No hay una fecha determinada que permita medir la antigüedad del Bar Costa de Santa Gertrudis. «Mi padre ya tendría cerca de 100 años y siempre me decía que, desde que tenía memoria, el Costa siempre había sido un bar», explica Pep Roig, hijo de Vicent de Can Pi Roig, que se hizo cargo del establecimiento a partir de 1963.

Antes de la llegada de la familia de Can Pi Roig, fue la familia Costa quien estuvo al cargo del bar, con la vivienda en el piso de arriba. Allí mismo nació Miquel en 1959, «mis padres, Toni de Can Costa sa Font y Maria de Can Tarba, ya llevaban ocho años casados, pero la casa ya estaba antes, así que calculo que se construiría entre finales de los años 40 y principios de los 50», explica Costa. «En esa época no había ni electricidad en Santa Gertrudis y el colegio estaba pegado a la casa», recuerda Costa respecto a su infancia cuando «todo lo que hoy son los salones del bar eran corrales y huertos».
«En esa época el bar no llegaba más allá de la barra, las neveras de madera estaban en una pared donde ahora está al paso a donde hacen los bocadillos», apunta Joan ‘Senyora’ uno de los vecinos más veteranos del establecimiento.

«Llevo viniendo toda la vida y ya estoy a punto de cumplir 75 años», explica el vecino de Santa Gertrudis que recuerda que «conocí bien esa época en la que todavía estaban Toniet Costa y su cuñado Miquel Tarba, apenas había cuatro casas más alrededor, Cas Ferrer, Can Lluqueta, Can Escandell y Can Alcaria además de la iglesia». De esa época, Senyora describe el espacio como un lugar «lleno de humo, con el suelo lleno de colillas de tabaco, ¡ni siquiera había vasos!» y donde «solo había hombres, mientras las mujeres estaban en misa, los hombres estaban en el bar tomando un cognac, de vez en cuando se asomaban para comprobar que todavía no salían de la iglesia y ver si les daba tiempo a tomarse uno más».
Funerales
Y es que en esa etapa, Can Costa solo abría sus puertas los fines de semana y «cuando había algún funeral», recuerda Pepe, que describe a la clientela como «gente payesa del pueblo, que trabajaba de sol a sol y que, cuando hacía mal tiempo y no podían trabajar, se juntaban en el bar, junto al fuego que se hacía en el suelo, a jugar al burret, al raer o a la manilla mientras fumaban poca y bebían cognac». «En Navidad, cuando era pequeño, había ‘vi espumos’ (champagne), pero más que beberlo, lo que hacían era estampar las botellas contra el suelo. Al día siguiente mi padre tenía que recoger el montón de cristales con una carretilla», recuerda Pep mientras Senyora añade que «cuando tiraban la botella por el culo, rebotaba hasta arriba, para romperla había que tirarla ‘de panxa’».
Pep creció en el Costa «desde que tenía seis años, cuando mi padre compró ‘sa clau’ (una suerte de traspaso por el que se pagaba un módico precio mensual) de la casa y el bar hasta que compraron definitivamente el edificio unos años más tarde».

Tras años al cargo, Toni Costa alquiló el establecimiento a Toni de Can Simón, «que se hizo cargo del bar junto a su hermano Jaume, ya que Toni también trabajaba en otros lugares, durante unos años», tal como explica Roig.
«Jaume había tenido un accidente y yo era un chaval de 15 años que había estado trabajando en el Barbacoa, donde había visto que se podía ganar dinero, ver mujeres y escuchar buena música trabajando en un bar», recuerda Pepe para explicar que «entonces le dije a mi padre que quería hacerme cargo del bar. Él me dijo que estaba loco, pero yo estaba convencido de exportar lo que había conocido en el Barbacoa».

A partir de ese momento «hicimos la obra para ampliar el bar, empezamos a trabajar aquí toda la familia: tanto mi madre como mi padre y mi hermana Maria, y empezamos a abrir cada día».
Estamos hablando de 1975, «y entonces el bar se llenó de hippies en muy poco tiempo, se juntaban los payeses de toda la vida fumando ‘pota’ en una mesa y, al lado, otra con los ‘peluts’ fumando marihuana al otro», tal como explica Pep con humor.

