En el siglo XVIII en España proliferaban las ideas ilustradas que propugnaban que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. En Eivissa esto llegó de la mano del Conde de Croix, gobernador de la isla de 1762 a 1765, e impulsor de medidas como la llegada del agua potable en Vila, la creación de un Estudio General en el convento de los Jesuitas, la implatación del regadío, y el cultivo masivo del almendro.

Con esta última medida, los payeses fueron obligados a plantar, como mínimo, un cercado de estos árboles si no querían pagar una multa de cien libras y se consiguió que, más de tres siglos después, el Pla de Corona sea considerado como la zona más bella del interior de la isla gracias a las flores blancas que nacen de sus miles de almendros.

Este fin de semana ya han salido las primeras de sus corolas, sobre todo en los ejemplares que se encuentran al pie de la carretera que une Sant Rafel con el pequeño pueblo de Santa Agnès, y gracias a ello ya son muchos los que aseguran que tenemos por delante un precioso mes de febrero.

Inspiración de escritores

Es Pla de Corona es un valle casi circular, con una extensión de algo más de tres kilómetros cuadrados, y según los expertos es una genialidad de la naturaleza que fue formada por la erosión de los terrenos calcáreos que la rodean. Durante siglos fue la zona de cultivo más fértil y rica de la isla, una de las más bellas y sus almendros han sido motivo de reflexión por escritores de varias generaciones.

Por ejemplo, el escritor y periodista Josep Pla (Palafrugell, 1897 - Llufríu, 1981), ya resumió en Les Hores su «incierto» período de floración, «sin un día fijo», como «la consecuencia de un descuido, de un olvido momentáneo y de un momento de abandono» y lo consideró «el milagro más gracioso y ligero de la tierra».

Además, detalló la textura de la flor de los almendros asegurando que «la calidad de sus pétalos, suaves y carnosos al tacto, forman un tejido tan delicado y con un tacto tan ligero que de su propia fugacidad tiene una cosa de tristeza». Incluso, la comparó con «una página del triste, juvenil y huidizo Mozart, ante el descomunal rugido de la naturaleza».

Igualmente, el más famoso de los escritores ibicencos, Marià Villangómez, también mencionó los almendros de Corona. En L'any en estampes escribió que «su blancura invasora y unánime, junto al follaje oscuro de algarrobos y olivos, sobre los verdes tiernos, propociona un vestido, siempre blando y ligero que es, al sol, una sugestión de calmas marinas con azules serenos, de frío luminoso hacia profundidades de cielo turbadoras».

En peligro

Sin embargo, este patrimonio interior de Eivissa hay que cuidarlo. No en vano, si hacemos caso de los peores presagios de los agricultores puede que las próximas generaciones no lo disfruten. Actualmente se ha convertido en un actividad poco rentable y la falta de payeses en los campos complica la recolección de su fruto haciendo que este tesoro que transforma el campo en un mar blanco inolvidable para el que lo ha contemplado alguna vez esté seriamente amenazado. De momento, aún nos quedará este mes de febrero. Aprovechemoslo.