Gustavo Gómez (Madrid, 1972) forma parte del equipo humano de Cáritas que, a diario, asiste a numerosas personas en la sede de Ibiza. Su relación con la entidad comenzó a finales de los años 90, incorporándose entonces a labores administrativas para acabar siendo el coordinador. Su trabajo en la ONG le ha permitido observar de cerca los cambios sociales vividos en las Pitiusas y también los sufridos en Cáritas, donde empezó con otros cuatro compañeros y con unos recursos «muy básicos». «Parecía que la pobreza estaba silenciada en Ibiza», reconoce.
—En la ONG esperaban que la buena marcha de la temporada se reflejara también en una reducción del número de usuarios.
—Esperábamos a estas alturas que la cosa fuera un poco mejor. La reactivación que ha tenido el turismo no se ha reflejado tanto como pensábamos en el número de personas que se acercan a Cáritas.
—Habrá sido una gran sorpresa para ustedes.
—Nos preocupan las personas que siguen viniendo a buscar alimentos pero, en relación al fomento del empleo, estamos contentos con las personas que han salido de nuestros programas con un puesto de trabajo para el verano. En lo estrictamente laboral va bien, pero todo lo que rodea a estas problemáticas está marcado por el drama de la vivienda y, por ello, la situación no es tan buena como pensábamos.
—El Govern aseguraba recientemente que en las islas se había alcanzado prácticamente el pleno empleo, pero hay gente que sigue necesitando a Cáritas para comer.
—En relación al reparto de alimentos, sigue viniendo bastante gente para las fechas en las que estamos y es algo vinculado a esta problemática de la vivienda. Son personas trabajando a jornada completa que deben acudir a nosotros porque se ven obligados a elegir entre comprar comida o pagar el alquiler. Son cosas que afectan a la vida familiar de los usuarios y, aunque la cifra va bajando, cuesta mucho reducir el número de asistencias.
—Muchos usuarios actuales tienen un trabajo en la actualidad.
—Correcto. Vienen para poder completar la cesta de la compra porque deben destinar una parte muy importante de la nómina a pagar los alquileres y, los menos, a las hipotecas que puedan tener.
—¿Registran alguna necesidad particular en relación al banco de alimentos?
—Este año, con el tema de la comida, estamos contentos, aunque tenemos muchos menos recursos económicos para comprar las tarjetas. Hemos recibido menos financiación y hemos tenido que volver a la entrega de las bolsas con productos. Las tarjetas van muy bien porque potencian mucho la dignidad de los usuarios y les evitamos malos tragos si deben hacer cola en Cáritas.
—Recibirán menos ayudas económicas porque se ha superado el Covid.
—Nos siguen apoyando y destinando dinero, pero menos. El año pasado nos quedamos muy contentos con el uso de las tarjetas porque contribuyen a favorecer un ejercicio de dignidad muy importante. Hemos vivido momentos complicados, con personas que por la pandemia tuvieron que venir a Cáritas por primera vez y ponerse en las mal llamadas ‘colas del hambre' y ha sido muy duro. Siempre que podamos evitar eso, vamos a intentarlo.
—Los contrastes sociales en Ibiza y Formentera son difíciles de entender.
—Sí, es una realidad compleja porque se juntan muchos factores. Podría haber políticas diferentes, con más ayudas para alquileres u otro tipo de ideas que ya funcionan en otros lugares. Hace poco celebramos una reunión de la Mesa contra la Exclusión y parece que al centro de Sa Joveria le queda ya poco. Tenemos un déficit de infraestructuras en este tipo de problemáticas y todo lo que pueda sumar, es el objetivo. Que haya menos personas en la calle es un fin primordial para una sociedad como la nuestra.
—En Cáritas, por lo tanto, todavía no puede hablarse de recuperación.
—También en la crisis de 2008 se notó mucho. Da rabia porque es cierto que a niveles macroeconómicos hablamos de que la economía mejora, vemos brotes verdes y a montón de turistas, pero hay una parte que no sale de la crisis y, por desgracia, tampoco es que dependa del trabajo porque hay otras circunstancias que marcan a la persona. Cada vez hay más gente, por ejemplo, con problemas de patología dual o enfermedades mentales y somos unas islas en las que, durante muchos años, hemos sufrido una gran falta de recursos. Se van logrando cosas poco a poco, pero con el centro de Es Gorg llevamos 15 años y existe una falta de recursos muy grande.
—Le dará más rabia, si cabe, ver tantos contrastes como gente durmiendo en la calle y que en un local cercano se vendan botellas a miles de euros.
—A veces da por reflexionar sobre en qué estamos pensando, en si es necesario tanto dispendio o comprar cosas que no necesitamos. Pensamos muy poco en los demás y necesitamos llenar nuestras vidas con cosas externas, fotos o influencers. Si nos fijáramos más en nuestro interior, pondríamos más el ojo en la persona que está pidiendo.
—Todavía se oye eso de que ‘si está en la calle es porque quiere'.
—Sí. Muchos amigos me lo dicen. No sabemos las circunstancias de cada uno. He oído decir que si uno va a buscar comida en un Mercedes, pero es que no sabemos si es suyo o de un vecino. Hay mil cosas que debemos conocer para valorar esas situaciones y cada uno debemos fijarnos más en eso, conocer primero a la persona y después juzgar.
—¿Han notado los efectos de la llegada de tantas pateras?
—De vez en cuando sí vienen algunos migrantes, aunque quienes más gestionan este tema es Cruz Roja y nosotros les damos apoyo logístico. Tendremos que ver ahora con todos los cambios políticos. La migración no reglada es un problema y debemos pensar en aquellos que vienen en patera o que han muerto en el mar.
—¿Vienen ibicencos a pedir ayuda a Cáritas?
—Sí, son los menos, pero también acuden a nosotros. Antes el perfil de los usuarios oscilaba entre los 36 y 55 años y ahora vemos a gente más joven.
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Y los jóvenes siguen sin hacer la revolución