El desfile de vendedores ambulantes es constante en el kilómetro de longitud que tiene la playa.

«La playa de ses Salines ya no es el paraíso que era». Con estas palabras denunció Cari, vecina de Sant Josep, la «agobiante» situación que viven todos aquellos que se acercan a la costa sur de Ibiza para relajarse.

El motivo, según dijeron algunas de las personas que ayer pasaron la mañana de domingo en esta playa, es la continua procesión de vendedores ambulantes que recorren su kilómetro de longitud. De hecho, nada más lejos de la realidad y en apenas cinco minutos de reloj pasaron 12 vendedores a la altura del Malibu.
Se conocen entre ellos y, probablemente, trabajen para terceros. Por ello, alrededor de las 10 de la mañana empieza el movimiento en las carreteras y caminos que rodean al Parque Natural de ses Salines donde varios coches van cargados de los víveres que luego van a vender.

De sus maleteros salen neveras portátiles, latas de refrescos y cerveza, frutas y bocadillos, además de sombreros, pareos y bañadores. Una vez organizado y con la certeza de que la playa ya empieza a llenarse de gente, empieza la «jornada laboral».
«¡¡Macedonia, cervecitas, agua fresquita!!», gritaba uno de los mercaderes para avisar de su paso a los presentes en la zona. Gritos que muchos calificaron de «molestos» por repetirse cada poco tiempo. «Vienes con la idea de pasar un día tranquilo y descansar y tienes que aguantar esto constantemente», criticó Jesús quien estaba por primera vez en la isla y había ido a Ses Salines por «recomendación».

«Me habían dicho que estaba en un paraje envidiable y que era visita obligatoria si venía a Ibiza. Créeme que no voy a volver a esta playa. Está llena de hamacas y vendedores ambulantes. El espacio que queda libre es para poner tu toalla y estar como sardinillas en lata», sentenció.

Sin embargo, hay tantas opiniones como colores tiene el arcoíris. Raúl agradeció este tipo de venta que, a pesar de ser ilegal, «nos permite comer o beber algo sin que te saquen un riñón en los chiringuitos que hay aquí». De esta manera, explicó que el coste de una cerveza «que te traen hasta la toalla» es tres euros más barata que en el restaurante.

Por el contrario, en la toalla de al lado no pensaron de la misma forma. «Esta gente va al supermercado, compra cuatro cosas y está todo el día con ellas a cuestas con el calor y la humedad que hay aquí. Sinceramente me parece muy peligroso consumir alguno de estos productos porque no sabes el estado en el que están y tampoco si son del día o llevan varios días en un coche», argumentó Melisa, una turista que repite vacaciones en Ibiza.

«Esto no solo pasa en esta isla porque se repite en numerosas playas de España. Lo que me parece increíble es que sea a tan gran escala. Me refiero a que hay un vendedor por cada 10 bañistas. ¿De verdad esto no se puede controlar?, añadió.

Un cálculo que hizo a ojo y que no difería mucho de la realidad que se vivió ayer en la playa en la que no solo se venden diferentes víveres, sino también se ofrecen masajes.

La historia se repite

Por su parte, los comerciantes de ses Salines expresaron su malestar al respecto, pero indicaron que la situación «no es nueva». «Es lo mismo de todas las temporadas y ya llevamos así varios años», dijo el camarero de uno de los chiringuitos de la playa.

Para ellos se trata de una competencia «desleal» que debería tener multas «más graves» para erradicar este tipo de venta. «Entiendo que pasa en muchas playas, que no hay suficientes policías y todo lo que quieras, pero creo que no hay la suficiente voluntad para parar esto. Es tan fácil como ponerte en la entrada y pararlo; ni siquiera hay que meterse a la playa si se hace a primera hora», añadió este camarero.

Las quejas también fueron directas a las «pocas» batidas que realiza la Policía Local de Sant Josep en coordinación con la Guardia Civil. «El otro día leí que habían puesto unas cuantas denuncias y que habían requisado material por una batida. Visto que se puede, ¿por qué no se hacen más?», apuntaron varios trabajadores.

Las críticas se enfocaron, principalmente, en que la venta ambulante no ofrece ningún tipo de garantía sobre sus productos y es que no pasan controles de calidad alimentaria. A esto se suma que, al tratarse de una actividad ilegal, no pagan impuestos, a diferencia de los establecimientos de la zona.

El problema se debe, según dijeron, a que únicamente se interponen sanciones administrativas en uno de los municipios de la isla más afectados por este tipo de prácticas.