temen a las tormentas que amenazan con salírsenos por los ojos. Aquí remamos todos, en el mismo camino, como demostraron multitud de personalidades de la isla de toda índole, empresarios, amigos y representantes políticos. Si ven esta página de periódico mojada, no me lo tengan en cuenta, el que no escribe con las entrañas, como el que no canta en la ducha, no tiene alma, y yo soy experta en ambas cosas.
El jueves por la noche Cavalli Ibiza estuvo más de moda que nunca. En sus jardines llenos de sueños imaginé a Elena sonriendo, comedida, en un segundo y humilde plano, como le gustaba estar, diciendo en voz alta a su hermano Alberto: «¡Madre mía, qué vergüenza, la que ha liado mamá!». De este artículo y de lo que la define hubiese dicho «¿Pero qué dices? ¡Yo no soy todo eso, estás tonta!».
La del jueves por la noche no fue una cena benéfica más, fue una razón para seguir recordando que la Asociación de Lucha Contra el Cáncer Elena Torres Gutiérrez, tiene nombre y apellidos. Recuerda a una mujer de 30 años que no llegó a teñirse las canas como Dios manda, y a una familia con la fuerza y el valor de instar a la gente a que se implique para luchar contra el cáncer. Lo que hicieron y lo que nos movió dentro es algo muy duro cuando esta enfermedad ha arrasado tu vida hasta convertirte el estómago en un cristal y hacer que el corazón se te salga por los ojos.
La voz de la cantante Nalaya Brown como banda sonora resuena todavía en mi cabeza. Solo puedo decir tres cosas: «te entiendo», «sigue luchando» y «venceremos».
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