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Bares de Ibiza: Cafetería Sa Colomina, «está de vuelta»

La cafetería Sa Colomina atraviesa la recta final de su última etapa

Cafetería Sa Colomina. | Toni P.

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Hace cerca de cuatro décadas, Juanjo y Anastasio abrían la cafetería Capricci en pleno barrio de Sa Colomina, de manera paralela a la urbanización de una zona que antes fueran las afueras de la ciudad de Vila, ocupada por fincas de regadío. Durante los 22 años que Juanjo y Anastasio regentaron la Capricci, el negocio fue evolucionando y ampliando su oferta hasta convertirse en una de las pizzerías más populares de Vila durante años. Entre la amplia clientela de la Capricci se encontraba Marcelino Guadalajara, a quien, además, unía la amistad con los propietarios, así como su Cuenca natal con Anastasio. «Siempre pedía pizza para que me la trajeran a casa y venía siempre a ver el fútbol», recuerda Guadalajara sobre su condición de cliente del local que acabaría regentando a partir de 2010 cuando, tras haber abierto su propio restaurante y casa rural en Cuenca, ‘Las Heras’, «me ofrecieron llevar el local por la amistad que tenemos».

Marcelino subraya la amistad con los propietarios del local recordando la peor época vivida por la hostelería en general cuando «se portaron de manera ejemplar durante la pandemia, ayudándome mucho a la hora de cobrarme el alquiler». Respecto a la evolución del negocio, al que cambió el nombre por el del barrio que lo acoge, ‘Sa Colomina’, tras la llegada de Guadalajara, este recuerda que «desde el principio seguimos la misma línea que habían llevado hasta entonces, ofreciendo menús, pizzas, reparto a domicilio… aunque después añadimos otras cosas como el kebab». «Cuando abrimos nosotros, era la misma época en la que se estaba construyendo el hospital y teníamos mucha clientela que eran obreros que trabajaban allí. En esa época teníamos gente esperando para coger mesa al mediodía», rememora Marcelino respecto a sus primeras temporadas como responsable de su establecimiento. «La estrella de la cocina eran, además de las pizzas, las paellas. Las hacíamos de bogavante, mixta, de pescado». «Mientras hacía el Bachillerato, venía siempre que podía por las tardes a echarle una mano a mi padre», recuerda Lorena respecto a los primeros años de la cafetería Sa Colomina. «Los momentos más flojos lo cubría para que descansara un poquito y los días más duros, como los del fútbol, también le echaba una mano con todo el follón», asegura Lorena, que reconoce que «esa experiencia me sirvió para darme cuenta de que lo mejor era seguir estudiando, así que me saqué el FP de Administración y Finanzas».

Marcelino en pleno trabajo, sirviendo unos cafés para llevar con la fotocopiadora al fondo.
Foto: Toni P.

Sin embargo, Guadalajara reconoce que «hubo una época, tras la finalización del hospital, en la que empezó a venir menos gente al mediodía, así que decidimos retirar los menús para limitarnos a lo de la carta». Marcelino se refiere a una época «que nos costó sudor y lágrimas», a la espera de la puesta en marcha definitiva del edificio del Cetis, a pocos metros de la cafetería. «Pensábamos que lo iban a abrir enseguida, pero costó más de lo previsto. Primero porque decían que los autobuses eran más altos que la entrada, luego porque solo había una entrada…», recuerda Marcelino respecto a la farragosa puesta en marcha del Cetis.

Fotocopias y desayunos

Con la puesta en marcha del Cetis, la cafetería Sa Colomina empezó a recibir un nuevo perfil de clientela. Además de vecinos y trabajadores del barrio, «empezó a venir gente de paso, que iba a hacer algún trámite a los juzgados o a las oficinas del Ayuntamiento», recuerda Marcelino. «Mucha de esta gente entraba preguntando dónde ir a hacer fotocopias, venía tanta gente que al final me salió más rentable hacerlas yo mismo que explicarles cómo llegar hasta Copión», explica Marcelino respecto al particular servicio de fotocopias que mantiene en su cafetería desde hace años. «Es un servicio extra más que ofrecemos durante todo el día mientras el cliente aprovecha para tomarse un café o desayunar», añade Guadalajara. Entre el personal que ha pasado por Sa Colomina en su trayectoria, Marcelino recuerda, entre otros, a Nonilón y Manolo, «que estuvieron mucho tiempo en la cocina», además de Carlos o Manuela, «que sigue conmigo detrás de la barra».

Clientela Entre la clientela habitual de Sa Colomina se encuentra Pedro, vecino del barrio desde hace una década, que reconoce que no falta en Sa Colomina «un par de veces al día para tomarme un café o una cervecita». El cliente, amigo y vecino, pone en valor el trato que recibe en Sa Colomina: «Donde te tratan bien, siempre vuelves: yo vuelvo cada día». Entre la clientela esporádica está Joan, que cruza la puerta de la cafetería Sa Colomina, «que te invita a entrar», cada vez que está «de paso en Vila para llevarme un café o una Coca-Cola antes de seguir trabajando. Nunca me han puesto mala cara». «La ubicación es espectacular: tiene al lado los colegios, las oficinas del SEPE, las del Ayuntamiento y la estación de autobuses», añade Joan.

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Francisco es uno de esos clientes que se han convertido en habituales gracias a la ubicación privilegiada a la que se refería Joan: «Cojo autobuses cada día para ir a cualquier sitio, así que aprovecho para comenzar el día aquí tomándome un café bombón o un Anís del Mono cuando hay dinero, viendo las noticias, leyendo el periódico y haciendo los crucigramas y los sudokus, además de encontrarme con amigos».

«De vuelta»

«El pasado noviembre cumplí la edad para jubilarme, pero como me encuentro bien y todavía me quedaba un año más de contrato, decidí aguantar un poco más», explica Marcelino respecto a su futuro y al de la cafetería, reconociendo que «ahora ya estoy un poco de vuelta, empezando a vislumbrar mi jubilación, probablemente a finales de año si los propietarios no la venden antes».

Este camino a la jubilación de Guadalajara no supone más que «bajar un poco el ritmo, enfocarnos más en la cafetería que en la cocina y tener un ritmo de trabajo más pausado, sin calentarme mucho la cabeza», tal como explica él mismo entre risas, mientras reconoce que «ya me estoy ‘medio jubilando’».

Para su siguiente etapa, la de la plena jubilación, Marcelino tiene previsto disfrutar de su familia, «ya tengo dos nietos y dos nietas», además de seguir dedicándose a la pintura, ahora con más tiempo, y viajar a su Cuenca natal y a Albacete para disfrutar de otra de sus aficiones favoritas, la caza con podenco ibicenco. Eso sí, con la satisfacción de haber conseguido con su esfuerzo, tal como reconoce Marcelino, «que a día de hoy mis tres hijas hayan podido ser una abogada, otra trabajadora en la residencia de Can Blay y Lorena, en una gestoría».

Pepe es cliente fijo de Marcelino «desde el momento en el que abrió» y reconoce que «me sabe mal que esté pensando en cerrar, no es agradable perder un lugar como este». Pepe pone en valor «el servicio y la amistad» que ha encontrado siempre en Marcelino, «con quien he salido mucho a cazar junto a nuestro añorado amigo Pep Ribas, que de vez en cuando llevaba alguno de sus bonsáis a la cafetería».