BÀRBARA MUNAR
Las plazas que ofrecen el centro de acogida de día de Cáritas y el albergue municipal de Eivissa cada verano reducen su ocupación a una tercera parte, mientras que en invierno están a un 90%. Las causas de este descenso, que normalmente es más acusado durante el mes de agosto, son que con el calor los indigentes prefieren tener más libertad y dormir en la playa o en los parques.

El descenso en la ocupación de estos centros se ha notado en diferentes zonas de la isla lo que ha motivado que, en los últimos meses, muchas asociaciones de vecinos hayan salido a las calles para quejarse de la mala imagen que estas personas dan a la isla.

Este medio de comunicación después de haber contrastado el punto de vista de los comerciantes y vecinos así como el de los agentes de la policía de Eivissa, ha dado la oportunidad a los grupos marginados para que expresen su opinión y expliquen cómo se sienten al ser el centro de las críticas de los comerciantes: «Los vecinos nos miran con mucho desprecio como si fuéramos las causas de su ruina. Por la imagen que tenemos, piensan que somos nosotros los que robamos, pero en realidad son la cuadrilla que se ha dejado entrar en la isla», comenta indignado Francisco de Asís Joven Romano, un indigente que vive en ses Figueretes desde hace poco más de un mes y medio.

La moneda de la indigencia tiene dos caras, las personas que están en la calle porque han elegido esta situación y los marginados que han entrado a formar parte de este grupo por accidente. Este es el caso de Francisco, un hombre de Zaragoza que, al parecer, llegó a la isla para superar una depresión: «Vine porque no estaba bien en mi tierra y necesitaba cambiar de aires. Vine a Eivissa para trabajar como soldador». Este zaragozano de 46 años llegó a Eivissa a principios de verano y encontró un trabajo que no le convenció: «Quería un puesto que se adecuase más a lo que yo trabajaba y preferí esperar un poco. Esa misma noche había luna llena y quise verla desde la playa porque era una experiencia nueva para mi. Tuve la mala suerte de dormirme y me quitaron todo lo que tenía. La documentación y todo mi dinero». Al parecer, Francisco no tiene familia en Zaragoza y ha intentado ponerse en contacto con sus amigos pero no ha podido, de modo que se ha quedado en la calle: «Vivo como un perro y como de las basuras. Nunca había pasado tanta vergüenza porque no estoy haciendo nada y tengo dos manos para trabajar», comenta con los ojos vidriosos. El problema es que en su estado es difícil que le den un trabajo porque tiene los ojos mal y los pies hinchados. Este maño, sin embargo, se niega ir al médico: «Estuve ingresado durante más de 20 días. No quiero volver al médico porque tengo miedo a la soledad y los hospitales me producen paranoias», confiesa. Luego recalca que nunca miente y que piensa regresar a su tierra: «Pero volveré en primera clase tal y como llegué a la isla», dice mientras ríe con su compañero.