Con 24 años, Andrés Coll se ha convertido en uno de los músicos de la isla con mayor proyección. Repleto de proyectos, relata en ‘Bona nit Entrevistes’ cómo a finales de diciembre estará actuando en la plaza Cataluña de Barcelona.
—¿Existían antecedentes musicales en su familia?
—Mi hermana tocaba el piano y el saxofón, por lo que en casa siempre hubo un piano. Mis padres me cuentan que me acercaba a él a dar la lata a mi hermana, aunque también a componer alguna pequeña melodía. La composición, poco a poco, me fue llamando y hace unos seis años ya comencé a hacerlo de manera más habitual.
—¿A qué se ha dedicado su familia?
—Mi madre ha sido profesora en Sa Graduada e incluso fue mi maestra cuando yo tenía 11 o 12 años. Toda una experiencia. Mi padre es el gerente de una empresa y mi abuela es asturiana, así que tengo una parte celta. También, por parte de mi padre, tengo un lado muy ibicenco, muy mediterráneo. Tanto por parte de padre como de madre tengo dos mundos que se juntan. La de mis abuelos es una historia muy interesante porque mi tatarabuelo se marchó a Cuba a finales del siglo XIX y volvió casado y de allí surgimos todos.
—Usted toca la marimba, que es un instrumento de percusión. ¿Le llamó la atención desde el principio?
—Siempre me ha llamado mucho la atención. Comencé a tocarla en Can Ventosa y éramos unos tres que empezamos allí con la percusión y a cada uno nos llamó la atención un instrumento. Estábamos en la banda y mi amigo se decantó por los timbales, otro por la caja y yo por la marimba. Es un placer.
—Volviendo a la época de estudiante, cuando su madre era su profesora, ¿le perdonó muchos deberes?
—No, no me acuerdo mucho, pero ella siempre ha querido que yo salga adelante por mí mismo. Ella me enseñó a leer de muy pequeño y siempre ha cuidado mucho estos aspectos. Mis compañeros me pedían los exámenes y no tenía nada. También es verdad que sexto de primaria era un curso fácil.
—¿Tuvo algún profesor que le marcó?
—Yo estudié en el IES Santa Maria y justo los profesores que tenía eran unos personajes en sus respectivas materias, todos con mucha personalidad. No recuerdo nada que me marcara, pero estuvo muy bien tener a profesores que sabían de lo suyo. Mi asignatura preferida, aunque a veces no la soportaba, era Filosofía porque en los exámenes podíamos escribir todo lo que quisiéramos, aunque a la vez debíamos conocer mucha teoría. En aquellos momentos todavía no conectaba con aquello, aunque me gustaba escribir.
—A la hora de componer, ¿escribe letras?
—No, nunca lo he hecho porque no canto y todavía no he conectado con este mundo. Escribo música y ya llegará el momento si debo escribir una letra. Para componer, hay que hacerlo un par de veces y darle fluidez al proceso porque llegar al punto que uno quiere requiere de tiempo. Después, llega un momento en el que uno tiene más soltura.
—¿Le ha sorprendido en alguna ocasión que de repente se le ocurra una melodía?
—Sí, pasa mucho y, como no tenemos papel, muchas veces tengo que usar el móvil, cantarlo y grabarlo. Voy comprando unos libros de partituras y creo que en unos cinco o seis años habré utilizado ya unos seis.
—¿Cuándo supo que lo de la marimba era lo suyo?
—Estuve muchos años en la escuela hasta que decidí dedicarme a ello. Empecé con siete años estudiando percusión en Can Ventosa. Con 18 años escuché un álbum de jazz con un tipo que tocaba un vibráfono y vi que yo lo llevaba haciendo toda la vida y que era lo mío. Yo toco una variante eléctrica que se fabrica en Reino Unido y que es una nueva. Si la marimba es acústica, es un instrumento muy grande y el xilófono es más pequeño. El vibráfono es de aluminio, tiene un sonido metálico y se ha usado mucho en el jazz, emitiendo un sonido más prolongado.
