En 1964 Toni Torres ‘Marsa' tenía 20 años y su padre, Bartolo, compró unos terrenos a las afueras de Santa Eulària. «Aquí puedes hacer lo que quieras, un bar o cualquier otro negocio que se te ocurra», asegura Marsa que le dijo su padre respecto al terreno recién adquirido por la familia.
Obviamente, el negocio por el que optó el joven de Can Marsa fue el bar que todavía hoy, seis décadas después sigue funcionando a la orilla de la carretera de Santa Eulària. «Al principio era un local mucho más pequeño y trabajaba junto a mi hermana Cati hasta que se casó y se marchó a Suiza», recuerda el veterano hostelero, que explica que «entonces, la carretera de Santa Eulària era mucho más estrecha y ni siquiera estaba asfaltada».
«Cuando asfaltaron la carretera, la ensancharon bastante, cogieron las cunetas y nos quitaron unos cuantos metros», recuerda Marsa que cruza los dedos porque «no la amplíen más». «Todo ha cambiado mucho, el bar también, a lo largo de los años hemos hecho dos reformas importantes».
Reformas
La primera de las reformas a las que se refiere Torres tuvo lugar en 1974, el mismo año en el que se casaría con María que, unos años antes, tras la marcha de Cati, «ya venía a echar una mano siempre que Toni lo necesitaba», tal como recuerda ella misma. «Hasta entonces el bar y la tienda estaban juntos y se separaron, por un lado el bar, que se quedó Toni, y la tienda que fue para Cati», explica María respecto a la primera de las reformas que ha sufrido Can Marsa a lo largo de los años.
De esta segunda etapa de Can Marsa la pareja recuerda una época, en los años 80, en la que una vecina muy especial se convirtió en un verdadero reclamo en la zona. Esta vecina era Tina, un cachorro de leona que un vecino le guardó durante unos días a alguien que nunca más volvió a buscarla. La voz de la existencia de esta leona fue creciendo paralelamente al tamaño del felino, «llegaron a venir autobuses y todo para ver a la leona», asegura Torres. «Llegó un momento en el que el animal creció demasiado y el dueño tuvo que deshacerse de la leona», asegura Toni, que recuerda que «en una ocasión una turista se acercó demasiado para ver a la leona, las garras de Tina pasaban entre los barrotes y le agarró el bolso, ¡menos mal que lo soltó, si no, se la hubiera comido a ella».
La segunda reforma llegó en 1995, el mismo año en que la segunda generación de Toni Marsa se incorporara al equipo familiar del negocio. «Mi hermana y yo crecimos en el bar, literalmente», recuerda Toni hijo, que subraya con humor que «mi padre se apañaba solo, con la ayuda de mi madre y ahora somos siete u ocho y no damos abasto». «Es que ahora no sabéis trabajar», espeta el padre para arrancar las carcajadas de los presentes y explica que «yo trabajaba noche y día, ahora trabajáis ocho horas y se acabó». En este sentido, tanto Toni como María, confirman que «nuestros hijos dormían muchas veces en los cochecitos, que los teníamos en el almacén del bar», a la vez que reconocen que «si no hubiera sido por mi madre, María, que nos ayudó mucho con los niños, hubiera sido imposible llevar esto adelante».
Con esta segunda reforma y la incorporación de la segunda generación, el negocio «pasó de ser bar a ser cafetería», explica Maria mientras Toni matiza que «hasta entonces solo teníamos la barra y solo hacíamos bocadillos fríos, eso sí: hacíamos muchísimos».
Nuevas generaciones
A día de hoy Toni padre lleva jubilado «13 o 14 años» y María, tal como explica ella misma «me he jubilado este mismo año». De esta manera, Toni hijo es quien lleva las riendas del negocio familiar con la ayuda de su hermana, Sonia, y de los camareros Patricia y Dani. Sin embargo, tal como anuncia Maria con orgullo de abuela, «este abril se incorpora mi nieta, Judith», garantizando una generación más, y ya van tres, la continuidad del negocio familiar.
Respecto a la clientela de Can Marsa, Maria opina que «de la misma manera que ha cambiado la sociedad, la clientela también ha cambiado mucho» y explica que «antes había lo que había y la gente se conformaba con lo que hubiera, poco más que cerveza, café y coñac, ahora todo el mundo se ha vuelto muy exigente». Sin embargo, la veterana pareja reconoce que «el tipo de cliente sigue siendo el mismo de siempre, vecinos y trabajadores de la zona, que vienen durante todo el año, y algún turista de paso durante el verano».
Clientes
La clientela de la barra de Can Marsa una mañana cualquiera es todo un catálogo de veteranía. Xicu d'Antonio asegura que es asiduo de Can Marsa «desde que aprendí a caminar» y argumenta que «vivo al lado y, a medida que fui creciendo, se convirtió en el punto de encuentro de todos los amigos». «Desde que llegué a Ibiza hace 40 años, esta es mi segunda casa y mi segunda oficina», asegura Salvador. Un argumento, «mi segunda casa», que también pone sobre la mesa Joan ‘Savió' mientras señala con orgullo una fotografía aérea del local que cuelga tras la barra, «el coche que sale allí aparcado es el mismo que está ahora mismo aparcado en el mismo sitio: el mío». «Hace 30 años que vengo».
Carlos es carpintero y trabaja a pocos metros de Can Marsa, «solo tengo que cruzar la carretera y vengo a desayunar prácticamente cada día», asegura mientras reconoce que «también vengo a ver el fútbol».
No solo los vecinos del barrio de Can Marsa llenan la barra y las mesas del bar, Romualdo lleva «toda la vida viniendo a Can Marsa», pese a que vive en la carretera de Sant Carles. Romualdo segura que «prefiero venir hasta Can Marsa que pararme en Santa Eulària, aparcar, pagar… ¡me da flato!». Miquel y Antonio tampoco son vecinos ni trabajadores de la zona, son de Sant Agustí y Sant Antoni respectivamente y coinciden a la hora de argumentar que «vale la pena venir hasta aquí para tomar algo con los amigos tranquilamente, sobre todo, las tapas de ‘frita de porc'». Sentado a la mesa con Miquel y Antonio está ‘Murtera', que tiene claro el tiempo que lleva visitando Can Marsa: «hace 36 años que vengo, desde que aquí al lado tenían una leona y veníamos para verla».
Pepe y Xicu comparten mesa y predilección por una de las tapas de Can Marsa, «la ‘frita de polp' es la que toca hoy, es nuestra favorita». Pep vive en Santa Eulària y asegura que «el ambiente es muy agradable y son amigos de siempre, por eso vengo todo lo que puedo», mientras su primo reconoce que «yo no lo conocía hasta que me trajo Xicu, pero ahora vengo siempre que tengo ocasión».
Fidel también es vecino de la zona desde hace 14 años, «estar aquí es como estar en casa y el personal es como si fuera de mi familia».
A la hora de presumir de veteranía, quien se lleva la palma es Bartolo de ‘Can Lluc', que asegura que frecuenta la zona «desde que nací muy cerca de aquí, ¡y de eso hace ya 86 años!»
1 comentario
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Punto de reunión, pulpo y fútbol, no falla. Gracias Toni y María por todo.❤️