Literatura, política o las historias de un hombre «vivido» como es Bernat Joan han centrado esta semana el programa Bona Nit Entrevistes de Toni Ruiz en la TEF.

—Tiene un nuevo libro en la calle.
—Efectivamente. Sant Jordi es un buen santo y un poco antes publiqué ‘Batalla Olímpica', que es una pieza de teatro. He hecho mucho teatro y, por decirlo de alguna forma, no de una manera muy esperada. La primera cosa de teatro que hice y que me valió un accésit de los premios Nit de Sant Joan del Institut fue en el año 76 porque un grupo de estudiantes que entonces cursábamos el bachiller de la época decidimos hacer algo para la fiesta de final de curso. Acabé plasmándolo en un texto y publicándolo. Desde entonces, la mayoría de cosas que he hecho en el teatro han tenido que ver con participaciones reales en este ámbito. Durante muchos años, mi compañera Esperança Marí y yo hicimos teatro con los niños de la escuela de Sant Rafel y, como necesitábamos textos un poco adaptados a los grupos, a partir de aquí salieron muchos escritos teatrales. Después, organizamos el grupo de teatro del Institut d´Estudis Eivissencs y muchas de mis publicaciones tienen que ver con ello, aunque han sido adaptadas a los talleres o al número de actores o actrices con el que se contaba. También he escrito bastante para el grupo de Pedro Cañestro, que aquí son fijos y hay cuatro actrices y dos actores. Son piezas pensadas para ellos. Así, la mayoría del teatro lo he hecho pensando en grupos concretos.

—Cuando un autor escribe una obra, acaba una parte del proceso. Cuando un actor le da vida en el escenario, es otra cosa.
—El teatro es esto. Básicamente se escribe para verlo. Yo siempre encuentro cosas mejoradas y, normalmente, me quedo con una sensación agradable porque la gente se esfuerza en interpretar y dar cuerpo a aquello que uno ha escrito. Es, por tanto, muy diferente. Mi sensación de alegría y plenitud por aquello que he hecho no la acabo de tener hasta que lo veo en el escenario. Si hablas del ensayo o la novela es otra cosa.

—Sí, pero un texto teatral es algo vivo.
—Exactamente. El teatro lo que busca son las tablas, el escenario. Si no, se queda a medio hacer y es un ‘interruptus' y debe llevarse al escenario para que alguien lo encarne y la obra tenga plenitud.

—¿Qué explica esta batalla entre Apolo y Dionisio?
—Hablando de la funcionalidad de las cosas, el libro está pensado para alguien que monte los ciclos de teatro clásico que se suelen organizar entre escolares porque las Humanidades están muy apartadas del sistema educativo y creo que el latín o el griego han pasado a ser materias arrinconadas, asignaturas optativas que muy pocos eligen. La cultura clásica, hasta que no se conoce, tampoco tira mucho. Por tanto, tras esto hay una reivindicación de las Humanidades. Pensé en montar una pieza de teatro cogiendo un tópico de la historia de la cultura como es qué debe pretender el arte, si la belleza o la satisfacción, y qué es lo que debe guiarte, la armonía o la pasión. Hay un mundo apolíneo que se centra en la belleza o el orden y hay un mundo que para el arte es absolutamente imprescindible que es el de la imaginación, la exuberancia o un cierto caos que representaría Dionisio. La cuestión es si realmente en el arte puede predominar una cosa u otra. A lo largo de la historia ha habido artistas que se han decantado por un lado u otro, pero ¿sería posible el arte que nos hace humanos a través del lenguaje y de otras expresiones sin los componentes de Apolo y Dionisio?. Me imaginé un ‘ring' de boxeo con estos dos personajes para que pelearan con argumentos y puse a un filósofo que sufrió mucho al intentar descubrir esta verdad sin conseguirlo, que fue Nietzsche y que es el árbitro. Es una pelea de gallos.

—¿Cuándo podremos ver esta obra?
—No lo sabemos. El teatro puede ir representado de dos maneras: o te lo encargan, que me ha pasado algunas veces y estoy muy feliz por ello, o lo publicas y algún grupo se interesa. Yo por ahora he puesto el anzuelo, a ver si alguien pica.