—¿Es capaz de saber cuando compone cómo sonarán los instrumentos?
—La mitad la compongo sin instrumentos, como si improvisara sobre la partitura, y la otra la hago al piano, que es fantástico para componer porque tienes el bajo y la melodía.
—¿Dónde le gustaría estar en diez años?
—No tengo ninguna meta y confío en hacer hoy en día lo mejor. A partir de ello, el destino me llevará al lugar en el que deba estar. Si no es a ninguna parte, también estará bien.
—La música, puede decirse que sale de usted. Disfruta mucho tocando.
—Lo concibo como una danza de energía y todo lo que comporta se traduce en música. La gente agradece mucho que se transmita en el escenario. No sólo quiero enseñar mi música, también dar algo y que el público reciba algo, inspirar, y que la gente piense lo que se puede conseguir cuando se hace lo que más gusta.
—Si le hablo de ‘ball pagès’, ¿qué diría?
—Ha formado parte de mi vida desde los nueve años, cuando acompañé a un amigo a una ‘ballada’ en Platja d´en Bossa. Lo vi y dije que quería hacerlo. Se me ponen los pelos de punta cuando hablo de ello. Fue una experiencia muy bonita, no sólo cómo comencé sino todo lo que rodea al baile. Es una energía diferente. La música puede ser un poco hipnótica y es muy bonito también el ambiente que se forma con las familias y con la gente que baila. Animaría a todos a probar. Nosotros estamos con la Colla de Vila haciendo clases los viernes de 20 a 21 horas.
—¿Qué le gustaría decir sobre dar mayor importancia a la música en el aspecto pedagógico?
—No debería imponerse la música, pero si alguien estudia y de verdad quiere aprender, tendría que encontrar facilidades para impulsar este sentimiento. En el instituto, si se da la asignatura, que sea algo más abierto y que los jóvenes puedan decir de verdad que han estudiado música. Que se investigue cómo se puede conectar más con los estudiantes y cómo se puede enseñar mejor la música, no sólo con la flauta.
—¿No se ha planteado nunca unificar métodos digitales y analógicos a la hora de trabajar?
—Sí y hay ejemplos muy bonitos de músicos acústicos que han hecho proyectos con algún productor de música electroacústica, con sonidos digitales y más vanguardistas y es una función muy bonita. Se abren nuevos campos.
—Háblenos de los lugares en los que ha actuado.
—Tocar fuera de casa es la prueba de fuego. Cuando lo haces en casa, la gente conecta más porque te conocen y saben de dónde vienes. Cuando sales, es otra cosa y, sobre todo, algo que hago es llevar conmigo las ‘castanyoles’. Las llevé en Polonia, en Vitoria o en Holanda. Aquello no lo han visto nunca y llama mucho la atención. En Polonia, la gente se volvió loca.
—¿Qué le ha llegado a pasar en algún concierto?
—No estaba tocando, pero le hice una señal a alguien y la baqueta salió volando. Fue en Ibiza. Lo más divertido que he hecho en un escenario es con mi batería, que también es muy visual.
—¿Es complicado ganarse la vida en el mundo de la música?
—Primero, te tiene que gustar y que sea tu pasión porque debes dedicarle muchas horas y mucha práctica. Tienes que estar preparado para dedicar tu vida a ello. Si eres capaz de esto, eres capaz de ganarte la vida con la música fácilmente. Yo en Ibiza puedo hacerlo porque llevo desde los siete años pico y pala.
—Si le digo la palabra ‘soul’, ¿qué le viene a la cabeza?
—Estados Unidos, pasión, ‘blues’ y espiritualidad. Con la marimba, además, se puede tocar cualquier estilo, otra cosa es que el ‘blues’, por ejemplo, sea parte de mi historia.
—¿Le ha llamado la atención el tema de la fusión?
—Es mi historia ya sólo por el hecho de hacer música y ‘ball pagès’. En mi grupo mezclo sonidos del norte de África, India o Polonia.
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