La familia Planells-Mir al completo.

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Los caminos de Vicente e Irene se cruzaron hace casi tres décadas. Él, ibicenco de nacimiento y ella natural de la isla de Mallorca, tienen diez hijos en común y residen desde hace años en la ciudad austríaca de Graz. Desde allí no ocultan la sorpresa que les causa saber que ahora mismo son de los pocos misioneros en activo que proceden de las islas.

«Nos casamos en 1998 y cada uno de nosotros ya teníamos experiencia en vivencias parroquiales, sintiendo siempre el deseo de hacer algo en la Iglesia. Dios ha cambiado nuestra vida desde que éramos jóvenes y cuando nos casamos, ya tuvimos el deseo de salir en misión. Nos daba igual dónde», comenta Irene quien antes de emprender este camino se dedicaba a la restauración de muebles.

«Mi vida es una aventura», añade Vicente, quien recuerda que antes de contraer matrimonio había estado durante tres años como misionero laico en Jamaica y Cuba. Tras regresar a Ibiza en 1997, conoció a su mujer y rápidamente se casaron «porque queríamos formar una familia cristiana y no teníamos por qué esperar. Al cabo de tres años, nos pusimos ya a disposición de la Iglesia, con una experiencia formada en el camino neocatecumenal».

Según afirma Vicente, se llevó una grata sorpresa al comprobar que su mujer «estaba dispuesta igual que yo» a ser misionera.

Fue en el año 2000 cuando la pareja participó en un encuentro con familias «dispuestas a salir al mundo», siendo Austria su destino.

«No teníamos ni idea de alemán, pero nos pareció bien», añade él.

Irene reconoce que al principio sintió cierto temor a que les enviaran a destinos menos favorecidos, lugares sin agua o luz y con problemas de seguridad. «Después, lo dejamos en manos de Dios y pensamos que, al lugar al que nos enviara, lo íbamos a aceptar. Se mandaban familias a sitios muy pobres y viajaban allí con niños pequeños. Vicente, de hecho, quería ir a sitios más lejanos», explica Irene, quien puntualiza que los misioneros son libres para rechazar el destino que les toque si no les convence por cualquier motivo.

«El obispo Agustín Cortés nos hizo el envío y él mismo estaba preocupado por si este camino sería bueno para nuestra familia», señala Vicente, recordando que el 'envío' significa que el misionero no va al destino por cuenta propia, sino que su labor misional depende de la Iglesia.


Día a día

Antes de comenzar esta aventura, Vicente Planells había logrado sacar en Ibiza una plaza fija en los portuarios que «en aquel tiempo ganábamos muchísimo dinero». Un día después de sacar la oposición, renunció a ella para marcharse a Austria.

Ya en el país, comenzó a trabajar limpiando en una pizzería. Tras pasar por otros puestos, en estos momentos es empleado de un almacén. «Nosotros hacemos la labor de misionero gratis, aunque Dios nos da más de lo que nosotros aportamos», dice.

Según explica, en Austria existe un impuesto eclesiástico que obligatoriamente debe pagar todo católico, una medida que él rechaza, valorando la «libertad» que le otorga poder realizar su trabajo de manera gratuita. Ayudar en confirmaciones o en la preparación al matrimonio; catequesis para adultos o acompañamientos para personas que van a bautizarse, son algunas de sus labores diarias.


Hijos

En estos momentos, los hijos de Vicente e Irene tienen entre seis y 23 años. «El mayor ya ha salido de casa y el resto está con nosotros. No sabemos si ellos van a continuar este camino porque cada uno es como es. No es fácil para ellos porque en lugares como el colegio reciben una visión falsa de lo que es la felicidad e intentan hacer lo mismo que los otros jóvenes, pero ven que no están recibiendo aquello que esperaban», asegura Irene.

Según insiste, muchos niños del vecindario y amigos de sus hijos se sorprenden cuando les conocen al proceder ellos de familias «destruidas» por distintos motivos.

«Al principio, cuando vienen a casa, tienen como un temor, pero después quieren volver», explican.

También resaltan el impacto que sienten sus hijos al viajar anualmente a Ibiza y ver determinados comportamientos o vestimentas. En Austria, según Vicente, la isla es como el destino soñado por muchos, mientras que a él le parece que ha ido en decadencia en los últimos años.
En su caso, los hijos de Vicente e Irene sólo tienen móvil «a partir de los 16 o 17 años, cuando lo necesitan, aunque sí lo piden como todos».


Vicente e Irene creen que «todo cristiano tiene una misión» y, en su caso, ellos tienen además «una gracia especial» para llevar a cabo en otro país esta labor misional.