—La historia anterior se llama ‘Mujahidí' donde habla de los refugiados de Irán. A la hora de sentarse a escribir, será muy diferente visualizar los personajes según sean para teatro o para una novela.
—Es muy diferente hablar de personajes mitológicos que escribir sobre un entorno que debe estar un poco trabajado y que debe ser creíble. Cuando escribes una novela, si la sitúas en un lugar determinado como París o Berlín, como mínimo, debes haber estado y haberlo visto. Si no, quedaría falso. En el caso de una novela, debes saber dónde la sitúas. No digamos ya si está ambientada en otra época, porque requiere de mucha documentación. Debe ser creíble ya que, en caso contrario, no tiene mucho sentido.

—Usted vivió esta historia de los refugiados iraníes cuando era eurodiputado. Irán es un gran desconocido para nosotros.
—Es muy interesante. Sólo por aquello que se ha visto a través de los medios ya tenemos alguna información interesante. Se ha visto que existe una gran disonancia entre el poder político y la sociedad, que es muy dinámica. Es uno de los países de mayoría musulmana con más formación universitaria entre la población. Un gesto que encontré extraordinario, pero que no me sorprendió porque sé cómo son, fue cuando en una facultad de Teherán los estudiantes rompieron el muro del bar que separaba la zona de las chicas y la de los chicos. Son valientes. Aquellas manifestaciones de mujeres quitándose el pañuelo y mostrando los cabellos, esto fue extraordinario. Creo que algún día, y espero que no tarde mucho, la situación se arreglará, aunque será cuando haya democracia y pueda elegirse entre todos, sin la censura de los ‘ayatollahs' a la hora de presentarse. En las últimas candidaturas hubo 86 candidaturas que quisieron presentarse y sólo 12 fueron autorizadas. Al mismo tiempo, es una sociedad dinámica, lo que me lleva a pensar que esto debe acabarse pronto.

—En la Primavera Árabe, con aquella revolución en las calles, ya parecía que todo iba a cambiar.
—Pasó lo mismo que, en su momento, sucedió con la revolución iraní, cuando se mezclaron en contra del Sha de Persia fuerzas muy diferentes entre sí. Por un lado, estaban los fundamentalistas islámicos y, por otro, los protagonistas de mi novela, un grupo democrático de izquierdas que ahora se llama Consejo Nacional de la Resistencia Iraní. Se unieron contra el Sha pensando que después allí habría una democracia. Lo que pasó inmediatamente tras haber derrocado al Sha es que los fundamentalistas se cargaron, incluso físicamente, a quienes habían sido sus aliados. Pasó algo que no se esperaban de ninguna manera y a mí me lo han contado refugiados, que sus compañeros de viaje los mataban y perseguían. Ellos tuvieron que huir de unos que habían sido sus colegas al derrocar al Sha. Al final, quienes se llevaron el gato al agua fueron los que tenían más fuerza en aquel momento, los fundamentalistas. Habiendo conocido esto, tras las Primaveras Árabes, vi dinámicas muy parecidas. Hay algo contra el sistema, pero no es homogéneo y no tiene coherencia y suele acabar con una trifulca.

—Salvando las distancias, este lío me ha recordado un poco a Esquerra Republicana de Catalunya.
—En general, en el mundo de la Unión Europea quiero pensar que hemos superado algo que en aquellos casos no ha sido así y es que haya un común denominador con ciertos valores. Desde mi punto de vista, estos valores son que los gobiernos se elijan democráticamente y, si alguien tiene más votos, tiene más legitimidad para decidir cómo hacer las cosas. Otro valor es que haya un diálogo y libertad de expresión, aceptando que otro tenga ideas muy diferentes, pero aceptas que estas ideas pueden formar parte del juego. Todo ello, enmarcado en algo que nos viene de las revoluciones americana y francesa como es la Declaración de los Derechos Humanos. Hay una serie de líneas rojas que, en principio, todas las fuerzas democráticas están de acuerdo. Esto, en definitiva, evita estas situaciones violentas que se dan en otras partes.

