La bióloga Antònia Maria Cirer durante la entrevista. | TEF TV

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Nacida en la Marina, un lugar que recuerda con «mucho cariño», Antònia Maria Cirer es catedrática de Ciencias Biológicas, entre otras facetas, y esta semana ha participado en ‘Bona nit entrevistes’ de la TEF.

—Usted ha fundado una asociación a favor de la lagartija ibicenca.
—Es una red de voluntarios. Cuando me jubilé y volví a Ibiza para establecerme después de 40 años trabajando fuera, me encontré con el gran problema que sufría la isla con las lagartijas. Yo hice mi tesis doctoral sobre ellas y había trabajado mucho en el tema en los años 80 y 90, así que me lancé de cabeza. Lo ideal habría sido haber montado una red en la que todos los grupos ecologistas que trabajan por el medio ambiente se implicaran. Fue la idea inicial, aunque el medio ambiente de Ibiza tiene este problema y cada vez que se intenta hacer una cosa, hay divisiones internas y acaban imperando las fuerzas que no cuidan tanto de nuestro medio ambiente.

—En su familia ya había antecedentes de mujeres que habían estudiado.
—Sí y no era frecuente. De hecho, muchas mujeres de la generación de mi madre no sabían leer o escribir. Estudiar Bachillerato era casi imposible y marcharse fuera de Ibiza para hacer una carrera, podían contarse con los dedos de una mano las mujeres que lo hicieron. Yo las conozco porque había compañeras de mi madre que estudiaron a la vez, pero no era lo normal.

—¿Era usted buen estudiante?
—Sí, ahora hará 50 años que hice COU y si de algo se acuerdan mis compañeros, era de mis notas.

—¿Cómo fue la transición cuando se marchó a Barcelona?
—Complicado. Creo que todos hemos pagado este precio, esta novatada. Era cuando todavía se escribían cartas y tuve un gran problema porque no encontraba papel para hacerlo. Aquí todo se vendía en una librería, pero allí no y no me decían que las librerías no eran papelerías y tardé casi un mes en darme cuenta. Todo el mundo hace el payés alguna vez en su día.

—¿Tenía claro desde el principio qué quería estudiar?
—Sí. Cuando me matriculé, ya seguí con la Biología y con todo lo relacionado con este mundo. Antes, sin embargo, no sabía si quería hacer letras o ciencias porque las letras me gustaban mucho y tenía muy buenas notas. De hecho, mis profesores de letras pensaban que me iría hacia su terreno. En ciencias, tampoco sabía si quería hacer Medicina o Ingeniería Agrónoma, pero me dijeron que una mujer en aquello, que de ninguna de las maneras. Acabé estudiando Biología, donde se aceptaba muy bien a las mujeres. Era de ciencias y me gustaba. Había más mujeres en aquel tiempo en Biología.

—¿Sabía si después iba a poder trabajar de lo suyo en Ibiza?
—No exactamente. Fue una de esas cosas que no lo piensas mucho, pero no te sorprende. Cuando hice unas oposiciones, ya supe que tardaría en volver. Lo que nadie nos quita es la facilidad que tenemos ahora para viajar y poder venir de forma continuada como hice. Mi familia ya daba por hecho que me quedaría allí. Cuando tienes 20 o 30 años es momento de comerte el mundo y abrirse camino, pero después, a partir de los 50, a todos nos gusta mucho volver a casa y empiezas a mirar dónde puedes crear un rincón para estar a gusto.

—¿Qué satisfacciones le brindó su etapa laboral?
—Muchas porque ha sido muy larga. Fui catedrática durante 35 años e hice en 1982 oposiciones de catedrática del Estado, aquellas con cinco exámenes eliminatorios, y desde entonces estuve en activo sin tomarme un solo año sabático. Prácticamente, no tuve ni bajas porque cuando tuve la de maternidad, mi hija nació en verano y me incorporé un 2 de noviembre, así que hice todo el curso completo. He sido muy fructífera y he tenido muchos episodios y alumnos que me han dado muchas satisfacciones, siempre en diferido porque, en la educación, cuando el alumno está delante, nunca demostrará que te considera o que te respeta. Después, hay muchos alumnos que te acaban mandando este reconocimiento que te hace ver que ha valido la pena.

