Beatriz Cazurro, durante su conferencia en Santa Eulària. | Irene Arango

TW
0

Beatriz Cazurro, psicoterapeuta familiar y formadora, es una de las ponentes del ciclo de conferencias La Aventura de Educar en Familia de Santa Eulària, que ofreció este viernes por la tarde la charla Los niños que fuimos, los padres que somos.

— Su conferencia se titula ‘Los niños que fuimos, los padres que somos’. ¿Cuál es el principal mensaje que quiere transmitir con esta charla?
— Creo que hay muchos padres y madres que ahora mismo están intentando criar de una manera un poquito diferente y sabemos cómo es en teoría tratar con más respeto, alejarnos de gritos, de amenazas, de todo tipo de comportamientos violentos. Pero creo que es importante también que se pueda entender cómo hemos llegado a ser los adultos que somos y cómo toda esa infancia que hemos vivido nos ha construido de una manera que a veces nos dificulta poder tratar así a los niños. Entonces bajar un poco más allá de la teoría a la realidad de las personas y a poder comprenderse, sobre todo para poder ayudarse en el proceso de tratar mejor a los niños.

— ¿De qué manera influye la infancia de los padres a la hora de educar a sus hijos?
—Al final aprendemos a ser padres cuando somos niños a través del modelo, a través del ejemplo, a través de las reacciones que tienen entre nuestros comportamientos. Entonces, a través de todas esas relaciones primeras, y por supuesto dentro de un contexto social, y económico, que es importante también nombrar, se va creando una serie de conexiones en nuestro cerebro, una manera de funcionar del sistema nervioso, una manera de interpretar el mundo, de vernos a nosotros mismos y de relacionarnos. La manera que tenemos de atravesar las emociones depende de cómo nos han tratado y de ese tipo de relaciones que hemos tenido y si no lo hemos podido desarrollar, esa habilidad de regularnos o de atravesar estas emociones intensas, cuando las muestran nuestros hijos, generalmente perdemos los nervios o nos tenemos que ir.

— ¿Cómo podemos ser más conscientes de la influencia de nuestra propia historia en la educación de nuestros hijos y romper con patrones que no queremos repetir?
—Hay una parte que yo creo que es a través de la reflexión, de los libros, las redes, empezamos a plantearnos mentalmente y a entender. Pero hay otro trabajo que es más de poder escucharnos, de poder notar lo que nos pasa cuando estamos en relación con los niños y ver del punto en el que partimos todo este trabajo de desarrollo de esta parte del sistema nervioso. Es un trabajo muy gota a gota, para este sí que no hay atajos, no vale con reflexionar, es un trabajo mucho más corporal y de poder experimentar cómo es sentirnos, de poder darle un espacio.

— ¿Cuáles son los mayores desafíos emocionales que enfrentan los padres a la hora de educar?
—Creo que hay un reto muy general que es cómo interpretar la manera de ser de los niños. Los comportamientos los interpretamos como algo malo o bueno, no tenemos referencia de lo que es ser un niño, entonces a la hora de mirarles no sabemos cómo interpretar las cosas y las interpretamos distorsionadas. Y luego a partir de ahí es donde surgen otros muchos problemas. Tenemos más prisa para que consigan las cosas muy rápido cuando son cosas que a lo mejor tardan muchos años en terminar de desarrollarse o ponemos muchas etiquetas para darle sentido a comportamientos y entonces vamos construyendo una identidad de ellos que al final les afecta. Los niños son muy emocionales, no hay tanta mente y nuestro lenguaje de adulto es mucho razonamiento pero poco cuerpo.

—¿Cómo podemos encontrar un equilibrio entre una educación respetuosa y la necesidad de poner límites?
— A los adultos nos resulta difícil en general pero no tiene porque ser difícil de por sí. Los límites para una familia pueden estar muy claros y se pueden transmitir con mucha firmeza y muchísimo respeto. Límites y respeto son dos cosas que en realidad van muy unidas, porque para ofrecer seguridad a los niños necesitan límites necesitan la seguridad de alguien que sabe más del mundo y que les va a proteger cuando algo sea algo malo para mí. Si no hay límites, los niños se sienten muy desprotegidos.

— ¿Qué estrategias recomienda para fomentar una crianza más consciente y reflexiva en el día a día?
—Creo que verdaderamente la estrategia pasa por aprender a relacionarnos con nosotros mismos, conocernos más, y aumentar nuestra tolerancia a sensaciones o emociones que son muy desagradables y que a veces intentamos escapar de ellas. Al final si yo no tengo capacidad para tolerar tristeza dentro de mí o lo que hago es evitarla, cuando un niño delante de mí esté muy triste va a ser muy difícil para mí. Por eso creo que el trabajo, más allá de saber lo que hay que hacer, que puede ser interesante planteárselo mentalmente, es cómo aumento esta tolerancia de sensaciones dentro de mi cuerpo.

—¿Cómo se puede gestionar esa sensación por parte de los padres de no estar haciéndolo lo suficientemente bien?
—Los límites en general no gustan. En general a los adultos tampoco nos gusta, y aprender a frustrarse es algo complicado para el cerebro infantil entonces tienen rabietas o consideran que eres malo. A veces esa culpa o esa miedo que genera que no me quiera, puede hacer que no pongamos límites. Por eso digo que es muy importante saber qué nos pasa y cómo atravesar eso que nos pasa si no al final se entremezclan las decisiones que tomamos.