El descenso en la ocupación de estos centros se ha notado en
diferentes zonas de la isla lo que ha motivado que, en los últimos
meses, muchas asociaciones de vecinos hayan salido a las calles
para quejarse de la mala imagen que estas personas dan a la
isla.
Este medio de comunicación después de haber contrastado el punto
de vista de los comerciantes y vecinos así como el de los agentes
de la policía de Eivissa, ha dado la oportunidad a los grupos
marginados para que expresen su opinión y expliquen cómo se sienten
al ser el centro de las críticas de los comerciantes: «Los vecinos
nos miran con mucho desprecio como si fuéramos las causas de su
ruina. Por la imagen que tenemos, piensan que somos nosotros los
que robamos, pero en realidad son la cuadrilla que se ha dejado
entrar en la isla», comenta indignado Francisco de Asís Joven
Romano, un indigente que vive en ses Figueretes desde hace poco más
de un mes y medio.
La moneda de la indigencia tiene dos caras, las personas que
están en la calle porque han elegido esta situación y los
marginados que han entrado a formar parte de este grupo por
accidente. Este es el caso de Francisco, un hombre de Zaragoza que,
al parecer, llegó a la isla para superar una depresión: «Vine
porque no estaba bien en mi tierra y necesitaba cambiar de aires.
Vine a Eivissa para trabajar como soldador». Este zaragozano de 46
años llegó a Eivissa a principios de verano y encontró un trabajo
que no le convenció: «Quería un puesto que se adecuase más a lo que
yo trabajaba y preferí esperar un poco. Esa misma noche había luna
llena y quise verla desde la playa porque era una experiencia nueva
para mi. Tuve la mala suerte de dormirme y me quitaron todo lo que
tenía. La documentación y todo mi dinero». Al parecer, Francisco no
tiene familia en Zaragoza y ha intentado ponerse en contacto con
sus amigos pero no ha podido, de modo que se ha quedado en la
calle: «Vivo como un perro y como de las basuras. Nunca había
pasado tanta vergüenza porque no estoy haciendo nada y tengo dos
manos para trabajar», comenta con los ojos vidriosos. El problema
es que en su estado es difícil que le den un trabajo porque tiene
los ojos mal y los pies hinchados. Este maño, sin embargo, se niega
ir al médico: «Estuve ingresado durante más de 20 días. No quiero
volver al médico porque tengo miedo a la soledad y los hospitales
me producen paranoias», confiesa. Luego recalca que nunca miente y
que piensa regresar a su tierra: «Pero volveré en primera clase tal
y como llegué a la isla», dice mientras ríe con su compañero.
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