—¿Le gusta la evolución del mundo docente?
—Podemos decir que sí y no. Hay cosas que sí y otras que no. En positivo, cuando yo estudiaba éramos una minoría y ahora es obligatorio. Muchas veces en las aulas hay alumnos disruptivos que antes no estaban porque no les dejaban entrar en la escuela. Hay alumnos que necesitan diferentes atenciones. Incluso ahora llegan a tener carreras o empleos que les permiten ser autónomos y es muy positivo. Yo me emociono cuando lo veo. Antes estas personas habrían estado encerradas y ahora se ganan la vida y son autónomas. Todo el mundo, incluso ahora, parece que tiene vergüenza si algún miembro de su familia necesita una atención diferente. En cuanto a los aspectos negativos, en España, todo el que llega a la educación quiere inventar la sopa de ajo con nuevas leyes. He puesto en práctica seis leyes generales educativas y es una barbaridad y no tiene ningún sentido. En este mismo tiempo, en Francia, sólo han tenido una. Aquí es donde falla la educación en España, en este exceso de normativa y regulación cuando, en realidad, las cosas pueden ser más sencillas y lógicas.

—Es posible que estos errores se deban a que las leyes son hechas por personas que no dan clase y no se enfrentan a los alumnos.
—Exacto. Cuando conoces las circunstancias, sabes las consecuencias y qué va a pasar. Quien no lo sabe, no piensa en las consecuencias que estos cambios pueden tener. También hay esta parte de ego de que quien todo el que consigue un poco de poder, quiere una ley con su nombre. Es
algo que nos ha hecho mucho daño, y no sólo en la educación, también en la mayor parte de la actividad política que tenemos en España desde la democracia.

—Cuando volvió a Ibiza, ¿cuál fue la primera impresión sobre la evolución de la isla?
—Yo venía de vacaciones y algún fin de semana y, cuando volví, tuve una impresión muy positiva de que en invierno se está muy bien. El ambiente de actividad cultural o deportiva fue muy reconfortante porque, cuando venía por Navidad, no había nada y era un pueblo muerto, con todo cerrado. Por otra parte, Ibiza ha cambiado mucho en estos 40 años y es una isla sobreexplotada a todos los niveles, lo que comienza a provocar que sea una isla muy incómoda. O buscas muy bien dónde ir y qué hacer, o es mucho más incómodo que vivir en cualquier ciudad. Va en nuestra contra. Esta Ibiza que muestran en los folletos no existe.

—Hemos hablado de su faceta docente, pero de las otras cosas que ha hecho, ¿con qué se queda?
—Con haber sabido ver qué problemas tienen los ecosistemas insulares. Haber entendido cómo funciona un pequeño ecosistema insular. Si uno entiende cómo funciona una isla pequeña, se puede después entender cómo funciona un ecosistema más grande y trasladar los conocimientos a un ecosistema global. Con mis escritos, creo que he conseguido plasmarlo de forma clara. En Ibiza, cuando empecé a estudiar la lagartija, casi tuve que aguantar que la gente se riera de mí y creo que he sabido explicar que es la especie central de los ecosistemas insulares. La lagartija, cuando estaba en buen estado, nos permitía en Ibiza no tener que usar pesticidas en la agricultura. Los payeses, hasta hace poco, no los usaban. En toda Ibiza se seguía la agricultura ecológica y, si se hubiera continuado por aquí, hoy en día tendríamos una gran riqueza y podríamos exportar al precio que quisiéramos. Ello era gracias a que la lagartija hacía esta labor de ir retirando larvas y pequeñas enfermedades. El medio ambiente es como un gran reloj con muchas piezas conectadas. Esto es lo que pasaba con las lagartijas. ¿Por qué ahora no las tenemos?, porque nos han venido especies de fuera como las serpientes y esto nos está distorsionando todo el ecosistema.

—Ahora, ¿qué podemos hacer?

—Yo creo que todavía estamos a tiempo. Los primeros en movilizarse fueron los payeses, la gente ibicenca que vivía en el campo, y a través de SOS Sargantana hicieron un gran trabajo. Aquí, la Administración se ha portado de una forma bastante desagradable. Ahora, comienza a haber muchos extranjeros que viven en Ibiza y que tienen poder adquisitivo y quieren hacer algo y se están planteando comprar trampas por su cuenta. Nada de estar pendientes de si el COFIB les da una trampa o no. Deben ponerse miles, centenares de trampas, así que vamos a intentar llevar esto a cabo. A ver si este movimiento nos permite plantear que puede acabarse con las serpientes. Eso sí, debemos preservar lagartijas en lugares seguros. En caso contrario, en dos años se las habrán comido todas. Hay que hacer reservas valladas evitando que puedan entrar las serpientes. Si allí puede haber piedra seca, con las hierbas, tendremos una reserva para lagartijas. Es lo que debemos hacer ahora.