«Creo que sería entonces cuando empezaron a entrar las primeras mujeres al bar, a las que miraban con sorpresa y que normalmente eran extranjeras» apunta el propietario del Costa.
Una de esas mujeres era Marlise que llegó a Ibiza hace 45 años y que recuerda que «los miércoles era el día en el que nos juntábamos muchos alemanes, hacíamos torneos de backgammon y tomábamos el ‘café loco’». Pep explica que «mi padre hacía café caleta los miércoles, que era el día del mercadillo de Punta Arabí y venían los ‘peluts’ con dinero y muchas ganas de fiesta. Yo les ponía mis discos y todo el mundo bailaba como si Santa Gertrudis fuera una discoteca».

Noticias relacionadas

Los butanos

Entre risas y recuerdos de la época junto a Pep y a Senyora, Marlise recuerda a otra ‘especie’ de visitantes del Costa en los años 70, «también había muchos butanos». La vecina de Santa Gertrudis se refiere a «una comuna o secta de seguidores de Osho, que estuvieron en una finca de aquí al lado mucho tiempo», tal como explica Pep mientras apunta a un dibujo enmarcado junto a la barra, «en este dibujo de Fulljames salen todos los tipos de clientes de esa época, los únicos que tienen color son los ‘butanos’, que iban vestidos con una túnica naranja y llevaban un medallón. Monreal también los pintó en el cuadro que hay junto a la chimenea».
Los bocadillos del Costa son una de las señales de identidad del establecimiento.


Música, arte y bocatas

En 1976 un fotógrafo francés, Jean Paul, y su pareja, una vasca que se llamaba Ana, «se encapricharon del bar y lo alquilaron conmigo incluido», explica Pep. De esa etapa Pep recuerda agradecido que «fue el que empezó a traer buena música, yo era un adolescente y me encantó».
A través de los años, muchos de los músicos que Pep conoció entonces se acabaron convirtiendo en clientes del Costa, «estuvo viniendo Ian Guillian (cantante de Deep Purple) y solo me enteré de que era él cuando ya se había marchado» reconoce Roig, que cuenta con clientes habituales «como Robert Plant, que todavía viene de vez en cuando».
«En esa época una señora alemana sugirió que hiciéramos sandwiches ‘croc mesieur’ y fueron todo un éxito. Con el tiempo acabamos sustituyéndolos por los bocadillos que seguimos preparando a día de hoy», explica el propietario del Costa.

Jean Paul y Ana apenas estuvieron un año al cargo del Costa, sin embargo dejaron una huella, más allá del gusto musical, que todavía perdura a día de hoy: el arte. Y es que, tal como explica Pep, «Monreal era amigo suyo y empezó a venir en esa época».
Como «uno más de los peluts», el artista chileno continuó como cliente del Costa. «Le gustaba mucho beber y venir con mujeres», recuerda Pep que explica que «le ofreció a mi padre pintarle un mural a cambio de las consumiciones»

Ese mural «que causó bastante revuelo en el pueblo», fue el primero de muchos pagos en forma de arte que Vicent, «que tenía un don para identificar las cosas con valor», le aceptó al artista. «Si vendía un cuadro, con el dinero le compraba unos cuantos más», explica Roig, que subraya que «hoy en día no vendería ninguno de los cuadros, se han convertido en parte de nuestra identidad, mucha gente viene por el arte, ni por el jamón ni por los bocadillos».

Clientes

«Yo solía venir a jugar a billar y alguna vez tuve un susto con el taco y los cuadros», explica David, uno de los clientes habituales del Costa «desde que tuve la Mobilette y empecé a poder venir con mis amigos, en una época en la que Santa Gertrudis todavía estaba ‘muy lejos’». «Si no has estado en el Costa no has estado en ibiza», reivindica David citando «una de esas listas que aparecen en las redes sociales y que dio en el clavo con el Costa».

Como David, Víctor también es de Vila y «vengo los fines de semana desde siempre, aunque ahora vengo a diario a desayunar con tranquilidad desde que trabajo en Santa Gertrudis».
Vicent y Amparo son de Valencia y vienen a Ibiza «un par de veces al año a visitar a nuestro hijo». La pareja, que vive en Sant Antoni, asegura que «venimos cada día cuando estamos en Ibiza, como aquí no se está en ningún lado».
Helena conoció Ibiza en su juventud viniendo de vacaciones con su madre. Hoy desayuna habitualmente con su hija y con su nieta, Sílvia y Telma. «Es uno de los lugares más emblemáticos de la isla» subraya Sílvia mientras Helena añade que «Santa Gertrudis es uno de los pueblos más bonitos de Ibiza».