—Cuando dejó ERC tras muchos años de militancia y después de ocupar cargos importantes, usted dijo que el partido no estaba maduro para alcanzar el gobierno.
—Lo matizaría. Me dolieron mucho unas contradicciones que después han cambiado y se han superado para bien. Por ejemplo, ERC forma parte de la Alianza Libre Europea y partidos soberanistas mallorquines o menorquines quisieron entrar en la Alianza, pero en las primeras elecciones europeas que hubo no se les dejó ir con la misma coalición que Esquerra Republicana. Estos partidos querían formar parte de la Alianza y yo era partidario de ello, pero había una serie de gente en el partido que estaba en contra. En aquel momento me pregunté por qué había estado trabajando para que esta gente formara parte de la Alianza para después pegarles una patada y dejarlos fuera de las elecciones. Lo dejé por esto y debo decir con mucha alegría que ahora sí van juntos a las elecciones. Después, llegué a la conclusión, y es algo que he madurado con el tiempo, que yo soy un individuo muy poco de partido. Creer en directrices de las que no estás convencido, no me va nada bien.

—Cataluña celebrará sus elecciones el día 12 y usted se ha declarado favorable a Puigdemont a través de un documento.
—Hubo un hecho muy importante y que parece que se quiere dejar de lado y fue en octubre de 2017. Aquello, desde mi punto de vista, fue un referéndum con todas las letras y el resultado no pudo ser implementado por una oposición del Estado, incluso a través de la fuerza. Creo que hay una legitimidad detrás de todo esto y está representada mejor que nadie por Carles Puigdemont y esta es la razón por la cual le doy mi apoyo.

—¿Se atreve a vaticinar un resultado?
—Es muy difícil y, además, recuerdo en esta misma casa cómo en una noche electoral se sacaban resultados a pie de urna y después la cosa salía diferente. Las encuestas dan la victoria al PSC y Junts quedará segundo, pero creo que hasta que se celebren las elecciones no puede decirse mucho. Si alguien presume de saber decir los resultados, normalmente se equivoca.

—¿Usted sueña con una Cataluña independiente?
—Yo creo que sí es posible, pero se necesitan cosas previas y para ello mi catalanismo y mi europeísmo van unidos. Hace falta una Europa más consolidada porque con unos Estados Unidos de Europa parecidos a los de América, el hecho de que hubiera un estado más o menos daría igual. De hecho, cuando en América se formaron los EEUU inmediatamente hubo estados que se separaron y ello no alteró para nada ni la convivencia ni la sustancia del Estado o sus características. Debemos llegar a los Estados Unidos de Europa, pero Europa debe estar bien consolidada como un proyecto común para que puedan producirse cesiones de estados sin que esto cause un contratiempo. Hay quien habla de independentismo mágico y no pienso que esto sea esto. Es simplemente coherencia con algo. No me imagino una independencia por una revolución o con armas de por medio, ni con movimientos de población de un lado a otro con refugiados o exiliados, ni nada de todo esto. Esto sólo es posible dentro de una área muy consolidada y con unas garantías de que no puede haber estos problemas.

—Si esto llegara a producirse, ¿qué papel le gustaría que jugaran las Baleares?
—Lo primero, es que las Baleares pudieran decidir por sí mismas, que se constituyeran como un estado libre asociado a esta Unión Europea y después, si esto es la voluntad del gobierno de las islas o de Cataluña y del País Valencià, que se creara una federación de estos tres países, si así se decidiera mayoritariamente. El recorrido es largo pero esta es la idea, aunque nadie ha dicho que fuera fácil.

—Hablando de su etapa activa en política, cuéntenos una anécdota con Borrell y con António Costa en la Eurocámara.
—El primer ministro de Portugal, António Costa, era colega mío y es con quien tuve esta historia. Yo había intervenido en catalán la primera vez que hablé en el Parlamento Europeo y después me pasé al inglés. La segunda vez hice lo mismo y la tercera, Borrell presidía y pensó que iba a hacer lo mismo y pensaba que me iba a tener que cortar y no quería hacerlo. Así, a su vicepresidente, António Costa, le dijo que yo iba a hablar en catalán y le pidió que me cortara. Yo había decidido no tener más problemas y decidí intervenir en una lengua oficial como el alemán. Mi sorpresa fue que comencé a hablar y automáticamente Costa me dijo que no tenía la palabra y que debía hablar en una lengua oficial. Entonces, se produjo un gran barullo. Después, vino a pedirme disculpas. Con Borrell, hemos hablado de este asunto y de algún otro.